Capítulo 6: El alcalde de Huachukuray

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          —Si lo que viste en ese mapa es cierto, yo puedo ayudarte a comprobarlo —me dijo Jacinto.

Y tenía razón porque siendo el único heredero de la tradición de los Reyna su ayuda podía beneficiarnos, pero yo estaba en contra. Temía por su vida especialmente ahora que Henryk había dejado de venir a Huachukuray.

Tras la firma de Jerónimo, Henryk había dejado de supervisar la construcción de los colegios. En su lugar, uno de los obreros había quedado al mando. Tres semanas después y con el objetivo complido, los obreros se despidieron. El proyecto había llegado a su fin y el silencio volvía a retomar su camino entre nuestras calles.

Esa misma tarde de Jacinto no volví a escuchar.

          —Tú lo conoces. Debe haber ido a Guataijachu —me dijo Carlos cuando me recibió en su casa.

La ansiedad hizo que al llegar la noche se me fuera el sueño. Carlos se quedó esperando a mi lado. Al día siguiente, abrí los ojos en la misma sala. No lo había soñado. Jacinto seguía ausente y ahora tampoco sabía dónde se encontraba Carlos.

En ese momento la puerta principal se abrió.

          —Es de Jerónimo —me dijo Carlos al entrar.

Tenía un papel en las manos.

          —¿Y Jacinto? —pregunté ansioso.

Carlos tomó asiento mientras volvía a leer el mensaje.

          —Ahora entiendo todo... estos sinvergüenzas lo sabían...

Jacinto había encontrado pepitas de oro en el caudal del río Esperanza, a un kilómetro de las viviendas de los pobladores de Guataijachu.

          —El mapa es real —añadió Carlos.

          —Entonces debajo hay oro... debajo de sus casas como lo vi en el mapa, por eso los quieren mandar a vivir a las afueras —dije preocupado.

Pero eso no era lo más alarmante. El problema había escalado. Ahora la comunidad de Guataijachu se oponía firmemente a dejar que Henryk y la MSEC realizara algún trabajo en sus tierras. Luego de enterarse del oro, cerraron todos los caminos para impedir que algún camión ingresara. Por ello Henryk había dejado de venir. Su proyecto en Guataijachu había quedado paralizado y Jacinto había tenido que quedarse escondido con ayuda de Jerónimo para evitar levantar sospechas.

Mientras esto ocurría a treinta kilómetros de nosotros, en Huachukuray, las preocupaciones eran distintas. Todo giraba en torno a la inauguración de los dos colegios. Tuvimos más de cinco reuniones en los últimos días solo para saber cuán grande debía ser este evento. Marlene Ruiz, esposa de Juan Huarcaya, insistía que ya era momento de tener un alcalde en Huachukuray. Todos sabíamos que su sueño era colocar a Juan en un puesto así de importante y esta era la oportunidad que ella estaba esperando para poder lograr su objetivo.

Los Huarcaya eran los más adinerados del pueblo. Para quienes habíamos tenido la suerte de ser invitados alguna vez a su casa, era fácil notar la gran calidad y variedad de muebles que tenían en todas las habitaciones. A Marlene le encantaba mostrárselos a las visitas y, para jactarse aún más, ella misma guiaba el recorrido cuarto por cuarto. Pero quizás el tesoro más grande de los Huarcaya se encontraba en la comida que servían. Era increíble ver la cantidad de frutas, verduras, carnes y postres que Marlene servía en sus almuerzos y todo porque para ellos gastar de esa manera tan descomunal representaba el poder que tenían.

Los Huarcaya habían tenido la suerte de vivir en el lugar más fértil de todo el pueblo. Sin embargo, antes de conocer a Marlene nadie en esa familia lo sabía. Hasta ese momento, aquella casa era igual a cualquier otra que existía en Huachukuray. Por años incluso se pensaba que sus tierras eran de las peores, pero Marlene no tardó mucho en cambiar esa suerte. Con el dinero que había podido ahorrar trabajando con su abuelo ordenó desde Menmel unos fertilizantes orgánicos que, en casi dos años, le ayudaron a acabar con todas las malezas.

En Huachukuray, no había agricultor que superara la calidad y tamaño de los productos que Marlene comenzó a producir. Era increíble ver cómo, en poco tiempo, había posicionado a los Huarcaya no solo como los mejores productores en Huachukuray, sino que hasta había iniciado un comercio de exportación a Francia, Alemania y Dinamarca.

