Sofía y Lucas habían sido amigos desde que tenían memoria. Crecieron en el mismo vecindario, compartieron miles de aventuras y, con el tiempo, esa amistad se convirtió en algo más. Aunque nunca lo dijeron en voz alta, ambos sabían que se amaban. No era solo una relación de mejores amigos; era algo más profundo, algo que ninguno de los dos se atrevía a definir.
Todo cambió el verano en que ambos cumplieron 16 años. Era el último verano antes de que la vida empezara a cambiar de verdad. Lucas siempre había sido el chico fuerte y alegre, pero ese año había estado más cansado, más ausente. Sofía no entendía qué estaba pasando, y cuando finalmente se armó de valor para preguntarle, él solo sonrió y le dijo que no se preocupara, que todo estaba bien.
Pero no lo estaba.
Una tarde de julio, mientras estaban sentados junto al lago donde siempre solían pasar las tardes, Lucas dejó caer la bomba.
—Tengo algo que decirte, Sofía —dijo con voz seria, mirando el agua en lugar de a ella.
Sofía sintió un nudo en el estómago. No estaba acostumbrada a ver a Lucas tan serio.
—Dime, ¿qué pasa? —respondió, tratando de mantener la calma.
—Estoy enfermo, Sofía. Muy enfermo —confesó él, finalmente levantando la mirada para encontrarse con los ojos de Sofía.
—¿Enfermo? ¿Cómo de enfermo? —preguntó ella, su voz temblando ligeramente.
—Es cáncer. Ya me operaron, pero no ha funcionado... —Lucas hizo una pausa, luchando por mantener la compostura—. No hay nada más que puedan hacer.
El mundo de Sofía se derrumbó en ese momento. Era como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies y estuviera cayendo en un abismo sin fin.
—No, no puede ser... —dijo, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos—. Tiene que haber algo que podamos hacer, ¡no puedes rendirte!
Lucas la miró con tristeza y amor.
—Sofía, no quiero que pases todo el verano preocupada por mí. Quiero que lo disfrutemos juntos, como siempre lo hemos hecho. Este es nuestro último verano, y quiero que sea especial.
Sofía no sabía qué decir. Quería gritar, llorar, pedirle a Lucas que se quedara con ella para siempre, pero sabía que no era justo. Así que hizo lo único que podía hacer: asintió y prometió estar a su lado.
Los días siguientes pasaron en una especie de neblina. Sofía intentaba mantenerse fuerte, aunque por dentro estaba destrozada. Pasaban los días como siempre, pero todo se sentía diferente. Cada risa, cada paseo, cada momento juntos se sentía como si estuviera grabado en su memoria para siempre.
Una noche, mientras estaban acostados en el césped mirando las estrellas, Lucas tomó la mano de Sofía.
—Sofía, hay algo que siempre quise decirte... —dijo en un susurro.
—¿Qué es? —preguntó ella, aunque en su corazón ya sabía lo que venía.
—Te amo, Sofía. Siempre te he amado.
Las palabras que Sofía había deseado escuchar durante tanto tiempo llegaron en el peor momento posible. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, y cuando miró a Lucas, vio que él también estaba llorando.
—Yo también te amo, Lucas —respondió, apretando su mano con fuerza.
Se quedaron en silencio, mirando las estrellas, sabiendo que ese era su último momento juntos de esa manera. Ninguno quería romper el hechizo de esa noche.
El verano siguió su curso, y la salud de Lucas fue empeorando. Sofía estuvo con él en cada paso del camino, nunca lo dejó solo. Compartieron risas, secretos y recuerdos que ella guardaría por siempre. Pero sabían que el final se acercaba.
Un día de finales de agosto, Sofía recibió una llamada en mitad de la noche. Era la madre de Lucas, y su voz estaba cargada de tristeza. Lucas estaba en el hospital, y los médicos decían que no le quedaba mucho tiempo.
Sofía corrió al hospital lo más rápido que pudo. Cuando llegó, encontró a Lucas en una cama, pálido y débil, pero aún con una sonrisa para ella.
—Lo siento, Sofía —dijo él, apenas en un susurro—. Te prometí un verano increíble, y mira cómo ha terminado.
—No digas eso, Lucas. Fue el mejor verano de mi vida, porque lo pasé contigo —respondió ella, tomando su mano con delicadeza.
—Te voy a extrañar tanto... —susurró él, su voz desvaneciéndose.
Sofía sintió que su corazón se rompía en mil pedazos.
—Y yo a ti, Lucas. Pero siempre estarás conmigo, en mis recuerdos, en mi corazón. Siempre.
Con una última sonrisa, Lucas cerró los ojos. Sofía lo sostuvo mientras su respiración se hacía más y más suave, hasta que finalmente se detuvo.
El mundo pareció detenerse en ese instante. Sofía se quedó allí, con lágrimas cayendo silenciosas por su rostro, mientras el amor de su vida se iba. No sabía cuánto tiempo pasó antes de que los médicos la apartaran, pero en su corazón supo que ese sería el momento que la marcaría para siempre.
El verano terminó, y la vida siguió adelante, aunque para Sofía nada sería igual. Se aferró a los recuerdos de ese último verano, a las palabras que compartieron y a la promesa de que, de alguna manera, Lucas siempre estaría con ella.
Porque aunque la vida le había arrebatado a Lucas, el amor que compartieron era eterno, y eso, al menos, nadie podría quitárselo nunca.
