Capítulo 16. Bienvenido a Cootford agente, parte: 2.

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Henry Hunter

Observaba la maleta abierta sobre la alfombra, las primeras luces del amanecer colándose a través de las cortinas transparentes de la habitación. A cada prenda que guardaba, sentía el peso de la despedida. Son exactamente las 7 de la mañana, y Jill aún duerme profundamente en la cama, su cuerpo envuelto en la sábana color melón que la noche anterior habíamos dejado de lado en medio de la pasión. La intensidad de nuestros últimos momentos juntos aún resuena en mi pecho, una mezcla de tristeza y deseo. Me detuve un instante, contemplando su silueta serena. La tranquilidad de su respiración me resultaba casi hipnótica, y me debatí entre terminar de empacar o deslizarme de nuevo entre las sábanas para sentir su calor una vez más. Con un suspiro, decidí que debía seguir adelante.
Cada minuto que pasaba me acercaba más a la hora de partir. Tomé una camisa y la doblé cuidadosamente antes de colocarla en la maleta. Mis manos se movían automáticamente, pero mi mente estaba atrapada en los recuerdos de la noche anterior y todo lo que tengo que dejar aquí.
Jill se movió ligeramente, murmurando algo en sueños. Me acerqué a la cama y me incliné para besar su frente, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis labios. Quería grabar ese momento en mi memoria, llevarlo conmigo a donde fuera, se que no es correcto en ser negativo, pero en esta misión es muy probable que no pueda sobrevivir si nos descubren, claro algo que no permitiré que pase. Pero no puedo descartar esa idea de mi cabeza.

Finalmente, cerré la maleta y la coloqué junto a la puerta. Me quedé allí, observándola una vez más, sabiendo que este adiós sería uno de los más difíciles para ella por el largo tiempo que duraré fuera de casa. La luz del sol comenzaba a iluminar la habitación, y supe que era hora de seguir preparándome.
Bajé a la cocina, con el eco de la habitación todavía en mi mente. Decidí preparar un desayuno que pudiera traer un poco de normalidad a este día tan cargado de emociones. Abrí el refrigerador y saqué algunos huevos, chuletas de cerdo y pan. También encontré fresas frescas y decidí que serían el toque final perfecto.
Mientras los huevos burbujeaban en la sartén y el aroma de las chuletas llenaba la cocina, mis pensamientos continuaban divagando entre el pasado y el presente. Cada movimiento era casi mecánico, pero mi corazón latía con fuerza, lleno de una mezcla de nostalgia y determinación. Preparé tostadas y las unté con mantequilla, intentando que todo saliera perfecto, como un último gesto para Jill antes de mi partida. Las fresas, rojas y jugosas, las lavé con cuidado, colocando algunas en un pequeño tazón junto a la bandeja. Cuando todo estuvo listo, miré el desayuno con una sensación de satisfacción y tristeza al mismo tiempo. Este era un momento que quería que Jill recordara, un pequeño oasis de paz en medio de la tormenta que estaba por venir.
Tomé la bandeja y comencé a subir las escaleras, sabiendo que, aunque las despedidas son difíciles, estos pequeños momentos de cuidado y amor son los que nos sostienen y nos dan fuerzas para seguir adelante.
Al regresar a la habitación con la bandeja de desayuno, me detuve en la puerta y observé a Jill, aún dormida y envuelta en la sábana color melón que ahora me permite verle un párate de su trasero. Un nudo se formó en mi garganta mientras mis pensamientos divagaban hacia Jenna, una sombra persistente en mi vida, en mi mente y en mi piel.
Jenna, con su cabello oscuro y su sonrisa enigmática, había dejado una marca indeleble en mi corazón. Recordé las mañanas en las que le preparaba el desayuno con amor, su risa llenando la cocina mientras yo cocinaba solo para ella. Aquellos momentos estaban impregnados de una felicidad pura y sencilla que nunca he podido replicar.
Aunque estaba aquí, con Jill, la imagen de Jenna seguía asomándose en mis pensamientos, como un fantasma que no quería dejarme en paz. El amor que sentí por ella era algo que no podía ocultar, una parte de mí que siempre estaría incompleta.
Me acerqué a la cama y coloqué la bandeja sobre la mesita de noche, tratando de apartar esos pensamientos. Jill merecía mi atención y mi amor, y aunque Jenna siempre estaría presente de alguna manera, debía encontrar la manera de seguir adelante. Me senté en el borde de la cama, acariciando suavemente el cabello de Jill, esperando que despertara y pudiéramos compartir juntos este último desayuno.
Con delicadeza, arropé el trasero de Jill con la sábana, asegurándome de que estuviera cómoda. Ella comenzó a despertar lentamente, sus ojos parpadeando mientras se adaptaban a la luz del amanecer. Me acerqué a ella y dejé suaves besos en su espalda, sintiendo cómo su piel se estremecía bajo mis labios. Jill sonrió, aún medio dormida, y murmuró un suave.

"EL VEREDICTO DEL DESTINO" [2] 🐈 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora