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El sol comenzaba a descender, proyectando sombras alargadas sobre lo extenso que se sentía el Bosque Negro.

Amarïe se encontraba sola en una pequeña loma, observando el crepúsculo que teñía de dorado y ámbar las hojas de los árboles. Su mente, sin embargo, no se encontraba en el presente admirando la naturaleza; estaba sumida en sus recuerdos de Rivendel, de los días más sencillos y plenos antes de que la oscuridad comenzara a  amenazar y extenderse sobre la Tierra Media.

Había momentos en los que el peso de sus responsabilidades la abrumaba en demasía, como si las hojas del bosque se volvieran tan pesadas como la piedra que cubría sus caminos.

Era en esos instantes cuando el pensamiento de su hogar se volvía más vívido, más fuerte, una ancla que la mantenía firme frente a la incertidumbre que podía extenderse sobre ella. Amarïe se permitió cerrar los ojos, dejando que el murmullo del viento entre las ramas le trajera el eco de voces lejanas, más en preciso las de su padre y su hermana.

Ada,—susurró, mientras recordaba los incontables consejos y enseñanzas que había recibido de Elrond.

Él, con su sabiduría milenaria y su serena autoridad, siempre había sido una figura de fortaleza para ella, pero también alguien con quien compartía una conexión profunda, nacida de la sangre y del amor.

Aunque el tiempo había pasado, y su papel en la protección y como futura heredera  de Rivendel la había llevado a asumir muchas otras responsabilidades, siempre se había sentido pequeña a su lado, como si no pudiera estar a la altura de lo que él esperaba de ella, o más bien de lo que todos esperaban de la joven elfa castaña.

Tollen i lû ne,— pensó.  La hora de mostrar si era digna de la confianza que Elrond  y de que toda su gente había depositado en ella, enviándola en aquella valerosa misión, que podrían ayudar a combatir la sombra creciente en Dol Guldur.

Era un deber que no podía tomar a la ligera, claro que no, era uno de los principales objetivos que tenía como heredera, pero también era un peso que sentía en cada fibra de su ser.

Los recuerdos la llevaron de vuelta a los días serenos en Rivendel, cuando, siendo apenas una elfa joven de al menos unos cuatrocientos años, corría por los jardines del reino, con Arwen a su lado. Su hermana siempre había sido su compañera más cercana, su confidente y su amiga.

Arwen, con su gracia etérea y su amor por todo lo que era bello y puro en el mundo, sin siquiera saberlo había sido un faro de luz en la vida de Amarïe.

La distancia que ahora las separaba era un dolor sordo en su corazón, una sensación de vacío que intentaba llenar con su deber, pero que siempre permanecía latente en su corazón.

AMARÏE- LEGOLASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora