Confesiones de un corazón roto

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Law se recostó en la cama y pensó acerca de su vida. Sus amigos venían a visitarlo y le molestaban con chistes que no entendía. Todo era un asco.

Los informes de cirugías que redactó en el pasado, bueno ahora futuro para él, le entretuvieron un rato pero ahora estaba aburrido. Amaba su trabajo y nada le dolía más que no atender cirugías.

Cora-san venía de vez en cuando y por más que trató de sacarle información sus respuestas divagaban y no le decía nada concreto. Todo era tan irritante. Luego estaba el asunto de aquel chico llamado Luffy, todo en él era extraño. Sin embargo, fue el único que compartió un poco de su pasado.

Se levantó cansado de permanecer un minuto más en esa cama. Hoy era el día en que le darían de alta y quería estar presentable en cuanto llegara la Dra. Monnet a darle sus papeles de salida.

En cuanto se desvistió y se vió en el espejo volvió la sensación de incertidumbre, no se reconocia así mismo y eso era algo fustrante.

Su apariencia era diferente; sus patillas habían crecido y su rostro se veía muchísimo más maduro. Sus hombros eran más anchos y su cuerpo estaba más trabajado. Estaba orgulloso.

Su mirada viajo a sus tatuajes y recorrió con sus dedos la piel tintelada hasta que se topo con un dibujo que no debería estar ahí. En el bajo abdomen con punta fina estaba dibujando un sombrero que parecía gastado y el lazo rojo que tenía alrededor formaba una "L" en cursiva.

Frunció el ceño no recordaba habérselo tatuado y ante todo ¿Por qué eso? Sus tatuajes tenían un significado y sin embargo no lograba hallarle sentido a ese.

Antes de que su mente empezará a centrase en eso y los dolores de cabeza volvieran, sus amigos entraron. –¡Capitán!– dijo Bepo quien tomaba la adelantera del grupo.

–Justo a tiempo– los recibió –¿Ustedes saben porqué me tatué esto?– les enseño el garabato y la reacción de sus amigos no fué la esperada, de hecho estaba muy lejos hacerlo.

–¡No lo puedo creer!– jadeó Bepo por la sorpresa. –¿Eso fué lo que te tatuaste?– está vez fue el turno de Shachi –Lo tenías muy escondido capitán– siguió Bepo y luego el flash del celular de Pinguin lo desoriento.

–¿Qué estás haciendo?- pronunció enojado y sintió la enorme necesidad de cubrirlo con la palma de sus manos. Por alguna razón se sintió expuesto y avergonzado.

–Es de recuerdo– se excusó Pinguin y escondió el teléfono antes que Law se atreviera arrebatarselo. –Luffy y tú habían decidido tatuarse pero nunca nos quisiste decir qué– confesó Bepo. –Después de años por fin sabemos que es– celebró Pinguin.

–¿Luffy?– y ahí estaba el nombre de ese chico de nuevo. Todo era incierto con él, se preguntaba que tan cercanos eran para que vivieran juntos, no se trabagaba el cuento del alquiler.

–Ya no importa– se apresuró a decir Bepo. –¿Cómo te encuentras hoy?– indagó Shachi. –¿Cómo van los dolores de cabeza? –finalizó Pinguin.

–Lo normal– se encogió de hombros y se apresuró a vestir. Los dolores van y vienen, se intensificaban cada vez que pensaba en sus recuerdos perdidos. –Los medicamentos ayudan por lo que no hay de que preocuparse– se apresuró a decir antes de que lo bombardearan con preguntas que tuvieran como resultado pasar una noche más en el hospital.

–¿Ansioso por volver a casa?– Bepo rompió el silencio. –Lo estaría si supiera dónde vivo. Luffy dijo que me mudé de departamento ¿Saben por qué?– y el silencio duro unos segundos que le parecieron horas.

–¿Qué dijo Luffy al respecto?– Shachi fue el primero en hablar. –Algo sobre el alquiler y la estación– confesó. –Si, quedaba un poco lejos– notó una mueca por parte de Shachi. –Donde vives ahora es un punto medio entre el hospital y la estación– agregó Pinguin. –Y necesitabas un departamento más espacioso– opino Bepo. –Mi departamento es espacioso– defendió. –Si, pero no para dos personas– replicó Bepo.

En el cielo de girasoles, las luciérnagas bailan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora