Estados Unidos Mexicanos

30 7 3
                                    


El gran salón del Congreso estaba lleno. Los miembros más influyentes del gobierno se habían reunido para discutir una cuestión de suma importancia: la relación entre Estados Unidos y México, y el conflicto que había ido creciendo como una tormenta imparable. La atmósfera estaba cargada de tensión, y todos los ojos se dirigían hacia Estados Unidos, quien se encontraba sentado en silencio, observando sin expresión alguna.

Parecía una estatua viviente.

Las emociones en su interior eran un caos; la traición que había sentido aún lo consumía, y cada vez que pensaba en México..., el dolor se mezclaba con una ira fría.

—La situación en el sur es insostenible —declaró uno de los senadores, levantándose de su asiento—México es débil dividido. Esta es nuestra oportunidad de expandir nuestras fronteras y asegurar nuestra posición como la nación más poderosa de este continente.

Hubo murmullos de aprobación en la sala. Muchos de los presentes habían llegado con la firme intención de apoyar la invasión. La idea de anexar los vastos territorios de México, de expandir el país de costa a costa, era una oportunidad que no podían dejar pasar.

Otro congresista asintió, golpeando la mesa con su puño cerrado.

—El suroeste es un territorio estratégico, lleno de recursos. Si no lo tomamos ahora, otros lo harán. No podemos permitir que México siga controlando esas tierras. ¡Es nuestra oportunidad para expandirnos y consolidar nuestra influencia en el continente! El destino manifiesto de Estados Unidos es gobernar estas tierras. Es nuestro derecho y nuestro deber. México ya ha demostrado que no puede gobernarse a sí mismo; es nuestro deber intervenir, por el bien de la región.

Mientras los discursos continuaban, Estados Unidos permanecía en silencio, su mirada fija en la mesa frente a él. Las palabras sobre "destino" y "deber" resonaban en sus oídos, pero no lograban encender el fuego patriótico que antes habría sentido. En su mente, solo había una imagen: la de México, arrodillado y sollozando, rogándole por perdón. Y detrás de esa imagen, la traición, una traición que no podía olvidar ni perdonar.

—Señor Estados Unidos, ¿qué opina usted? —preguntó uno de los senadores más veteranos, dirigiendo la atención de todos hacia él— Su opinión es crucial para la decisión que tomemos hoy. Después de todo, usted conoce mejor que nadie a México.

Estados Unidos levantó la mirada, sus ojos recorrieron la sala, observando las caras expectantes de los congresistas. Sabía que la mayoría ya había tomado una decisión. Ellos querían la guerra, querían el territorio. Lo único que necesitaban era su aprobación.

—Es el momento de actuar —insistió otro congresista—México no podrá resistir. Este es nuestro momento para demostrar nuestra fuerza y cumplir con nuestro destino.

Pero Estados Unidos no sentía esa urgencia, no sentía el orgullo que solía acompañar la expansión de su nación. Lo que sentía era una herida profunda, un dolor que aún no había sanado. Y mientras todos esperaban su palabra, todo lo que podía pensar era en cómo México lo había traicionado. Cómo había cruzado una línea que no podía deshacerse. Y esa traición le pesaba más que cualquier consideración estratégica o política.

—Señor Estados Unidos —presionó otro congresista, notando su silencio—. Necesitamos su opinión. ¿Está a favor de la invasión?

La sala quedó en silencio. Todos esperaban su respuesta, la última palabra que definiría el futuro de la nación.

Estados Unidos sintió cómo la presión en la sala se intensificaba. Sabía que, en otro tiempo, habría defendido a México, habría encontrado la manera de evitar un conflicto de esta magnitud. Pero ahora, tras la traición que había sentido, se encontraba dividido entre el deseo de justicia y la lealtad a su país.

El Viaje de Dos Colonias (USAMEX) CountryhumansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora