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De repente, el pánico se apoderó de mí como una ola fría y abrumadora. Vi al paparazzi huir con la foto comprometedora, su figura alejándose rápidamente con lo que podría ser el fin de mi carrera en sus manos. Sentí que mi mundo se derrumbaba a mi alrededor, las paredes del estudio parecían cerrarse sobre mí. Sin pensarlo dos veces, mi voz salió de mi garganta en un grito desesperado y ronco:

—¡Atrápenlo! ¡No puede irse con esa foto! ¡Por favor, alguien deténgalo!

Mis gritos resonaron en el estudio, rompiendo la atmósfera tensa que se había instalado tras el flash inesperado. Como si fuera una escena sacada de una película de acción, todos los presentes reaccionaron al unísono. El equipo de producción, los maquilladores, incluso algunos de los otros modelos, todos comenzaron a moverse frenéticamente.

Vi cómo algunos corrían tras el paparazzi, sus pasos resonando en el suelo del estudio. Otros se apresuraron hacia los teléfonos, sus voces mezclándose en una cacofonía de gritos mientras llamaban desesperadamente a seguridad. En cuestión de segundos, el bullicioso estudio se transformó en un espacio casi vacío, con la excepción de Minho y yo.

Me quedé allí, inmóvil, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar de mis ojos. El nudo en mi garganta se hacía cada vez más grande, dificultándome la respiración. Todo por lo que había trabajado tan duro, cada hora de entrenamiento, cada sacrificio, cada momento de duda superado... todo podría desmoronarse por culpa de una simple foto. Una imagen capturada en un instante que no reflejaba la realidad, pero que el mundo interpretaría a su antojo.

Fue entonces, en medio de mi torbellino interno de emociones, cuando me di cuenta de algo extraño, algo que desentonaba completamente con el caos que me rodeaba: Minho. Él estaba allí, a pocos metros de mí, pero su actitud era completamente opuesta a la mía.

Mientras yo sentía que estaba al borde de un colapso nervioso, él emanaba una calma casi sobrenatural. No había corrido, no había gritado. Simplemente estaba allí, de pie, con su teléfono en la mano, revisándolo con una tranquilidad pasmosa, como si estuviera checando el clima en lugar de estar en medio de una crisis.

Y entonces, como si un rayo de claridad atravesara la niebla de pánico que nublaba mi mente, lo entendí todo. Las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar una a una, formando una imagen que me dejó helado. Minho. Él estaba detrás de todo esto. No era una coincidencia, no era mala suerte. Era un plan, su plan.

Si no lo estuviera, ¿por qué estaría tan tranquilo? ¿Por qué no mostró ni un atisbo de sorpresa cuando el flash nos cegó? ¿Por qué no corrió tras el paparazzi como todos los demás? La respuesta era tan clara ahora que me sentí estúpido por no haberlo visto antes.

La rabia comenzó a reemplazar al miedo en mi interior, una ira ardiente que se extendía por mis venas, dándome una claridad y una fuerza que momentos antes creía perdidas.

Me acerqué a él con pasos decididos, mis puños cerrados a mis costados, la mandíbula tensa. Estaba decidido a confrontarlo de una vez por todas, a arrancarle la verdad aunque tuviera que sacársela a golpes.

—Tú —dije, mi voz temblando de ira contenida, cada sílaba cargada de acusación —Tú planeaste todo esto, ¿no es así, Minho?

Minho levantó una ceja, su expresión una mezcla de diversión y algo más oscuro que no pude descifrar. Se acercó a mí, invadiendo mi espacio personal de una manera que hizo que mi corazón se acelerara a pesar de mi ira.

—¿Y si te dijera que sí, Jisung? —murmuró, su voz baja y peligrosa —¿Qué harías entonces?

Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago, dejándome sin aliento por un momento. La rabia que había estado conteniendo explotó de repente, y antes de que pudiera pensar en las consecuencias, mi puño se estrelló contra su mandíbula con toda la fuerza que pude reunir.

Derrapa en mis curvas • +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora