Capítulo 33: El Encuentro Inesperado

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El viaje de Francia a España le pareció eterno a Pierre. Cada minuto que pasaba, cada kilómetro que recorría, sentía que el peso de su error se hacía más grande. ¿Y si ella no lo perdonaba? ¿Y si ya no quería volver a verlo? Esas preguntas rondaban su mente, pero sabía que no podía dar marcha atrás. Había llegado hasta allí para intentar enmendar el daño causado.

Finalmente, llegó a Salamanca, la ciudad donde ella vivía. Al bajarse del coche, sintió una mezcla de nervios y determinación. Frente a la puerta del apartamento de Isa, Pierre sintió que su corazón latía con una intensidad que jamás había experimentado. Golpear esa puerta le parecía una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida. Se quedó unos segundos mirando el picaporte, buscando fuerzas.

Respiró profundamente y, antes de que el miedo lo venciera, golpeó la puerta. El sonido de sus nudillos retumbó en el silencio del edificio.

Dentro del apartamento, Isa dormía en el sillón. Después de una larga noche de lágrimas, frustración y desconsuelo, su cuerpo se había rendido al agotamiento. Los restos de la botella de vino que había abierto aún estaban sobre la mesa de la sala. Entre sueños, escuchó un golpe en la puerta. Al principio, lo ignoró, pensando que era producto de su agotamiento, pero los golpes insistieron.

Isa maldijo en voz baja. "¿Quién podría ser a esta hora?", pensó con fastidio. Se levantó pesadamente del sillón, aún con los ojos hinchados por el llanto, y fue hacia la puerta. Sus pensamientos giraban en torno a que sería su casera, algún vecino o incluso un repartidor que había tocado la puerta equivocada.

Pero cuando abrió la puerta, todo se detuvo.

Allí, de pie, estaba Pierre, el duque, el hombre que había destrozado su corazón. Parecía igual de agotado que ella, pero sus ojos reflejaban una mezcla de arrepentimiento, nervios y, sobre todo, una profunda emoción. Isa quedó paralizada. Durante un segundo, no pudo procesar lo que veía, pensando que quizá aún seguía soñando, o que el vino de la noche anterior le estaba jugando una mala pasada.

—¿Qué... qué estás haciendo aquí? —fue lo único que alcanzó a decir, con la voz aún rota por el llanto y el cansancio.

Pierre respiró hondo, buscando las palabras que había ensayado durante todo el viaje, pero ahora que estaba frente a ella, parecía que nada era suficiente.

—Isa... vine porque necesitaba hablar contigo. Explicarte todo. Pedirte perdón. No podía dejar que te fueras pensando que solo jugué contigo.

Isa lo miraba, incrédula. Su primer impulso fue cerrar la puerta, pero algo en la expresión de Pierre la detuvo. Se cruzó de brazos, como intentando protegerse de lo que fuera a decir.

—¿Perdón? ¿Explicarte? —repitió con sarcasmo—. ¿Qué clase de explicación puede justificar todo lo que hiciste? ¿Te divertiste mucho haciéndome pasar por estúpida? ¿Disfrutaste viéndome trabajar como una burla, mientras me hacías creer que eras solo un trabajador más?

Pierre sintió el dolor en cada palabra de Isa. Lo merecía. Sabía que la había lastimado profundamente y que ahora debía cargar con las consecuencias. Sin embargo, no podía rendirse.

—Tienes razón, Isa. No hay excusas para lo que hice. Al principio, solo quería ver quién eras realmente, saber si solo estabas detrás del contrato o si había algo más. Pero... luego todo cambió. No me di cuenta de lo que estaba haciendo hasta que fue demasiado tarde. Me enamoré de ti, Isa. No lo planeé, no lo esperaba, pero ocurrió. Y, sí, cometí errores, pero nunca quise herirte.

El corazón de Isa dio un vuelco al escuchar esas palabras. No sabía si creerle o si todo era solo otro juego de su parte. Sus emociones estaban tan mezcladas que no podía pensar con claridad.

—¿Y qué? —dijo Isa, conteniendo las lágrimas que amenazaban con volver—. ¿Esperas que todo se solucione solo porque ahora me dices que te enamoraste? Ya no sé qué creer, Pierre. Me has mentido todo este tiempo. Y lo peor es que pusiste en juego mi trabajo, mi vida entera, por tu propio capricho.

Pierre dio un paso hacia ella, pero Isa retrocedió, todavía demasiado herida para permitir que se acercara más.

—No espero que me perdones ahora, Isa. Solo vine a decirte la verdad. Vine a decirte que lo lamento más de lo que puedes imaginar. Y también vine a decirte que firmé el contrato —añadió, sacando un sobre de su abrigo y tendiéndoselo—. No porque fuera lo justo para tu trabajo, sino porque, después de leerlo, supe que era lo mejor para mi viñedo. Has hecho un trabajo increíble. Y si no puedes perdonarme, al menos quiero que sepas que valoro tu profesionalismo.

Isa miró el sobre, pero no lo tomó. Estaba demasiado dolida para que el gesto significara algo en ese momento.

—¿Y qué se supone que haga con eso ahora? —dijo, su voz temblando—. Ya no importa el contrato. Ya no importa nada, Pierre.

Ambos quedaron en silencio, con el peso de sus emociones ahogándolos. Isa no sabía si podía seguir escuchando más, mientras que Pierre comprendía que, en ese momento, había hecho todo lo que podía.

—No lo sé, Isa. Solo quería que supieras que, aunque cometí errores, no todo fue una mentira. Lo que siento por ti es real.

Dicho eso, Pierre dio un paso atrás, sabiendo que el resto dependía de Isa.

"Entre Viñedos y Mentiras: La Historia de Isa y Pierre"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora