De noche oscura y alegre luna saqué a pasear a mi corazón, al ritmo de las aceras, a la calle del sinrazón, por ver si encontraba algún otro, alguno que me entendiera.
Y no, no paré a un corazón cualquiera.
Después de pasar mil rojos paré a un corazón de escombro, porque en lugar de en los ojos se hacía la raya en las venas. Fue que ella anduvo con otro, al principio algo más que horas muertas. Pero un día la enseñó a bailar y después de mil y un vals se le cansaron las piernas, con ampollas en los pies se sentó para descansar y ya nunca le volvió a ver. Su corazón de carbón duró meses, y tras quemarse a sí misma, quedó todo en escombro y ceniza.
Y ahora pasea por la calle del sinrazón, al ritmo de las aceras, con esto yo te pidiera cien bailes más en el jardín de tu sonrisa, porque el mejor abono es la ceniza y solo necesito que me enseñes a bailar.
Las cenizas son la brisa que acompaña, cuando salen las legañas. Y si el mar está en tu boca, que ojalá el que se equivoca no se pueda en él bañar, ni una vez más. Telarañas que enmarañan mi cabeza, cuando te quito las botas, cuando se me pone tiesa, cuando me bailas las jotas del que siempre lo hizo mal.
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Pinceladas de felicidad
PoesíaPoemas sueltos de un autor que va en pijama, con la libreta por cama y un boli a medio gastar.