12 - La lista

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—¿Hiciste la lista?

Pregunta Kaveh a pocos pasos de haber salido de la casa. De su brazo cuelgan tres bolsas de tela enormes que probablemente no darán a basto. Entre ocupaciones y dejadez de ambos, la cocina se quedo vacía y no hay forma de postergar el inevitable día de compras.

—Sí.

—Empieza a leer.

—No la traje.

—¿Cómo que no la trajiste? ¿Para qué me dices que la hiciste si no la tienes?

—Son dos preguntas distintas.

—Peor para ti, entonces.

Alhaitham continúa con su andar pausado, como que no pasa nada. No hay diferencia entre hacer la lista y no hacerla porque Kaveh cambia de opinión en cuanto se encuentra con el primer vendedor. Se le olvida lo que se anotó y lo que se acordó, ignora por completo el presupuesto (que normalmente no sale de su bolsillo aunque no porque se niegue a cooperar), manda a volar su propio consejo de que no se puede comprar tanta fruta porque ellos a veces no están tanto tiempo en casa y termina dañándose.

—Ahora tengo que tratar de recordar —se queja como si fuera un gran sacrificio. Cualquiera cree que lleva un catálogo en la cocina.

—Harina, sal, cebolla, pimienta, dátiles, arroz, azúcar... ¿continúo?

Memorizar la lista de compras es un desperdicio de espacio en su cerebro, pero Alhaitham termina haciéndolo sin importar las veces que se repita que no hace falta.

—Lo disfrutas, ¿verdad?

No sabe a qué se refiere Kaveh, así que lo deja hablando solo. Ir de compras es una de las actividades que menos disfruta, pero ha aprendido a volverla amena. Es que con Kaveh es imposible aburrirse. Le divierten sus mil y una expresiones mientras saluda la gente a su paso o encuentra una buena oferta, solo para derrochar dinero en el siguiente puesto con algo que no está en la lista. La dichosa lista.

—¡Nueces!

Ya empieza la función. Alhaitham puede sentir en sus brazos el peso de las bolsas con las que regresarán a casa. Presiente que los artículos enumerados se duplicarán ahora que se ha convertido en una lista mental.

—Quiero hornear la próxima semana. Una clienta me compartió la receta de un pastel que me brindó. Es una delicia, Alhaitham. Y es fácil de hacer.

—Eso sí lo recuerdas.

Kaveh ni lo escucha. Está entablando conversación con Hamawi, la cual se puede extender por horas si Alhaitham no la interrumpe porque no sabe a cuál de los dos le gusta hablar más. Entre retazos del pasado y recomendaciones para conseguir las mejores nueces para repostería, van a saltar de un tema a otro sin coherencia, pero aparentemente se entienden.

Alhaitham quiere seguir comprando lo esencial, aquello para lo cual entiende que no necesita la opinión de Kaveh, pero este no confía en él ni para elegir algo tan básico como la sal. Su otra opción es ir bajando hacia el Gran Bazar, lo cual también será causa de discusión. En fin, no hay boleto ganador en este trayecto, así que se va por la opción B: Bazar.

—Oyee... ¿adónde crees que vas?

—A seguir comprando.

—¿Sin mí? Imposible —Kaveh lo toma del brazo para hacerlo bajar la marcha—. Hamawi me dijo donde comprar las mejores nueces. Creo que dejaré parte de la compra para ir a Puerto Ormos mañana.

—¿Por qué no dejas lo mínimo? El viaje no es corto.

—Viniendo de ti... Como quiera necesitamos pescado.

A Alhaitham no deja de maravillarle como Kaveh lo incluye en sus antojos. Alhaitham no ha hablado de pescado, mucho menos de necesitarlo. Pero así funcionan las cosas en el reino de Kaveh.

—También me dijo que hay una chica nueva en el Gran Bazar. Que me va a encantar.

Y Alhaitham presiente que él no le va a encantar. Está pensando seriamente en visitar a Nahida o al nuevo Gran Sabio con una propuesta sobre la regulación del mercado en Sumeru. Que abra un puesto nuevo cada semana tiene serias repercusiones en su economía personal.

Más gente. Más saludos. El peso de la bolsa que Alhaitham lleva en el brazo izquierdo empieza a sentirse. Y lleva menos de la mitad de lo que Kaveh carga en la suya. No debió traer tantas moras. Eso hace que Kaveh se sienta apoyado para pedir por esa boca.

No. La propuesta que presentará será sobre la oferta curricular de la Akademiya. Los estudiantes no pueden seguir graduándose sin fundamentos de educación financiera. ¿De qué sirve un genio en bancarrota? Para muestra, el botón que frente a él sigue de puesto en puesto, comprando en todos.

—¡Alhaitham!

Kaveh la hace señas eufórico al lado de una chica cuyo rostro palidece al notar que Alhaitham la está mirando. Mientras se acerca al puesto, la chica palidece aun más. ¿Estará enferma?

—Te presento a Sarah, la chica que me recomendó Hamawi. Mira todo lo que tiene.

La chica se inclina ligeramente para saludar. Parece que no le salen las palabras. Es un efecto común que provoca Alhaitham, así que no se preocupa por eso. Su fama de ogro lo persigue y eso a él le ayuda tener que hablar menos. Alhaitham le devuelve el saludo de la misma manera, haciendo que ella se sonroje. Por lo menos le ha vuelto el color.

—Mira, tiene manzanas. ¿Llevamos un par?

La chica elige las más bonitas y se las pasa a Kaveh en una bolsa.

—Son de regalo.

—No, no... imposible. Así no vas a progresar.

—Ya me ha comprado bastante. Tome las manzanas como un agradecimiento de mi parte, por favor.

Antes de que Kaveh se siga oponiendo, Alhaitham toma las manzanas y la chica no sabe donde meter la cara.

—Gracias —dice Alhaitham y camina hacia el puesto del lado, donde a veces compran café.

Kaveh le alcanza rápido.

—Creo que le gustas —le susurra entre risas. Como adolescente en sesión de chisme.

—¿Qué hago con esa información?

Alhaitham se acerca a oler los granos de café para no ver la cara que le pone Kaveh. La primera muestra no le agrada mucho, pasa a la siguiente, luego a la siguiente...

—Este... —dice acercando su mano a la nariz de Kaveh.

—Mmm... sí. Nada que ver con el último.

Después de comprar el café, ambos se detienen en un rincón a inspeccionar lo que llevan en cada bolsa. Tal como predijo Alhaitham, hay más cosas no planificadas que las que realmente hacen falta.

—La carne la compramos mañana.

—Compramos.

—No tienes que ir conmigo si no quieres. Puedo ir solo.

No va a dejarlo ir solo. No hay espacio suficiente en la casa para todo lo que Kaveh es capaz de comprar si va por su cuenta. Puerto Ormos rebosa de tentaciones para alguien con su fuerza de voluntad.

—No hace falta que me ruegues. Puedo acompañarte.

—Tan sacrificado, mi junior. Eso merece unas empanadas.

Y un helado. Y panecillos de dátil carbonizados. Y las bolsas amenazan con rebosarse. Ya no porque Kaveh compre, sino porque empiezan a regalarle cosas. Alhaitham se rinde y se sienta en un banco a contemplar la escena. Se entretiene calculando los pasos que tienen que recorrer hasta la casa con el peso que llevan encima. Por su parte, Kaveh voltea de vez en cuando a confirmar que Alhaitham sigue allí. Cuando lo ubica, le sonríe y levanta las manos para mostrarle algo nuevo.

Al ritmo que va, necesitarán una carreta.

***

A puertas cerradas [one-shots, kavetham]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora