Capítulo 11: El Edificio Municipal

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Cuando me desperté lo primero que vi fue a Carlos. Se había quedado dormido, sentado en esa silla vieja de madera que tanto le gustaba y que se había empecinado en preservar a pesar de su estado. Tenía en las manos una taza que estaba a punto de rodar por sus rodillas. Quise pararme para evitar que se cayera, pero en aquel momento entendí por qué me encontraba en su casa.

Estaba de vuelta en Huachukuray y mis brazos y piernas habían dejado de responderme. Mi voz tampoco lograba abrirse paso y cuando cayó la taza al suelo Carlos se paró asustado, con la misma ansiedad que suele acompañar a una pesadilla.

          —¡Pensé que no ibas a despertar! ¡Dios me ha escuchado! ¿Recuerdas algo?

Quise decirle que recordaba todo, incluso lo que me había llevado a estar en ese estado, pero Carlos no paraba de mirarme con angustia. Yo en su lugar hubiera sido dueño de esa misma mirada frente a los sonidos estridentes y sin sentido que ahora me daba cuenta salían de mi boca en mi intento por decirle algo. Por suerte Carlos no tardó mucho en entender lo que me pasaba y comenzó a contarme todo lo que había ocurrido desde mi llegada.

Cuando ingresó Gino, Carlos tuvo que detenerse. Me había dicho que no confiaba en nadie que tuviera relación con la compañía para la que Henryk trabajaba. Gino era el técnico que había mandado la Mining Southeast Corporation. Venía a verme cada dos días y Carlos estaba seguro que contaba todo lo que veía y escuchaba. Al final de sus visitas, le entregaba a Carlos una bolsa con medicinas indicando que debía darme las pastillas tres veces al día y la inyección solo si volvía a perder el conocimiento.

          —¡Pierde cuidado! —me dijo Carlos mientras ponía la bolsa encima de la mesa—. Desde que llegaste, hace un poco más de tres semanas, me encargué de investigar para qué servían. Estuviste a punto de morir por el cianuro. Tienes mucha suerte de estar aquí con vida —añadió en voz baja mientras desde un lado de la ventana veía a Gino alejarse de su casa.

Y tal era mi suerte que aquel día en el que por fin pude abrir los ojos, me enteré que estaba por celebrarse un evento importante. En mi ausencia, Juan Huarcaya había finalmente tomado su cargo en serio y había mandado construir el Edificio Municipal de Huachukuray. Ahora tenía regidores, todos ellos amigos suyos de la infancia quienes juramentarían en una ceremonia oficial esa misma tarde.

En las calles Carlos me decía que había mucho movimiento. Todo porque la pequeña plaza que por años había quedado incompleta estaba a punto de ser inaugurada. A su lado izquierdo, ahora se encontraba el Edificio Municipal. En el primer piso alojaba cuatro oficinas. La cuarta era la más interesante. Allí trabajaba Nancy, una mujer robusta y de pocas palabras. A ella la escogió Marlene la tarde en la que se enteró que Juan necesitaba una secretaria para su despacho.

En el segundo piso estaba la oficina del alcalde. Un espacio amplio y finamente decorado. Y detrás del baño, una puerta se abría en secreto hacia el pasadizo que llevaba a un dormitorio. Ambos desconocidos por Marlene, pero diseñados por el mismo Juan para congraciarse con su amada Adelita quien, tras verlo juramentar como alcalde semanas atrás, comenzó a volverse más exigente en gustos y condiciones. Ahora el Monte de San Blas había perdido la emoción que le había ofrecido durante las madrugadas de todos los fines de semana en las que se encontraban. Adelita quería gozar también de esos nuevos aires que ubicaba a Juan al frente del pueblo y ahora exigía que su relación saliera a la luz. Para calmarla, Juan tuvo que someterse a sus caprichos. Desde las sábanas de seda y los perfumes de la India, hasta las alfombras persas, los muebles italianos y los innumerables vestidos parisinos que llenaban semana a semana los armarios de esa habitación en el Edificio Municipal.

Cuando la ceremonia comenzó eran las seis de la tarde. La plaza estaba llena y a un lado del podio Marlene le acomodaba la corbata a su esposo. Josefina, Ana y Angie se ubicaban en la primera fila. El lugar de Margarita seguía vacío. Había decidido quedarse en casa en son de protesta porque se rehusaba a acompañar a su padre después de haber comprobado la existencia del amorío que a ocultas sostenía con Adelita. A la izquierda de Juan, estaban sus regidores. Cada uno al lado de sus esposas, vestidos con sus mejores trajes y con sonrisas que daban la impresión de tener vidas perfectas. En la tercera fila se encontraba Adelita. Llevaba un vestido ceñido de color rojo y negro cubierto de encajes finos y un sombrero parisino de la Maison Laulhère. Se encontraba hablando amenamente con un joven alto que le sacaba a relucir esa amplia sonrisa que no había compartido en el pueblo desde su llegada.

La ceremonia duró no más de cuarenta minutos, luego Marlene nos invitó a su casa. En el camino pude ver que muchos me miraban con intriga. Carlos tuvo que decirles que había tenido un accidente automovilístico a las afueras del pueblo y que demoraría todavía algunos meses en recuperarme.

Algunos escucharon y se conmovieron, otros se acercaron para decirme que rezarían por mí y unos pocos siguieron su camino sin decir nada. A lo lejos se escuchaba cómo entre cuchicheos mi nombre pasaba de boca en boca y para cuando llegamos a la casa de los Huarcaya me di con la sorpresa de que cada uno de los invitados manejaba por lo menos dos o tres versiones de lo que me había ocurrido. La más interesante fue sin duda la versión que había esparcido Alicia Encinas y la cual había llegado incluso hasta los oídos de Marlene. Se trataba de un accidente en el cual se condenaba el alto nivel de alcohol que supuestamente había ingerido y el cual me había llevado al estado de parálisis en el que ahora me encontraba. Lo bueno fue que aquella versión no tardó mucho en desaparecer apenas Adelita ingresó a la sala de los Huarcaya. Venía en compañía de Jean Philippe, el mismo joven que había permanecido a su lado durante la ceremonia. Llegaron justo cuando Marlene terminaba de organizar la mesa de postres. Hacia un costado de los bizcochuelos de chocolate, se encontraba Juan con el rostro tenso y atento a los movimientos de ese joven apuesto, quien acababa de tomar la mano de Adelita con tanta naturalidad que hacía pensar que la conocía desde hace mucho tiempo. Ella le devolvió el gesto con una sonrisa y a Juan terminaron tensándosele los labios.

Margarita lo miraba con desdén, escondida cerca de los barandales del segundo piso. Marlene también se había dado cuenta. Conocía a su esposo y más aún su mirada perdida en una mujer que no era ella. Marlene no pudo tolerarlo más y se acercó. Llegó justo cuando terminaba de estrechar la mano de Jean Philippe.

          —¿Y esta preciosa dama? —preguntó él acercándose a Marlene.

          —Es la señora Huarcaya —dijo Adelita intentando sonar amable.

          —Soy Marlene —respondió sonriendo y extendiendo su mano derecha en frente de Jean Philippe.

Él la tomó con delicadeza mientras buscaba su mirada. Adelita aprovechó la situación para salir en dirección a Juan, y Carlos y yo nos quedamos de oyentes.

          —¿Quién es el tipo ese? ¿Por qué dejas que se te acerque tanto? —dijo Juan enojado apenas tuvo a Adelita cerca.

          —Es solo mi medio hermano, no te pongas así —respondió dándole un beso en la mejilla.

Para este momento la conversación había llevado a Marlene y Jean Philippe hacia la entrada de la casa. Desde allí Marlene se empeñaba en mirar a su esposo. Ahora Juan le hablaba al oído a Adelita.

          —Eso de allí no va a cambiar —dijo Jean Philippe mirando hacia ese mismo lugar con un cigarrillo en sus labios.

          —¿Cómo puedes estar seguro? ¿Tú qué sabes? —dijo Marlene.

Y en su intento por probarle lo contrario, se acercó a Juan pensando que al ver su rostro su esposo tomaría conciencia y saldría corriendo tras suyo, pero aquella noche Juan ni la miró. Marlene había quedado relegada a ser una sombra al lado de Adelita. Regresó entonces a la entrada de la casa, allí junto a los claveles rosas la seguía esperando Jean Philippe.

          —¿Ya lo decidiste reina? —le dijo con una sonrisa.

Marlene se paró en frente suyo. Dio un último vistazo a su esposo y tomó a Jean Philippe de la mano.

          —Está bien, pero solo será esta vez.

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⏰ Última actualización: Oct 01 ⏰

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