Capítulo 24.

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· Freen ·


—Salmón ―saludé, Grouper había puesto conos amarillos para delimitar la sección del suelo que estaba fregando en el vestíbulo principal. Tomando dos de ellos, troté por el pasillo y los coloqué a un metro de distancia―. No hay pase de anotación, en este momento la pelota va para mi enfermera favorita, Shannon. ―Guiñé un ojo a Shannon, quien sacudió su cabeza mientras sonreía―. Shannon luce las batas como pocos jugadoras de fútbol. ¿Usaste esas este domingo, Shannon?

Se rió.

―Claro que sí. Y usé mis pendientes de fútbol a juego, también.

―¿Ves eso? Estoy pensando que ni siquiera debería darte la oportunidad de ganar esta pelota, viejo. ¿Tenías aretes de fútbol?

―Solo lanza la pelota, maldita sea. ―Grouper soltó la fregona y trotó hacia los conos.

Por medio segundo, consideré lanzar la pelota sobre su cabeza para que no la atrapara, entonces recordé que probablemente había pasado el domingo jugando a las damas con Marlene mientras apostaba por mi desagradable culo. Así que lancé en globo para que fuera fácil de atrapar.

―Todavía lo tengo. ―Su puño se movió en el aire mientras caminaba de regreso.

―Sí, lo tienes muy bien. Hemorroides, artritis…

―No me lo recuerdes. También tengo eso. Tu día llegará. Y no puedo esperar para ver que tu rostro de niña bonita consiga un par de buenas marcas de edad.

Me reí.

―¿Marlene está en su cuarto o en la sala?

―Creo que está en su habitación. Esa bonita nieta suya está haciéndole compañía de nuevo esta mañana. No tendré que hacer de réferi o algo allá adentro, ¿verdad?

Entre la victoria del domingo que nos ubicó en primer lugar y pasar la noche del lunes celebrando dentro de Becky, había pensado que nada podría arruinar mi buen humor. Que me maldigan si no estaba equivocada.

Contemplé el darme la vuelta e irme. Pero era martes, el día que durante años había estado pasando aquí. Años en los que a ella no le había importado una mierda si su abuela estaba viva. Había terminado con permitirle que siguiera interfiriendo en mi vida.

Al menos esta vez, estaba preparada para verla. O al menos pensaba que lo estaba.

Rosé se dio vuelta cuando la puerta se abrió, y mi corazón dejó de latir. La odiaba demasiado.

La odiaba.

Jodidamente demasiado.

Sin embargo cuando comenzó a latir de nuevo, no pude evitar que se acelerara.

―Hola. ―Sonrió vacilante, y esos ojos me miraron debajo de unas largas pestañas.

Te odio.

También odiaba que siguiera tan hermosa como siempre.

Levanté la barbilla en su dirección como única respuesta y caminé hacia Marlene.

―¿Cómo se encuentra hoy mi dama favorita? ―La besé en la frente.

―Freen. Vienes justo a tiempo. Consigue lápiz y papel.

Fruncí el ceño.

―La rueda de la fortuna está por empezar ―explicó Rosé―. Recuerdas como las tres solíamos…

La miré directamente a esos grandes ojos.

―Sé cuándo empiezan sus programas. Y no haremos esto.

Su brillante rostro titubeó. Eso debería haberme hecho sentir mejor, pero en cambio hizo lo opuesto.

―¿No quieres jugar? ―preguntó Marlene.

―Esta vez me sentaré a mirar. ―Marlene parecía decepcionada, pero al momento en que Pat Sajak apareció en la TV, su rostro volvió a iluminarse. Si tan solo todos tuviéramos ese algo que hacía que todo estuviera bien, incluso por tan solo unos minutos. Miré fugazmente a Rosé. Ella solía ser mi Pat Sajak.

Cuando el primer acertijo apareció en la TV, ambas cayeron de nuevo en un túnel del tiempo. En esos tiempos, las tres nos sentábamos en el gran sofá cubierto de plástico en la sala de estar de Marlene. Nos gustaba escribir nuestras elecciones de cartas antes que los concursantes pidieran las suyas y hacer un seguimiento de cuánto ganaríamos si adivinaran nuestra carta. Lo que Marlene no supo era que Rosé y yo jugábamos por favores sexuales. Quien quiera que ganara más al final del programa conseguía lo que sea para lo que tuviera ánimos esa noche. La mayoría de las noches dejaba a Rosé ganar, solo para poder escucharla decirme qué quería que le hiciera.

Las imágenes llegaron de golpe.

Rosé a los dieciséis, mirándome mientras me cernía sobre ella. Sus labios hinchados por nuestros besos.

Te odio.

Sentada, su cabello naturalmente desastroso, mientras se quitaba la camisetablanca. Sin sujetador debajo. Mi pulgar tirando de su labio inferior, que mordía con nerviosismo entre sus dientes.

Te odio

Ante el sonido de mi silla abruptamente corriéndose sobre la baldosa del piso, Rosé saltó.

―Baño ―fue lo único que dije.

Negándome a romper mi regla de mi tiempo con Marlene, me quedé un rato más, sentanda en silencio e intentando evitar cualquier interacción real con Rosé. Cuando fue el momento del almuerzo, ayudé a Marlene a sentarse en su silla de ruedas y la bajé al comedor.

―Debo irme. Tengo práctica en la tarde.

―Trabajas demasiado. ―La mesa de siempre para el almuerzo de Marlene estaba esperándola. Me aseguré de que estuviera cómoda y me despedí antes de regresar a su habitación para recoger mi chaqueta.

Escuché la puerta cerrarse, pero no me giré hasta que me puse el abrigo.

―Hice cupcakes ―dijo Rosé suavemente―. Terciopelo rojo con relleno de queso crema.

Miré hacia la ventana.

―No tengo hambre.

Se acercó dos pasos y se detuvo. Podía ver su reflejo en la ventana.

―¿Quieres que evite ciertos días?

―Haz lo que quieras. No hace ninguna diferencia para mí.

Asintió.

―Vi el juego de ayer. Sabes, todavía haces la misma pequeña celebración en la zona de anotación que hacías en noveno grado en el campo de la secundaria Kennedy.

Odiaba que pensara que me conocía tanto.

La odiaba.

Ya no me conocía. Me aseguré de que lo supiera antes de salir por la puerta.

―Celebré en el interior de mi novia esa noche, no en la zona de anotación.

𝐋𝐄 𝐁𝐀𝐋𝐋𝐄𝐔𝐑 || 𝐅𝐑𝐄𝐄𝐍𝐁𝐄𝐂𝐊𝐘 (𝐆!𝐏)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora