Capítulo 5: Jerónimo Vilka

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Era un hombre de metro y medio. Usaba una túnica blanca con franjas negras. Llevaba siempre un collar de piedras azules, verdes y amarillas, una corona de plumas de tucán y una lanza muy bien pulida. Sus ojos resaltaban gracias a las líneas rojas, gruesas y horizontales que partían desde la punta de sus orejas hasta llegarle a las cejas. Este era Jerónimo Vilka. El hombre que tomaba las decisiones más importantes en Guataijachu, el Apu de aquella comunidad y la persona con quien estaba a punto de reunirme.

Carlos había tenido mucho que ver. Gracias a la amistad que compartía con Jerónimo, la reunión había sido concertada para esa tarde. Habíamos quedado en encontrarnos a las tres en punto. A mi lado iba Henryk. No había podido convencerlo de que me dejara hablar solo. Cuando llegó la hora, entramos en la carpa. Nos esperaba solo una mesa hacia el lado derecho. Esperamos por quince minutos en medio de un silencio que no hacía más que disminuir la paciencia de Henryk cada vez que se asomaba hacia afuera y se topaba con campos verdes interminables y húmedos.

Mucho después llegó Jerónimo. Venía solo. Cuando entró en la carpa hizo una pequeña reverencia. Solo yo le devolví el gesto.

          —¿Dónde están los demás? —le preguntó Henryk.

Jerónimo se mantuvo en silencio. Su semblante daba la apariencia de encontrarse meditando.

          —Déjame esto a mí. No te preocupes —dije en voz baja mientras me llevaba a Henryk a un costado—. Conseguiré lo que necesitas, te lo prometo.

Su rostro se relajó y al poco tiempo se retiró haciendo una reverencia en frente de Jerónimo. Desde un lado de la carpa lo veía alejarse. Comenzaba a sentirme más calmado y con menos peso en los hombros.

          —Ese hombre es peligroso —dijo Jerónimo caminando hacia mí.

          —¿Sabes por qué estoy aquí? —le pregunté en voz baja.

Jerónimo asintió mientras miraba concentrado por encima de mi cabeza. Carlos me había comentado de su capacidad para todo lo espiritual y metafísico. En Guataijachu se hablaba de él. Decían que sabía mucho de chakra, de espíritus y que además podía leer auras.

          —Emanas dorado —me dijo señalando alrededor de mi cabeza—. Tienes la capacidad de ser un camaleón.

Lo miré extrañado sin saber a lo que se refería y luego se me acercó con una pequeña piedra que colocó en la palma de mi mano.

          —Mantenla contigo. Ayudará a que estés siempre en balance y te evitará los dolores de cabeza que últimamente has tenido.

Me quedé asombrado mirando la piedra. No porque tuviera algo especial, sino porque en solo unos minutos Jerónimo parecía saber muchas cosas de mí.

          —Antes venía otro hombre por aquí. Ahora es Henryk. Aún no sé mucho de él, pero no me da confianza. Esa compañía no deja de molestarnos.

Jerónimo comenzó a explicarme todo lo que había pasado entre él y la compañía, incluyendo las continuas injusticias que había tenido que soportar como representante de Guataijachu. Incluso había ido a la cárcel sin justificación y todo porque no había cedido ante sus demandas.

          —No hay forma de terminar con ellos. O te les unes o estás en su contra, así es como ellos lo ven. Esta es una bomba de tiempo. Si no nos unimos ahora, terminaremos luchando solos —dijo mientras caminábamos hacia la mesa.

Puse los documentos encima tímidamente.

          —Todos están de acuerdo con que firme. Aquí somos guerreros —dijo dándome ánimos mientras tomaba el lapicero que le ofrecía.

La firma de Jerónimo le permitiría a Henryk avanzar con el proyecto que tenía programado para Guataijachu. Tenía que averiguar lo que buscaba en esas tierras, así como en Huachukuray. Al finalizar la reunión, fui a la casa de Henryk. Sabía que me esperaría allí. Cuando llegué, estaba cerca del sofá de la sala. Se le veía ansioso.

          —¿Qué tal te fue?

          —Aquí está -dije poniendo el sobre encima de la mesa que tenía en frente.

Su rostro se llenó de satisfacción y mientras se acomodaba en el sofá vi que de un bolsillo sacó una pastilla.

          —Me ayuda a relajarme —dijo mientras se la tomaba.

Lo había visto tomársela antes. Me quedé sentado esperando hasta que su mirada se perdiera en esa especie de agujero negro interminable que lo alejaba cada vez más de esta realidad. Cuando quedó inconsciente pensé en buscar la información que necesitaba en su oficina. Sabía que se encontraba al final del pasadizo. Lo primero que vi una vez allí fue su maletín. Lo llevaba siempre a todos lados, pero necesitaba una clave. Tuve que dejarlo. Al costado, encontré recibos provenientes del proyecto de Huachukuray y unas cartas en un idioma que no entendía enviadas por un tal Aldo Schloss.

También había sobres. En uno de ellos, encontré un mapa y por sus características no me costó trabajo descifrarlo. Se parecía mucho a los que mi abuelo se había empecinado en hacer que yo entendiera. El mapa mostraba yacimientos de oro y plata en Guataijachu. Estos se encontraban debajo de las viviendas de los pobladores. Seguí buscando entre los papeles para ver si se mencionaba algo de Huachukuray. De repente escuché unos pasos que se acercaban a la oficina. Rápidamente intenté dejar los documentos tal como los había encontrado y me escondí debajo del escritorio. La puerta se abrió lentamente y pude ver que Henryk tomó su maletín y salió de ese lugar.

          —Tiene que haberme visto. ¿Ahora qué le digo? —pensé mientras buscaba una salida.

La puerta se quedó entreabierta y pude ver que Henryk se dirigía a la sala. Al costado de la oficina se encontraba un baño y en ese momento me metí rápidamente para jalar la palanca. Cuando me di la vuelta para salir me topé con los ojos de Henryk.

          —¡Estabas allí! —me dijo mientras me pedía con una mano que caminara hacia la sala.

          —Solo necesitaba usar el baño, pero aún dormías... —respondí.

          —Es hora de irnos. Se nos hará tarde.

Durante el camino de regreso nos envolvía el silencio. Yo miraba la ventana y pensaba en aquel mapa que se me había quedado grabado en la mente. Me sentía disgustado porque Henryk nos había engañado. Él y esa compañía sabían muy bien lo que estaban haciendo.

Cuando llegó la madrugada, frente a nosotros se abrió una soledad negra e infinita. Comencé a recordar la noche en la que huimos de Menmel detrás de mi abuelo. Antes de morir me había confesado que lo hicimos para escapar de un destino que teníamos marcado en aquel lugar. Y ahora yo me preguntaba si aquella había sido únicamente una ilusión, porque aquel destino parecía haber encontrado la forma de volver a nosotros.

Huachukuray (EN PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora