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El día amaneció gris, o al menos así lo sentía yo.

Me levanté sintiendo el peso de la tristeza sobre mis hombros. Intenté distraerme ordenando mi habitación, aunque con cada objeto que movía, la nostalgia me golpeaba más fuerte.

Puse algo de música, esperando que me levantara el ánimo, pero incluso las canciones parecían más melancólicas de lo habitual.

Mientras ordenaba, me encontré en mi escritorio, y mis ojos se posaron en una pequeña foto que había guardado desde hacía un tiempo. Era la foto del día en el arcade, donde Kei y yo habíamos salido enfocados accidentalmente.

Ni siquiera éramos tan cercanos en ese momento, pero aún así, recordar ese día me hizo sonreír.

Tomé un marcador que estaba sobre el escritorio, lo destapé, y dibujé un pequeño corazón en una de las esquinas de la foto. Al ver el resultado, no pude evitar sonreír de nuevo.

Al cabo de un rato, decidí revisar mi celular. Tenía un mensaje de Kei que decía:

Kei—Buenos días. Paso por tí a las 11. Vamos a salir hoy.

Sonreí, aunque un leve nerviosismo se mezcló con mi alegría. Kei siempre solía era así, directo y decidido, pero de una manera que se sentía suave y natural. Respondí al mensaje:

_____—¿A dónde vamos?

Su respuesta fue tan breve como esperaba:

Kei—Es sorpresa.

Suspiré, sabiendo que no iba a obtener más información de él.

_____—Está bien, entonces. Nos vemos más tarde—, escribí, y fui a avisarle a mi mamá.

En la cocina, encontré a mi mamá preparando algo para comer. Me acerqué y le dije:

—Mamá, hoy voy a salir. Pasarán por mí a las 11.

— Está bien, cariño. Yo también saldré con tu hermanita al parque, así que lleva tus llaves, ¿de acuerdo?

Asentí, agradecida de que no preguntara con quién saldría. Sabía que mis padres sospechaban algo, sobre todo mi mamá, pero hasta ahora no habían dicho nada al respecto. Terminé de desayunar rápidamente y subí a prepararme para la cita.

Cuando el reloj marcó las 11, recibí otro mensaje de Kei: —Estoy abajo.

Bajé corriendo las escaleras y al salir lo encontré esperándome con esa expresión calmada que tanto lo caracterizaba. Nos saludamos como lo hacíamos últimamente, con un abrazo y un corto beso en los labios.

—¿Todavía no me vas a decir a dónde vamos?— pregunté mientras caminábamos juntos.

— No.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Me gustaba ese lado de él, sabía mantener el misterio sin dejar de ser considerado.

Llegamos al lugar de la cita y, para mi sorpresa, era el museo.

Me llevó a una exposición de constelaciones de la que había hablado una vez, apenas de pasada.

Era increíble cómo Kei recordaba esos pequeños detalles, incluso aunque no pareciera prestar atención.

—¿Lo recordaste?— pregunté, admirada, mientras entrábamos.

—Claro— respondió sin mucha emoción aparente, pero yo sabía que había un esfuerzo detrás de esa calma. —Dijiste que te interesaba, así que pensé que sería un buen lugar.

Ojos color miel / Kei Tsukishima Donde viven las historias. Descúbrelo ahora