Capítulo IV

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Sergio


El sol de California colgaba bajo en el cielo y su calor seguía brillando en mi piel. 

Llevaba un una camisa negra con unos pantalones grises y unos zapatos negros. Carola optó por un vestido verde sin mangas con la espalda cerrada y un par de zapatos planos. Dijo que era más práctico. Tenía razón, por supuesto. Pero para mí era más fácil esconderme detrás de Camisas bonitas que con ropa sencilla y preguntas para conocernos.

Mis ojos recorrieron el lujoso restaurante. No debería estar en ese territorio. Lo sabía, pero las probabilidades de que alguien me reconocieraeran mínimas. Mi padre y su crueldad le granjearon muchos enemigos a lo largo de los años. La familia que controlaba este territorio de Los Angeles era uno de ellos.

La familia Konstantin. Según mi hermano, eran los rusos que tomaron el control de la Costa Oeste. Hermanos gemelos que no tenían la mejor relación con nuestro padre. «No me sorprende», pensé irónicamente. Busqué los nombres en mi memoria y me quedé en blanco. Lo único que recordaba era que Antonio decía que podían ser despiadados cuando los traicionaban, y que nuestro papá no se llevaba bien con ellos, porque estaban en contra del tráfico de personas que pasaba por sus territorios siberianos. Antonio acabó con ese negocio, pero nuestro progenitor seguía haciéndolo de vez en cuando a sus espaldas.

No me extrañaba que nuestra familia estuviera condenada. Gracias atodo el sufrimiento que nuestro padre infligió a los demás. No había vuelta atrás. Generaciones de la familia Pérez pagarían por sus pecados. Menos mal que no tenía intenciones de casarme ni de tener hijos.

Illias y Daniel Konstantin. Los nombres me salieron de la nada y sonreí satisfecho. Antonio siempre decía que había que prestar atención a los nombres y estar al tanto de los enemigos. Los Konstantin formaban parte de la mafia rusa, pero no se ensuciaban las manos como la mayoría de la Bratva. Su estilo era más sofisticado; sin embargo, no dudaban en ser sanguinarios y provocar el miedo en el corazón de sus enemigos. Ahora empecé a preguntarme si venir había sido inteligente. Aunque ¿qué amenaza podría suponer? Un chico de dieciocho años que no formaba parte del bajo mundo.

Constantinople era uno de los restaurantes más caros y elitistas de Los Angeles, situado en pleno centro de la ciudad. El nombre estaba sospechosamente relacionado con Konstantin, pero no había información sobre los propietarios. El restaurante estaba justo en medio de su territorio, así que tendría sentido que fuera suyo. Era uno de esos misterios que todo el mundo quería resolver, sin embargo, nadie podía conseguir la respuesta. Dejando a un lado la propiedad, el restaurante era muy popular y lo frecuentaban estrellas de cine, familias de la mafia y políticos por igual. Nada exhibía tanto la corrupción como Los Angeles, pero quién era yo para juzgar. Mi propia familia no era exactamente todo arcoíris y rosas.

Mientras esperaba a la anfitriona del restaurante, me quedé mirando por la ventana, observando a las risueñas parejas que paseaban tomadas de la mano. La gente parecía tan feliz y algo me oprimió el pecho. No megustaba desear algo inalcanzable. Aquel primer año después de que Antonio y Mia se fueron fue insoportable.

Las tablas del suelo crujían. 

Se estaba acercando. 

Aliento rancio. Sudor.

—Tu padre te dio a mí. Para romperte y moldearte.

 Se me hizo un nudo en la garganta. El miedo me cortó la respiración. 

Risa oscura.

—Vamos a jugar. 

Me ardía la piel, el dolor me atravesaba. Dedos fríos.

Max Verstappen: [ Chestappen/Perstappen ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora