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El crepúsculo caía sobre el Bosque Negro, tiñendo el cielo de un tono grisáceo mientras las sombras se alargaban y la bruma se levantaba, envolviendo los árboles en una niebla espesa y densa. 

Legolas, Amarïe y su pequeño grupo de élite avanzaban con cautela, manteniendo un silencio absoluto mientras se acercaban cada vez más a los límites de Dol Guldur. El aire estaba cargado de tensión, y una sensación de peligro inminente se apoderaba de ellos a cada paso.

El paisaje que los rodeaba había cambiado drásticamente. Las ramas de los árboles parecían retorcerse hacia el suelo, como si la misma tierra estuviera corrompida por la influencia de la fortaleza oscura.

El suelo, antes cubierto de musgo y vida, ahora estaba desnudo, con raíces negras y expuestas que sobresalían como garras. Los elfos, con sus sentidos agudos, percibían la malevolencia en el aire, una presencia oscura que parecía acechar en cada sombra.

—Ten cuidado— murmuró Legolas a Amarïe, su voz apenas parecía un susurro en el viento. —Este lugar está impregnado de maldad. No debemos subestimar a nuestros enemigos.

Amarïe asintió, sus ojos plateados se encontraron brillando con una determinación inquebrantable. Sentía el peso de lo que sea que estuviese sobre ellos, aquella  que compartían, pero también sabía que su conexión con la naturaleza podría ser la clave para proteger a sus compañeros.

Su corazón latía con fuerza, no solo por el peligro que se avecinaba, sino también por aquel extraño vínculo que sentía con Legolas, una conexión que, aunque no reconocida abiertamente por ninguno de los dos, comenzaba a ocupar un lugar importante en su vida y su corazón.

El grupo se detuvo al borde de un claro, desde donde se vislumbraban las oscuras torres en ruinas de Dol Guldur. La niebla era más espesa aquí, y el silencio, más opresivo. Legolas levantó una mano, señalando a sus compañeros que se dispersaran y tomaran posiciones de vigilancia.

—Manténganse  alerta— dijo en voz baja, sus ojos azules se mantuvieron fijos en las sombras que se movían inquietas. —No sabemos cuántos pueden estar ahí, pero debemos estar preparados para lo peor.

El silencio fue roto de repente por un grito gutural, seguido por el ruido de pasos apresurados y el chocar de espadas. De la niebla surgieron orcos, sus ojos brillaban  con un odio feroz, y sus armas se encontraban listas para derramar la sangre de los elfos. El ataque fue tan rápido y violento que por un momento, pareció que el grupo sería sobrepasado.

Legolas reaccionó con la velocidad y la precisión que le eran innatas, disparando flechas con una rapidez que dejaba caer a los orcos uno tras otro.

  A su lado, Amarïe se movía con gracia, esquivando ataques y usando su espada para defenderse. Pero el número de enemigos era abrumador, y pronto se encontraron rodeados, luchando por mantener su posición.

AMARÏE- LEGOLASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora