Capitulo 26: Por quienes amas.

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La luz empezó a colarse por una ventana, llegando hasta el rostro de Haraerys. Quién se vio obligado a despertarse por la molestia que le causaba en los párpados.

Sin embargo, al abrir los ojos, no reconoció el sitio donde se encontraba. Su cabeza dolía y su cuerpo se sentía pesado, el suelo estaba sucio y las paredes tenían moho. Todo aquí era repugnante.

Levantándose de la dura madera que al parecer servía como cama, Haraerys se encaminó a la ventana por donde se colaba el sol, observando el horizonte.

Y entonces entendió.

Ya no estaba en el campo de batalla, ni cerca de roca-dragón. Se encontraba en la maldita fortaleza roja. Y dudaba seriamente que fuese porque su madre ganó la guerra. Si así fuera, no estaría en un maldito calabozo.

– Mierda... – Maldijo al mover su pie y encontrarse con una cadena que le impedía acercarse más a la ventana.

Se agachó para intentar retirarse el grillete, tratando de sacar su tobillo de tal cosa.

Pero entonces la puerta fue abierta y por ella, entro el enemigo, aquel que había tomado el trono que le correspondía a su madre por derecho legítimo. Aegon Targaryen en persona.

– Te recomendaría no hacer eso, sólo te lastimarás.

– Tú...

Cargando contra él, Haraerys intento alcanzarlo para atacar al falso rey, pero el grillete se lo impidió, dejándolo a algunos centímetros de su enemigo. Aún así, no paro de estirar sus brazos y gritar con odio.

– Para ya. – Aegon pidió. – No es necesario hacer tal show. Estás atrapado, Haraerys. Incluso si llegaras a mi, los guardias no tardarían en sujetarte.

– Pero antes arrancaré tu cabeza de tu cuerpo.

Aegon trago saliva y trato de mantenerse firme. Aunque por dentro estaba temblando de miedo. Sabiendo que Haraerys era igual de volátil que su hermano y nada moralista como Lucerys había sido.

– No vine aquí a pelear.

– ¿Entonces a qué viniste? ¿Vas a abusar de mi como lo hiciste con todas las sirvientas de Helaena? Inténtalo, te arrancaré el pene antes de que siquiera se ponga duro. Si es que esa cosa aun te sirve.

– Cuida tus palabras. – Aegon advirtió. – Estás hablando con tu rey. Aún puedo ordenar matarte si quiero.

Haraerys negó y soltó una pequeña carcajada, girando sobre sus talones y caminando lo poco que el grillete le permitía, por la celda.

– No puedes matarme.

– ¿Por qué crees que no? Si doy la orden...

– Te condenarás a ti mismo. – Haraerys le interrumpió, dando vuelta y mirándole de frente. – A pesar de tu nula habilidad para pensar y la falta evidente de cerebro en esa cabeza hueca, se que eres consiente del cariño que el pueblo me tiene. Y lo mucho que te perjudicara asesinarme.

– ¿Hablas del mismo pueblo que me apoyo en la coronación? – Aegon preguntó con burla en su voz.

– Te apoyaron porque eres el hijo varón de Viserys. Lo único que te hace elegible para rey, es tener un pene entre tus piernas. Fuera de ello, no eres capaz de gobernar los siete reinos. – Cruzando los brazos, Haraerys sonrió. – Pero yo soy el príncipe del pueblo, amado por la gente, querido por nobles y plebeyos. La personas comunes me adoran. Porque a diferencia de ti, tus hermanos y lo míos, yo miré por nuestra gente.

Dando vuelta y acercándose a la ventana lo más que podía, Haraerys miro a través de esta, observando a las personas afuera de la fortaleza.

– Yo los alimente cuando no tenían que comer, yo les brinde medicinas cuando se enfermaron, yo les di ropa y una cama caliente cuando lo necesitaron. Cargue a sus bebés y abrace a sus niños. Baile con los jóvenes y cuide de las mujeres.

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