Capítulo Uno

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—¡No tiene corazón, el fulano!

Al oír las vehementes palabras de su cuñada, Fluke Pharm Thitiwat prefirió
seguir fijando la vista en la verde hierba que tenía delante de sus ojos.
El funeral ortodoxo griego había terminado, y todos habían presentado sus respetos, todos menos él. De pie al borde de la tumba, con una rosa blanca en la mano, intentaba digerir la situación: el fin absoluto de su matrimonio.

Sentía una mezcla de culpa y alivio en su interior, un buen caldo de cultivo para que lo hiriesen las palabras de Iona.

Alivio porque su tormento había terminado. Nadie volvería a amenazarlo con quitarle a sus hijos. Y culpa, por ser aquella su reacción ante la muerte de otro ser humano, y en especial de Dion, un hombre con el que hacía seis años se había casado de buena fe, y con la estupidez que acompaña a la excesiva juventud.

—¡No tiene derecho a estar aquí! –continuó Iona, al ver que tanto Fluke como los demás deudos ignoraban aquel primer insulto.

La hermana menor de Dion tenía una cierta atracción por el dramatismo.
Instintivamente, Fluke miró la reacción de Ohm Thitiwat ante el estallido de su prima. Sus ojos negros no estaban posados en lona, sino en Fluke, y lo miraban con tal desprecio, que de haber sido una persona más débil, se habría visto tentado de arrojarse a la tumba con su marido.

No podía darse la vuelta, aunque se muriese por hacerlo. El desprecio de Ohm podría haber tenido cierta justificación, pero le hacía más daño de lo que le habían hecho las frecuentes infidelidades de Dion y sus estallidos de violencia.

El olor a tierra mojada y a flores, asaltaron su olfato y finalmente pudo desviar la mirada hacia la tumba de su marido.

—Lo siento —susurró Fluke inaudiblemente antes de arrojar la rosa blanca al ataúd y dar un paso atrás.

—Un gesto muy conmovedor, aunque vacío —siguieron los insultos, pero
directamente dirigidos a él, con la precisión de una afilada navaja en su corazón.

Fluke hizo un esfuerzo sobrehumano para darse la vuelta y mirar a Ohm, después de la mirada de reproche que éste le había dedicado.

—¿Es un gesto vacío el de un esposo que da su último adiós? —preguntó Fluke alzando la mirada.

Deseó no haberlo dicho. Aquellos ojos negros como el carbón lo quemaron con un desprecio que sabía que se había ganado, pero que igualmente lamentaba. De todo el clan Thitiwat, aquel hombre era el único miembro con derecho a despreciarlo. Porque sabía de primera mano que él no había amado a Dion, no apasionadamente y con todo su corazón, como él había necesitado ser amado.

—Sí, vacío. Le dijiste adiós a Dion hace tres años.

Fluke agitó la cabeza instintivamente a modo de negación. Ohm estaba equivocado. Él jamás se habría arriesgado a decir adiós a Dion antes de salir huyendo de Grecia con sus dos hijitas. La única posibilidad de escapar había estado en abordar un vuelo internacional a América antes de que Dion se diera cuenta de que se había ido.

Para cuando él había podido seguir su rastro, Fluke ya había iniciado su separación legal, impidiéndole que le quitase a las niñas. También había conseguido una orden de restricción de movimientos, apoyada en un informe en el que se daba constancia de sus heridas y costillas rotas como prueba de que no estaba seguro con Dion.

El clan de los Thitiwat no sabía nada de aquello. Ni siquiera Ohm, cabeza del Imperio Thitiwat y por tanto de la familia, ignoraba las razones del definitivo fin de su matrimonio. El gesto de Ohm se endureció.

—Es cierto. Nunca le dijiste adiós. No quisiste darle la libertad a Dion, aunque no quisieras vivir con él. Fuiste una pesadilla como esposo.

Sus palabras fueron una herida en el corazón, pero Fluke se negó a avergonzarse.

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