El viento soplaba frío en las calles empedradas del pequeño pueblo de Valle Serene, donde los copos de nieve comenzaban a cubrir todo con su manto blanco. Clara caminaba por el parque, con la bufanda enrollada apretadamente alrededor de su cuello, sintiendo la frescura del aire que traía consigo el aroma a pino. Este era su lugar favorito; cada rincón del parque tenía una historia, un recuerdo anclado en las estaciones pasadas.
A su alrededor, los árboles se balanceaban suavemente y sus ramas estaban teñidas de blanco. Desde que su familia se mudó a Valle Serene cinco años atrás, había aprendido a amar la quietud del invierno. Aunque la nieve podía parecer fría, para Clara era un espacio en blanco, una invitación a escribir, a crear, un refugio para sus pensamientos más profundos.
Con un cuaderno en mano, se sentó en un banco y comenzó a escribir un poema sobre la belleza efímera de la nieve. Pero su mente estaba distraída. Cada palabra que plasmaba en el papel se veía interrumpida por la imagen de Leo, su mejor amigo, que seguramente estaría en su estudio, preparando sus nuevos lienzos y esperando su regreso.
—Si Leo me viera ahora, con este frío, seguro que me regañaría —murmuró para sí misma, sonriendo al recordar su voz suave, casi paternal. —"Clara, tienes que cuidarte", diría.
El pensarlo la llevó a recordar cómo había estado a su lado en los momentos más importantes de su vida. Leo siempre había sido su refugio, el amigo que la entendía sin necesidad de palabras. Pero en el fondo, había una chispa de duda en su corazón; la complicidad que compartían escondía algo más profundo, algo que Clara aún no estaba lista para confrontar.
Así, se decidió a regresar al estudio de Leo. El camino lo conocía bien, rodeado de cabañas de madera y luces parpadeantes que empezaban a iluminar el pueblo al caer la tarde. La nieve crujía bajo sus botas mientras pensaba en cómo sería su encuentro. ¿Estaría Leo ansioso de compartir sus pinturas? ¿Podría ser este un buen momento para hablar sobre lo que sentía?
Cuando llegó frente al estudio, notó que la puerta estaba entreabierta. Clara respiró hondo y empujó suavemente la puerta, dejando entrar una suave corriente de aire frío en el cálido espacio. El estudio de Leo era un caos organizado: frascos de pintura desparramados, lienzos en diferentes etapas de finalización y el inconfundible aroma a trementina.
—¡Hola! —anunció Clara, sonriendo mientras se acercaba a la mesa de trabajo—. Espero no interrumpir.
Leo se volvió, con un pincel en la mano y manchas de colores en su camiseta. Su rostro se iluminó al ver a Clara.
—Nunca interrumpes, Clara. Siempre eres bienvenida —dijo, limpiándose las manos en un trapo mientras se acercaba—. ¿Cómo estuvo el día?
—Inspirador, como siempre —respondió ella, tratando de ocultar la ansiedad que empezaba a surgir en su interior—. Estaba pensando en la belleza de la nieve y...
La conversación fluyó, llena de risas y anécdotas sobre su infancia y sueños. Pero en el fondo, Clara sabía que el equilibrio de sus sentimientos estaba a punto de cambiar.
Mientras hablaban, de repente, la puerta del estudio se abrió de par en par. Un aire fresco envolvió el lugar, y en el umbral apareció Daniel, un forastero que había llegado al pueblo hace unas semanas. Su presencia era cautivadora, y la chispa de interés en sus ojos hizo que Clara se detuviera en seco.
—Hola, chicos —saludó Daniel, su voz melódica llenando el espacio—. Espero que no me estén echando de menos.
La sorpresa en los ojos de Clara se mezcló con la confusión. Este nuevo elemento alteraba todo; una sensación extraña se deslizó por su espalda. Leo lo miró, un tanto reservado, y Clara sintió que algo en el aire cambiaba.
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Antes de Septiembre
RomanceEn un pequeño y pintoresco pueblo donde los inviernos son largos y las noches estrelladas invitan a la reflexión, se desarrolla un intenso triángulo amoroso que desafía el concepto del amor verdadero. Clara, una joven apasionada por la poesía, se en...