Algunos en el pueblo todavía no lograban entender cómo lo había logrado. Sin embargo, después me di cuenta que el problema radicaba en Juan y sus padres, quienes por años se habían reusado a trabajar esas tierras solo por aferrarse a la tradición alfarera que había pasado de generación en generación en su familia. Tradición que por alguna razón no había pasado aún a Juan Huarcaya, el único hijo de ese matrimonio.

Cuando Marlene lo conoció, quedó perdidamente enamorada de él. Era un tipo cabizbajo, desinteresado y de pocas palabras. Representaba perfectamente a sus padres quienes, a pesar de vivir ahora en una enorme y moderna casa, seguían aferrándose a sus dormitorios iniciales que con el paso de los años habían sido carcomidos por la humedad.

Juan parecía siempre andar en su mundo. Jamás se metía en problemas y parecía como paralizado en el tiempo. Nunca supe que tuviera un norte fijo y en el pueblo se rumoreaba que, si no se hubiera casado con Marlene, se hubiera terminado casando con Adelita Capuñay.

Sandra, la madre de Adelita, decía lo contrario. Afirmaba que Juan sabía muy bien lo que quería y recordaba el brillo intenso que tenía en los ojos cada vez que visitaba a su hija. También recordaba que Juan hablaba casi siempre de alfarería, tal vez porque añoraba revivir aquellos momentos únicos y breves que compartió con sus padres de niño pero que, hasta ahora, no había logrado revivir.

Quizás lo peor era que no tenía ni la fuerza ni la personalidad para preguntarles o siquiera encararlos. Sus padres se negaban a responder por qué aquella tradición alfarera no le había sido heredada. Había simplemente quedado en el aire y guardada a toda costa, como si se tratara de un secreto que las manos viejas, pero delicadas de Marieta y Bonifacio Huarcaya intentaran proteger. Ellos eran los dueños de las vasijas de porcelana más bellas que alguien podía haber visto y que ahora se encontraban, a manera de exposición, en las vitrinas que había mandado a construir Marlene en el segundo piso de esa casa. Las tenía como trofeos sobrevivientes del tiempo y de los interminables enfrentamientos que había tenido con ellos, por no haberle pasado esa bella tradición a su amado esposo.

Era por todo esto que Marlene se había empecinado en que aquella tarde en la que nos reunimos para elegir al primer alcalde de Huachukuray, se eligiera a Juan. Quería que su esposo dejara de lado esa obsesión por la alfarería que lo había mantenido estancado en el tiempo. Al menos de alcalde, estaría ocupado pensando en otros asuntos y así dejaría de divagar hasta altas horas de la noche frente a esas vitrinas, mirando detenidamente las vasijas de sus padres.

Cuando Marlene se paró frente a todos nosotros para proponer a Juan, fui el primero en proporcionarle todo mi apoyo. Aunque Carlos estaba convencido de que lo más oportuno era nombrarme a mí, ya que mi posición con Henryk así lo ameritaba, opté por rechazar la propuesta de inmediato. Jamás hubiera querido tomar un puesto como ese. Ya tenía suficiente drama en mi vida junto a Henryk y definitivamente eso no era lo mío. Además, en Huachukuray no necesitábamos tener alcalde para resolver nuestros asuntos. Recurríamos siempre al diálogo y así nos habíamos manejado sin problemas por décadas. Pero era cierto que nuestros tiempos estaban cambiando y tal vez la propuesta de Marlene tenía sentido en este nuevo contexto.

Al dar las seis, Marlene había terminado de servir los últimos postres. No había alguien en el pueblo que hubiera comido tanto como aquella tarde. Marlene se encontraba satisfecha. Su esfuerzo estaba haciendo efecto. Ahora nadie se opondría a su propuesta después de haber comido tanto en su casa. Era cierto también que no le hacía daño a nadie. En el pueblo no había alguien con intenciones de ocupar ese puesto. En este contexto, aquella noche Juan Huarcaya fue elegido alcalde de Huachukuray para satisfacer dos propósitos. Por un lado, todos en el pueblo sabían que al elegirlo todo seguiría igual y por otro, Marlene esperaba que este cargo le cambiara la vida, para así dejar de ver a su marido subir al segundo piso de su casa todas las noches en vez de dormir con ella. 

Huachukuray (EN PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora