11 - Día de belleza

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Es día de lavarse el pelo y todo en mundo lo sabe. Desde los vendedores del Gran Bazar hasta la chica que barre frente a la casa de Alhaitham, pasando por las vecinas e incluyendo uno que otro erudito de la Akademiya, sobre todo si pertenece a Kshahrewar.

Más de una vez se escuchó en los pasillos de la Akademiya a Kaveh rechazar alguna invitación para el sábado. Ese día, Kaveh no está para nadie porque es el día destinado a uno de sus rituales de belleza (porque algunos inocentes creen que todos rituales de belleza pueden darse en un mismo día. Ilusos.): el de su cabellera rubia. La misma que todos voltean a mirar y desata la envidia de unos cuantos.

—¿Creen que es cuestión de suerte? ¡Ja! —ha expresado Kaveh más de una vez.

No. Su pelo no luce así solo porque haya tenido la dicha de heredar la buena genética de su madre. Su estilo demanda inversión de tiempo y muy buenos productos, cuidadosamente seleccionados después de un largo proceso de prueba. Él ya tiene sus suplidores aprobados, los cuales no se atreven a fallarle, porque perder un cliente como Kaveh es perder una oportunidad de oro. El arquitecto solo usa productos de óptima calidad. Si lo hacen sus obras, ¿por qué no en su cuerpo? Es su activo más valioso.

Ese día, Kaveh se levanta muy temprano para que Alhaitham no se meta al baño primero que él. No es que lo haga. Los sábados Alhaitham no madruga. Pero no quiere correr el riesgo de que se altere su horario porque su compañero de casa amanezca con un cable cruzado. Con calma, divide el cabello en varias partes y coloca poco a poco una mascarilla que dejará puesta un par de horas. Los ingredientes varían según la necesidad y el daño que vea en su cabello. No es lo mismo trabajar un mes en el desierto que en la parte más profunda de la selva. Por eso esa mascarilla raras veces se repite.

Después de asegurar que cada parte de su cabello ha quedado cubierta por la mascarilla, se lo cubre con una funda de seda que mandó a hacer específicamente para este propósito. Es importante que el producto entre en contacto con el calor de su cuero cabelludo. Por eso debe dejarla un tiempo prudente. Ese es el momento propicio para preparar un desayuno completo.

Es para ese punto en su rutina que Alhaitham suele hacer acto de presencia. Normalmente arrastrando los pies o estrujándose los ojos como que salió de la cama antes de tiempo. El hombre nunca tiene buena cara los sábados en la mañana. Debería dormir hasta el mediodía, pero nunca lo hace.

Se sirve café, se acerca a Kaveh y olfatea.

—¿Ahora que llevas puesto?

Kaveh nunca responde. Para un hombre que lee tanto y sabe tanto, su nariz debería estar mejor entrenada. Su mascarilla casi siempre está hecha de ingredientes de Sumeru, así que no hay nada extraño en su cabeza. Lo más raro que puede haber en su rutina es algún aceite enviado desde Fontaine con fragancia personalizada. Su madre conoce sus exigentes gustos.

Alhaitham sigue tratando de adivinar la fórmula de esta ocasión. En cuanto ve el desayuno, se da por vencido. Se toma muy en serio lo de descansar los sábados. Eso incluye su cerebro. Kaveh se ha acostumbrado a su presencia los días que toca lavarse el pelo. Antes Alhaitham salía a hacer compras o a quién sabe qué, pero de un tiempo para acá su presencia es constante. Como si la convocatoria aplicara para él también.

—Si tienes que ir al baño, hazlo ahora porque ya voy a entrar.

Kaveh observa desde la cocina como el cuerpo de Alhaitham va solo, porque su alma sigue en el limbo. Mientras espera que Alhaitham salga, se da ligeros masajes en la cabeza.

Tan pronto escucha la puerta, se mete al baño y se quita la seda. Abre la llave de la bañera, ubica sus productos y enciende la vela aromática reservada para la ocasión. Se mete a la ducha a quitarse la mascarilla para tener el pelo listo para el primer champú. Una vez en la bañera, Kaveh se olvida del tiempo y mima su pelo y su piel como solo él se lo merece.

Cuando los dedos de sus pies lucen como pasas, Kaveh sale de la bañera. Se seca, se pone su camisón blanco y procede a secar su pelo con mucho cuidado para no maltratarlo. El secado es una de las partes más importantes de su proceso, por eso elige una toalla adecuada para no causar frizz.

Kaveh va hasta la sala, donde Alhaitham le espera con un libro que no va a leer. Hay un cojín en el piso justo frente a Alhaitham. Kaveh camina hasta allí y se sienta con las piernas cruzadas, luego le pasa la toalla a Alhaitham. Frente a sus piernas coloca con cuidado el vial de aceite y las pinzas. El peine lo deja en sus manos para jugar un poco con él mientras Alhaitham hace lo suyo. A Alhaitham no le gusta que le pasen todo de golpe. Su método es extraño, pero funciona. Por eso Kaveh no negocia sus términos.

Alhaitham le seca el pelo sección por sección, aplicando la presión necesaria para llevarse la humedad justa. Kaveh nunca le enseñó. En sus años de estudiantes, Alhaitham se quedaba en silencio observando el ritual hasta que un día, sin palabras de por medio, le quitó la toalla de la mano a Kaveh y procedió a hacerlo él. Cuando se reunieron en esta casa, sucedió lo mismo. Un día, Alhaitham decidió que los días de lavado del pelo él también se quedaba en casa y se incorporaba.

—Peine —dice Alhaitham con tono neutro.

Kaveh le pasa el peine y cierra los ojos. Entre sus dedos le da vueltas a la pinza que le pasará a Alhaitham cuando divida la primera sección de pelo. Alhaitham se toma muy en serio la parte de desenredar y Kaveh lo agradece, porque por su falta de paciencia ha terminado en desastre.

—Te quedó más suave esta vez —comenta Alhaitham pasando el peine con facilidad.

A Kaveh ese tiempo se le pasa muy rápido aunque sean horas. Las manos suaves de Alhaitham son un placer secreto que convierten estos días en algo mucho más especial. El último paso se acerca y ya empieza a lamentarlo. ¿Cómo es posible extrañar unas manos mientras todavía le tocan?

Alhaitham abre su mano y la coloca frente a Kaveh para que este vierta la cantidad de aceite que quiere. Luego se frota las manos y aplica el aceite desde la raíz hasta las puntas, tomándose su tiempo y torturando dulcemente a Kaveh sin saberlo. Kaveh respira profundo para no soltar un gemido cada vez que los dedos de Alhaitham rozan su oreja o su cuello.

—¿Trenza?

Algunas veces Kaveh prefiere dejar que su pelo se seque suelto. Otras veces, prefiere una trenza. Hoy, con tal de prolongar el contacto con Alhaitham va a elegir la trenza. Realmente, no le hace falta. Cree que su pelo quedará bien de todas formas, pero se permite ser egoísta.

—Trenza.

Las trenzas de Alhaitham son otro talento oculto descubierto por Kaveh y que no piensa compartir con nadie. Le provoca unas cosquillas tan agradables que ha pensado pedirle que deshaga la trenza para que la vuelva a hacer. Ha pasado sin pedirlo. Alhaitham casi nunca explica el por qué. Un par de veces dijo que estaba torcida, otra vez que no apretó lo suficiente al inicio y se estaba escapando un mechón. A Kaveh poco le importa el motivo mientras el trenzado se haga eterno.

Cuando la trenza está lista, Alhaitham se inclina para pasarle la toalla, el peine y las pinzas. Está tan cerca que le cuesta controlar el cuerpo para no echar hacia atrás y recostarse de él.

—Listo —le susurra cerca de la oreja y Kaveh quiere devolver las horas o entrar en un bucle de tiempo en que se repita esta parte.

Alhaitham culmina acercando sus labios a su cuello. Es el timbre con el que sella su trabajo.

Kaveh se levanta luego de un rato, cuando está seguro de que sus piernas no tiemblan, o de que no va a voltearse y lanzarse sobre Alhaitham arruinando la inversión de toda una mañana. Su camisón queda un poco levantado dejando ver más pierna de lo habitual y cuando ve que a Alhaitham casi se le cae el libro, no puede ocultar su sonrisa.

Se niega a ser el único que sufra de los dos.

***

A puertas cerradas [one-shots, kavetham]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora