La discusión

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Las días han pasado y la situación con Catra sigue igual de tensa. Implícitamente, hemos llegado al acuerdo de fingir que convivimos como dos seres normales frente a Glimmer. Ahora mismo, estoy con la pelirosa, planeando la salida al centro comercial para mañana. Cosas de chicas, le llaman.

—Es necesario, Adora. Las tangas te faltan.

—Cállate, no sabes nada.

—¿Por qué crees qué te lo digo?

—¡¿Revisaste mis cosas?! —exclamo indignada, apoyando las manos sobre el colchón.

—Ay, somos mejores amigas, Adora. Nuestros límites son muy pocos —se levanta de mi cama, supongo que para dirigirse a su habitación.

La fulminó mientras se aleja. La veo salir y suelto un suspiro.

Enserio las necesitas.

Silencio, conciencia.

Paso el resto del día entre cientos de fotocopias y el brillo de la pantalla del computador. Adelanto los trabajos para salir con tranquilidad, logró acabarlos a la media noche. Me voy a la cama, pero no concibo dormir. Cada vez que cierro los ojos pienso en nosotras, en ella.

Ha de estar pensandote también.

Cuando son las dos de la madrugada, escucho unos golpes en la puerta. Tal vez, Glimmer olvidó algo.

Quito el seguro, abro la puerta y mis ojos no pueden dejar de mirar al frente con mayor sorpresa.

¿Por qué ella está aquí?

Mi yo interior me dice que la eche, pero... ¿Cómo echar a la persona que aún quieres?

—¿Puedo pasar? —al fin se decide en preguntar.

Tiene las manos entrelazadas tras la espalda. Su cabello está despeinado y lo único que la cubre es una camiseta que le llega hasta las rodillas.

Aprieto los labios. No quiero hacerlo, y a la vez sí. Tengo miedo de lo que pueda decirme. No soy consciente de cuánto tiempo me quedo mirándola. Reflexiono, quiero tomar la mejor decisión, pero Catra se me adelanta y decide responderse sola.

—Tomaré tu silencio como un sí.

Quita mi brazo del marco y, acción contigua, se abre paso a mi habitación. Yo me quedo en mi puesto, pestañeando. Debí haberlo esperado. Segundos después, decido replicar.

—Generalmente, los silencios significan lo opuesto.

—Demasiado tarde para decirme que me vaya.

Y es cierto, ya se ha acomodado en el centro de mi cama. Observa los alrededores de la alcoba con sus brillantes y grandes ojos.

Cierro la puerta y me quedo apoyada sobre la superficie de madera. Ella no se limita a quedarse en la cama, pues la curiosidad le gana, como siempre. Se levanta y comienza a recorrer cada parte de la habitación. Examina el armario, el escritorio, los libros que tengo desperdigados y las fotografías que tengo colgadas. Pasa su mano por cada cosa y casi siento que está conociéndome otra vez, de alguna manera, está acariciándome a mí. Eso me hace dar escalofríos.

—Amo que sigas siendo tú, aunque más alta y... —me observa de arriba a abajo— madurita.

Frunzo en el entrecejo y me apresuró en cambiar de tema.

—Son las dos de la mañana ¿Por qué estás aquí?

—Tú no pusiste mayor objeción en dejarme pasar.

Bufó por lo bajo y la ataco con otra pregunta.

—¿Por qué estás despierta?

—¿Por qué tú estás despierta?

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