Capítulo Doce

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—Despierta, yineki mou. Es hora de levantarse —la voz de Ohm se filtró por su sueño.

—¿Por qué? —preguntó él, sin molestarse en levantar la cabeza de la almohada. Le dolía el cuerpo en lugares donde nunca había pensado que tenía músculos.

—Ven, agapi mou. Abre los ojos para mi.

Fluke se incorporó.

¿Ohm lo había llamado «su amor»?

Buscó su rostro, pero no vio ninguna señal de ternura.

—Debes ser fuerte —le dijo él, serio.

Fluke sintió pánico.

—¿Eva, Nyssa?

—Están bien —le rodeó el brazo desnudo.—Se trata de tu tía.

Fluke no podía formular la pregunta que tenía que hacer.

El pareció interpretar su duda y dijo:
—Está viva. Pero ha tenido otro ataque. El médico no cree que se recupere.

—¿Qué quieres decir? —susurró con voz entrecortada.

Fluke sabía qué quería decir. Su tía Beatrice iba a morir.

—¿Cuánto tiempo?

—No lo saben. Tal vez un día, tal vez una semana.

—Tengo que ir —se puso tenso ante la posibilidad de su negativa.

—El jet está esperando en el aeropuerto ya. El helicóptero está listo para llevarnos allí. Dúchate y vístete.
Puedes comer en el avión. Yo ya he hecho el equipaje.

—¿Vas a ir conmigo? ¿Me dejas ir?

—Por supuesto. Eres mi esposo. Tus preocupaciones son las mías.

Estaba muy sorprendido. Cuando estaba en la ducha, pensó en las niñas.
Vestido con la ropa que Ohm había llevado para él, con el cabello húmedo
aún, Fluke abandonó la habitación.
Fue en busca de Ohm. Lo encontró en el estudio, hablando por teléfono.

Cuando lo vio entrar, le preguntó inmediatamente: —¿Estás listo?

—¿Y las niñas?

—Están bien con sus abuelas. Esperan que nos vayamos una semana de luna de miel. No hay motivo para que las disgustemos con la noticia.

Fluke asintió. Pocas veces las había llevado a visitar a tía Beatrice, porque
los niños ponían nerviosa a tía Beatrice, y por lo tanto, las niñas se ponían nerviosas también.

—Estoy listo. Esto es muy cómodo —señaló el conjunto rojo hasta que le había llevado él.

—Me parece que no lo elegí por eso —sonrió él, mirando su cuerpo.

Fluke se puso colorado.

—¡Ah! ¿Lo elegiste tú?

Recordó el día en que casi habían hecho el amor en el coche, y que él iba
vestido de rojo.

—Sí —contestó él.

Y lo acompañó al ascensor.

Ohm insistió en que intentase dormir en el avión. Pero no lo consiguió hasta que se acostó con él en la cama, y lo estrechó en sus brazos y lo tranquilizó con su presencia.

En ocho horas llegaron a Atlanta. Cuando Fluke comentó lo bien que había hecho el viaje, él le dijo que había dicho al piloto que volara a la máxima velocidad posible, y que no parase para repostar.

Una vez más Ohm había arreglado todo para que los tratasen como a pasajeros VIP, y al salir los estaba esperando una limusina que los llevaría directamente a Brenthaven.
Lo acompañó por los pasillos de Brenthaven agarrándolo de la mano.
La habitación olía a hospital. Tía Beatrice estaba muy pálida. Fluke se acercó a la cama. Su tía respiraba con dificultad. Fluke empezó a temblar, pero intentó ahogar el gemido de dolor que se le había anudado en la garganta.

Culpa y Engaño Donde viven las historias. Descúbrelo ahora