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Apenas Minho cerró la puerta de mi penthouse tras dejarme, sentí que las lágrimas comenzaban a brotar sin control. Me dejé caer en el suelo, mi cuerpo temblando por los sollozos y el dolor físico. La alfombra suave bajo mis manos contrastaba con la dureza de mis emociones.

—¿Cómo puedo ser tan débil? —murmuré entre lágrimas, golpeando el suelo con frustración —¿Por qué sigo cayendo en sus juegos una y otra vez?

Con pasos temblorosos, me arrastré hasta el baño, cada movimiento enviando oleadas de dolor a través de mi cuerpo maltratado. Al enfrentarme a mi reflejo en el espejo, apenas reconocí al hombre que me devolvía la mirada.

Los moretones en mi cuerpo formaban un mapa de nuestra pasión desenfrenada, cada marca un recordatorio vívido de la intensidad de nuestro encuentro.

—Maldito seas, Minho —susurré, trazando con mis dedos un moretón particularmente oscuro en mi cadera —Maldito seas por hacerme sentir así.

Tomé la pomada que Minho me había dado y comencé a aplicarla sobre las contusiones, siseando por el dolor. El aroma mentolado del ungüento llenó mis fosas nasales, trayendo consigo recuerdos no deseados de su cercanía.
Pero mientras mis dedos trazaban cada marca, una verdad incómoda comenzó a emerger. A pesar del dolor, a pesar de la vergüenza, una parte de mí anhelaba estas marcas. Me encantaba cómo el peligris dejaba su huella en mi piel, cómo cada punzada de dolor me recordaba la intensidad de nuestros encuentros.

—¿Qué está mal conmigo? —pregunté a mi reflejo, mis ojos llenos de confusión y disgusto —¿Cómo puedo desear algo que me hace tanto daño?

Era inexplicable lo que él provocaba en mí. Apenas lo veía, solo podía pensar en sus labios sobre los míos. Y apenas terminábamos de tener sexo, sentía la necesidad de tenerlo sobre mí nuevamente. Era como una obsesión enfermiza que estaba desarrollando por él. Pero al mismo tiempo, no lo soportaba. Odiaba a ese malnacido.

Días después, cuando llegué a la pista para las prácticas de la carrera de exhibición, mi corazón dio un vuelco al ver el equipo de Minho trabajando en su auto. Lo vi a lo lejos, su figura esbelta inclinada sobre el motor, y no pude evitar recordar cómo me había cuidado después de nuestro último encuentro, cómo me había vestido con tanta delicadeza.

—Concéntrate, Jisung —me regañé a mí mismo —Estás aquí para trabajar, no para fantasear.

Me acerqué, decidido a mantener una fachada de profesionalismo.

—Buenos días a todos —saludé con una sonrisa forzada, incluyendo al equipo de Minho en mi saludo.

Pero cuando vi cómo Minho me ignoraba deliberadamente, volteando la cabeza como si yo no existiera, sentí que la furia volvía a apoderarse de mí. Ahí estaba otra vez, el Minho que odiaba, el que me hacía hervir la sangre.

La práctica comenzó bien, todos parecían optimistas.

—Buen ritmo, Jisung —comentó uno de los mecánicos —Si mantienes esa velocidad en las curvas, tendremos una buena ventaja.

Pero pronto, Minho y yo empezamos a criticar mutuamente nuestras formas de conducir. Lo que comenzó como comentarios sutiles escaló rápidamente a una discusión acalorada.

—¡Tu forma de tomar las curvas es un desastre! —le grité a través del intercomunicador, frustrado por su aparente falta de consideración por nuestra estrategia conjunta —¿Acaso quieres que nos estrellemos?

—¡Y tu obsesión por la velocidad nos va a costar la carrera! —replicó él, su voz cargada de desprecio —No todo se trata de ir rápido, Jisung. ¿O es que tu cerebro no puede procesar algo más complejo?

Derrapa en mis curvas • +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora