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—Maldito, perro, hijo de puta, desgraciado, mamaguevo, parido por el culo, come mierda, bastardo, cabrón y mil veces malparido —insulté con el corazón a mil por hora.

Miré a Minho y estaba muerto de la risa en la cama, el malnacido hasta estaba llorando de tanto reír.

—Apaga la televisión, no veré más nada —le dije mientras buscaba el control remoto para apagar esa mierda.

—El brinco que pegaste no fue normal —dijo Minho entre carcajadas.

—¡Te dije que no quería ver una película de terror! ¿¡Cómo van a poner a la mal cogida de la vieja puta zorra esa poseída a aparecer de la nada?! —peleé solo por toda la habitación mientras el otro se ahogaba de tanto reír—. Me la mama la perra esa y la madre de ella, y la madre de su madre, y el demonio ese que se le metió por el hueco del culo me la mama también.

¡Dios santo! Cuando esa vieja apareció de repente, pegué un brinco que casi, casi llego a la puerta de la habitación. Y al sucio de Minho le dije que no quería ver nada de terror, y me juró que esta no daba tanto miedo.

—Ven y arrodíllate conmigo, vamos a rezar porque siento que se me va meter el espíritu de la vieja puta esa —le dije a Minho pero como se estaba riendo como estúpido no me hizo caso.

Me llevé las manos a la cara, intentando calmar mi respiración agitada. Maldito Minho y su idea de ver una película de terror. Juro que sentí que se me salió el corazón.

—Te juro por lo más sagrado que si vuelves a poner una de estas mierdas, te dejo sin descendencia —amenacé, apuntándole con el dedo.

Minho, aún riéndose, levantó las manos en señal de rendición. —Vale, vale. Lo siento, bonito. No pensé que te asustarías tanto.

—¿Que no pensaste? ¡Ja! Como si no me conocieras, idiota —refunfuñé, lanzándole una almohada que esquivó con facilidad—. Ahora voy a tener pesadillas por tu culpa.

Todavía tiemblo y sudo. Mis manos están frías y húmedas, y mi corazón late muy rápido. Algo me dice que la vieja puta esa va a aparecer en cualquier momento… Y si lo hace le meteré un palo por el culo para sacarle el demonio.

—La vieja poseída tiene las tetas por donde deberían estar mis bolas, y yo tengo las bolas por donde deberían estar sus tetas caídas.

—Ven aquí —dijo Minho, extendiendo sus brazos hacia mí y aguantando la risa —. Te prometo que te protegeré de todos los demonios y viejas poseídas que quieran atacarte y mamartela.

—Jódete —le saqué el dedo de en medio y caminé hacia la puerta con intención de irme, pero el miedo no me lo permitió.

Lo miré con desconfianza, pero la idea de sus brazos alrededor de mí era demasiado tentadora como para resistirme. Con un suspiro exagerado, me acerqué a la cama y me dejé caer junto a él.

—Más te vale cumplir tu promesa —murmuré mientras me acurrucaba contra su pecho—. Y ni se te ocurra reírte de nuevo o te juro que dormirás en el sofá.

¿Le acabo de amenazar con hacerlo dormir en el sofá como si fuéramos un matrimonio? Díganme que no, por favor, que vergüenza.

Sentí la vibración de su risa contenida, pero sabiamente decidió no hacer ningún comentario. En su lugar, comenzó a acariciar mi espalda con movimientos suaves y reconfortantes.

—La próxima vez veremos una comedia romántica, ¿te parece? —sugirió Minho después de un momento.

—Mmm, mejor una en donde no salgan viejos —respondí, sintiendo cómo poco a poco me relajaba en sus brazos—. O mejor aún, nada de películas.

Derrapa en mis curvas • +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora