Capítulo Dos

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Fluke se sentó frente a su escritorio del pequeño estudio de su hogar en Atlanta, Georgia. Se oían las voces alegres de sus hijas de fondo.

Miró la carta de Ohm Thitiwat como si se tratase de un monstruo. En ella, Ohm solicitaba su presencia en Grecia para hablar sobre su futuro económico. Y peor aún, pedía también la presencia de Eva y Nyssa. Y había amenazado con no pasarle la suma mensual que recibía hasta que no se llevase a cabo tal encuentro.

Fluke sintió pánico. Desde hacía un año, después del funeral de Dion, se había prometido no volver a relacionarse con la familia Thitiwat. Pero bueno, si no para siempre, al menos por un largo período de tiempo.

Algún día las niñas tendrán que conocer a su familia griega. Pero no antes de que fueran lo suficientemente maduras como para entender el posible rechazo de la familia griega.

Es decir, hasta que no fueran adultas.
Era lo que deseaba. Sabía que no era realista. No después de las revelaciones que Dion había hecho en su última llamada telefónica, pero él pensaba postergar ese momento. Hasta que tuviera un trabajo estable y seguro, por ejemplo, o hasta que su tía Beatrice no la necesitase.

Decidió que Ohm se conformaría con una charla telefónica. No había motivo para que hiciera un viaje a Grecia sólo para hablar de dinero.
La confianza en que Ohm sería razonable y aceptaría una charla por teléfono se vio frustrada diez minutos más tarde, cuando lo llamó por teléfono y su secretaria le dijo que él no quería recibir su llamada.

—¿Cuándo quiere viajar, señor Thitiwat? —preguntó la eficiente voz, al otro lado del auricular.

—No quiero viajar —contestó Fluke—. Por favor, informe a su jefe que preferiría conversar por teléfono con él y que espero una llamada suya cuando le venga bien.

Colgó con las manos temblorosas, ante la sola idea de enfrentarse a Ohm Thitiwat personalmente. Diez minutos más tarde sonó el teléfono. Fluke pensó que sería la secretaria de Ohm y contestó.

—¿Sí?

—Mañana es la fecha de pago de tu pensión mensual.

Aunque no se hubiera identificado, no había dudas de quién era.

Se trataba de una voz que lo hechizaba en sueños, en sueños eróticos que lo
despertaban en mitad de la noche, sudando y temblando. Era capaz de controlar su mente cuando estaba consciente, pero incapaz de reprimir su inconsciente. Y los sueños no hacían sino atormentarlo, porque sabía que jamás volvería a experimentar esas sensaciones fuera de los sueños.

—Hola, Ohm.

Él no se molestó en contestar su saludo.

—No haré efectivo ese pago, ni ningún otro, hasta que no vengas a Grecia.

Fue un ultimátum, no una explicación.

Los exorbitantes precios de Brenthaven por el cuidado de su tía y los gastos de la universidad habían impedido que Fluke pudiera ahorrar lo suficiente para prescindir de la pensión. Necesitaba el depósito de dinero para pagar a Brenthaven, además de cosas como la comida y el gas.

—Podemos hablar por teléfono sobre lo que haya que acordar.

—No.

—Ohm... —Fluke se pasó la mano por los ojos, alegrándose de que no pudiera ver su expresión de abatimiento y debilidad emocional.

—Ponte en contacto con mi secretaria para organizar el viaje.

Ohm colgó. Fluke se quedó mirando el aparato. Le había colgado. Él juró como jamás debería hacerlo un caballero, y puso el auricular en su sitio.

Culpa y Engaño Donde viven las historias. Descúbrelo ahora