#|-Leben

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La luna se alzaba pálida y distante sobre el Bosque Negro, su luz bañando el reino en un resplandor espectral que acentuaba las sombras bajo los árboles antiguos. Era una noche tranquila, o al menos eso aparentaba, pero Amarïe no encontraba descanso en ese silencio. Se había retirado a sus aposentos después de la batalla, con el peso de los escritos antiguos y las expectativas de su misión todavía cargando su mente. Sin embargo, la calma que necesitaba para despejar sus pensamientos se le escapaba como  el agua entre los dedos.

Amarïe se tumbó en su lecho, cerrando los ojos en un intento de invocar el sueño que la eludía, pero en lugar de sumergirse en el olvido reparador, fue arrastrada a un reino más oscuro. La visión llegó sin advertencia, como una tormenta que se cierne sobre un cielo despejado.

Primero fue la oscuridad, densa y opresiva, envolviendo todo a su alrededor. Parecía surgir de la propia tierra, una niebla negra que devoraba la luz, los colores y la esperanza. El aire se volvió pesado, cargado con el hedor de la descomposición y el eco de gritos que se desvanecían en la distancia. Amarïe intentó moverse, pero sus pies estaban enraizados en el suelo, incapaces de escapar de la marea de sombras que avanzaban hacia ella.

Y entonces lo vio. En medio de la penumbra, distinguió una figura familiar, una silueta esbelta y ágil, luchando contra la oscuridad que lo rodeaba. Legolas estaba allí, su arco tensado, sus flechas volando con precisión, pero cada disparo se perdía en el vacío, tragado por la nada que lo rodeaba. Su rostro estaba tenso, la desesperación comenzaba  a reflejarse en sus ojos azules, mientras la oscuridad lo envolvía más y más, hasta que no pudo ver más que un par de brillantes ojos azules, clamando por ayuda antes de desaparecer en la negrura.

Amarïe intentó gritar, pero ningún sonido salió de su garganta. Intentó correr hacia él, pero la oscuridad la consumió también, dejándola flotando en un vacío sin fin, sola y sin poder hacer nada para salvarlo.

De repente, despertó, su respiración  estaba agitada, su corazón latia con fuerza contra su pecho. La habitación estaba oscura, pero la luna se filtraba por la ventana, arrojando un rayo de luz que hizo que la visión pareciera aún más real. Se levantó rápidamente, sus pies descalzos tocaban el suelo frío, mientras intentaba calmarse. Pero la sensación de urgencia no la abandonaba, y supo que no podría descansar hasta haber advertido a Legolas de lo que había visto o hasta saber que realmente estaba bien.

Sin tomarse el tiempo de vestirse adecuadamente, se colocó un manto ligero sobre sus hombros y salió de sus aposentos, caminando con paso rápido por los pasillos oscuros del palacio de Thranduil. El lugar estaba en silencio, la mayoría de los elfos  parecian estar descansando después del arduo día de batalla, pero Amarïe no podía esperar. Las imágenes de su visión todavía resonaban en su mente, y cada paso que daba le parecía más pesado que el anterior.

AMARÏE- LEGOLASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora