Suena el despertador. Son las siete.
Las siete del café en la mano, la ducha de agua tibia, los ojos medio cerrados y las siete del último trago.
Espera en la estación, sentado, jugando a enlazar los dedos de sus manos hasta que se hace la hora; hay que montar en el tren. Nada más subir toma asiento y ve por la ventana al mismo chico de todos los días, llegando tarde. Nunca llega a subir, se queda mirando el tren, lo sigue con la mirada hasta que se pierde en la punta de sus pestañas.
Suena el despertador. Son las siete, otras siete.
En otro punto de la ciudad son las siete de vestirse y si acaso peinarse, del zumo y si acaso las galletas, de coger la libreta y las siete del último trago.
Va de camino a la estación a un paso al cual nunca llegará a tiempo. Lo sabe, sabe que ayer no subió, ni anteayer, ni mañana lo hará. ¿Y qué?
Él es feliz solo con ver el tren pasar, lo sigue con la mirada hasta que se pierde en la punta de sus pestañas. Se da cuenta de que todos los días monta en él el mismo hombre, que nada más subir toma asiento y mira por la ventana, extrañado, pareciendo no entender el sentido de madrugar a diario para llegar tarde.
Cuando el tren se va de sus vista se sienta y se queda a ver al resto pasar, quizás anota algo sobre ellos y los deja ir sin más. Con el mediodía se levanta y camina hacia la vía, mira a sus pies, no muy separados del raíl, sabe que pronto volverá su tren. Sabe que en el primer vagón hay una trampilla que siempre va abierta, se frustra, podría saltar y probar suerte; después de todo verte arrollado no pinta tan mal. Nunca lo hace porque el vértigo que le produce ver pasar el tren a un palmo de su cara es más morboso que cualquier tentativa de entrar.
Entonces es hora de ir a dormir.
Suena el despertador. Son las siete.
Las siete de no entender por qué aquel chico siempre llegaba tarde. Las de creer que una vez en el tren conocerías su interior, perdiendo para siempre la emoción de esperar que hubiera algo allí adentro.
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Pinceladas de felicidad
PoesiaPoemas sueltos de un autor que va en pijama, con la libreta por cama y un boli a medio gastar.