Capítulo IX

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Sergio


Pues bien. Moye Serdtse cumplió su promesa. 

Durante los tres meses siguientes, cada vez que iba al gimnasio, élestaba allí. A menudo, sentía su presencia cuando caminaba por el campus,solo o con Carola. Y sabía que era él. Podía sentirlo como el sol en mipiel. 

¿Extraño? Mierda, sí.

 ¿Acosador? Doblemente sí. 

¿Se lo dije a mi hermano? Mierda, no. 

Me gustaba Moye Serdtse. Mi sexto sentido no se disparó advirtiéndomeque me él haría daño. Estaba a salvo. Tal vez no para el mundo, perodefinitivamente para mí. 

Así que permití que mi acosador se convirtiera en mi sombra. La mejorparte, mis habilidades de autodefensa mejoraron diez veces. Incluso mellevó al campo de tiro y me enseñó a disparar. Yo era bueno.

Carola no cuestionó mi necesidad de ir al gimnasio todos los días.Algunos días incluso iba dos veces. Moye Serdtse estaba allí. Como si fuerauna señal, todos en el gimnasio se dispersaban cada vez que los dosestábamos allí. 

Después de otra ronda de vigorosos ejercicios de defensa personal, losdos nos sentábamos en la colchoneta a beber agua. Su botella también teníainiciales. E.S. 

Incliné la cabeza hacia él. 

—¿Iniciales equivocadas?

 —Sí, no tenían con las letras E y S. 

Me burlé. No le creí. Era una botella de agua impresa personalizada porTakeya. No es precisamente barata. De hecho, no había nada barato en estetipo. 

—Entonces, ¿a qué te dedicas? —le pregunté animadamente mientrasestiraba mis piernas.

 —Nada interesante.

 —Apuesto a que sí —repliqué secamente, sin creerle. Siguió unmomento de silencio y no pude dejarlo pasar, así que continué con mispreguntas—. Entonces, ¿cómo conoces a los gemelos Konstantin? 

Él arqueó una ceja.

 —¿Sabes quiénes son?

 Puse los ojos en blanco.

 —Duh. Son los dueños de los mejores centros comerciales de la CostaOeste.

 Bueno, quizá yo no estaba siendo completamente honesto, pero éltampoco. Empezaba a preguntarme si este hombre no formaba parte delinframundo. Tenía ese aire sobre él, y tendría sentido, excepto que nuncahabía oído hablar de ese nombre. Moye Serdtse. 

Mentalmente, tomé nota para buscar su nombre. No podía hacer daño,¿verdad? 

—¿Así que haces mucho ejercicio? —pregunté mientras cambiaba a miotra pierna, estirándola, y luego moviéndome a mis hombros—. Parece quelo haces —comenté con un poco de baba posiblemente mostrándose en lacomisura de mi boca. Lo ignoré. Babear detrás de los hombres no era mipasatiempo.

 A continuación, giré mis hombros. Mis músculos estaban ejercitándoseintensamente con él. Mis reflejos mejoraban día a día y me estabavolviendo más fuerte. Era exactamente lo que necesitaba. Me daba laconfianza de poder defenderme si mi padre intentaba lastimarme de nuevo. 

—¿Cómo van tus estudios? —preguntó despreocupadamente, haciendosus propios estiramientos. Llevaba unos pantalones de chándal negros y unacamiseta blanca súper ajustada que mostraba su increíble cuerpo y mepermitía ver la tinta de su piel. Al parecer, era un gran aficionado a lostatuajes.

Fijé mis ojos en su pecho, deseando que se quitara la camiseta parapoder estudiar su tinta sin ningún obstáculo en mi camino. En cambio, misojos bajaron a sus manos marcadas con esos fascinantes símbolos.

—Van bien —le dije—. Carola, mi amiga, se dedica mucho más a ello. 

—¿No te gusta el marketing? —No había más que curiosidad en su voz.

 —Sí, pero a veces me pregunto para qué sirve —murmuré—. Si al finalno soy capaz de trabajar en el campo.

 —¿Por qué no lo harías? —exigió saber. 

Me encogí de hombros. No había forma que pudiera explicarle algo quetuviera sentido. Antonio nunca dejaría que nadie me llevara ni dejaría quemi padre me casara con alguien que ninguno de nosotros aprobara. Sinembargo, Antonio fue honesto desde el principio. La familia Pérez teníademasiados enemigos para que yo tuviera una vida normal y corriente.

 El matrimonio era un paso difícil para mí, pero parece que podría seruna necesidad para sobrevivir.

 Lo que sea. Lo pensaría cuando llegara el momento, no ahora.

 —¿Te gusta? —cuestionó y cuando mi ceja se arqueó, explicó—:¿Amas el marketing? 

No me sorprendió que lo recordara. Fue algo que mencioné la primerasemana que lo conocí. Parecía recordar todas nuestras conversaciones.

 Asentí.

—Me gusta. Aunque suene estúpido, me gusta la idea de persuadir a lagente para que mire algo. —Mis labios se curvaron—. Carola, lo odia,pero le encanta la fotografía. También es muy buena en eso. Un día ellatomará fotos y yo las publicaré por Internet.

 Se rio.

 —Espero ver tu explosión en Internet.

Esta vez ambos nos reímos. 

—Tengo que irme de la ciudad —dijo minutos después. Mi cabeza giróen su dirección y me dirigió una mirada pesada que expresaba sentimientosque no podía entender del todo. ¿Estaba preocupado por mí?—. Puede queme vaya por un tiempo, pero continua con el entrenamiento.

 Una extraña decepción se instaló en mi pecho. Esperé a que dijera algomás. Cualquier otra cosa.No dio más detalles. Y pasarían otros tres años antes que lo volviera aver.

Max Verstappen: [ Chestappen/Perstappen ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora