Sergio
Durante semanas, sentí un hormigueo en el cuerpo al sentirme observado. Era como el frío de un congelador sobre la piel caliente. Sin embargo, cada vez que miraba a mi alrededor, no había nadie.
Eché un vistazo a las estanterías del supermercado. Marzo en Californiano se parecía en nada al de Montreal y me encantaba. Vivir en una residencia con mi mejor amiga, a cientos de kilómetros de mi padre, era lo mejor.
No obstante, extrañaba a mi hermano. Si bien hablábamos y nos mandábamos mensajes, no era lo mismo que verlo todos los días. Quería asegurarme de que estaba bien. No es que no pudiera cuidar de sí mismo. Adecir verdad, siempre cuidó de mí, pero me daba tranquilidad verlo y comprobar que estaba bien. No feliz. Era un concepto abstracto para nosotros. Si no fuera por Carola y sus padres, no creería en la felicidad.
No sabía si tendríamos la oportunidad de ser felices después de lo que Antonio y yo habíamos vivido. Estábamos demasiado manchados por nuestro mundo.
El ataúd de Mia estaba cubierto de inmensos colores. Flores rojas, rosas, blancas y moradas se mezclaban sobre él.
Le encantaría. Siempre le habían gustado los colores vivos, la moda. Cualquier cosa alegre y creativa.
Las lágrimas me mancharon la cara, pero mantuve mi llanto en silencio. Si padre me oía llorar, me daría una paliza más tarde. Me dolía tanto el pecho que apreté la mano contra él, esperando que me facilitara la respiración.
No fue así. Algo dentro de mí se había roto. Mis ojos miraron a mi madre, quien tenía la mirada perdida en la tumba. Sin lágrimas. Ni tristeza. Ni rabia. Nada.
No quería ser como mi madre.
Mis ojos encontraron a mi hermano mayor.
La furia ardía en sus iris. Seguí su mirada hasta mi pecho. Fue demasiado tarde cuando me di cuenta de que estaba mirando la quemadura del cigarrillo en mi mano.
Antonio saltó sobre padre y empezó a darle puñetazos. Jadeos, gritos, exclamaciones. Madre no reaccionó. Y yo... estaba tan feliz de ver el labiode mi padre partido. Sangre en su rostro.
Fue justo en ese momento cuando me di cuenta de la verdad sobre mímismo.
Ya había sido contaminada por nuestro mundo.
Porque mi corazoncito bailaba en mi pecho mientras veía a Antonio golpear a nuestro padre. Esperaba que su muerte fuera larga y dolorosa. Extremadamente dolorosa.
La esperanza duró poco. Los hombres de papá ya lo estaban apartando de la cabeza de la familia Pérez.
Antonio se puso de pie y se acercó a mí. No me daba miedo. La rabia y la furia de sus ojos no iban dirigidos a mí. Solo su feroz protección. Me levantó y mis manos se enredaron en su cuello.
—Viniste —susurré, olvidándome de todos los que nos rodeaban.
—Siento haber tardado tanto, príncipe. —Lo decía en serio. Podía ver la verdad en sus ojos—. Nadie volverá a hacerte daño. Tú y yo, príncipe.
Contra el mundo.
Por primera vez desde que vi a Mia y Antonio desaparecer en la noche hace dos años atrás, sonreí.
—Tú y yo, hermano mayor. Contra el mundo.
Mis labios se tensaron al recordar a mi hermano. Desde entonces me había quedado con él, aunque de vez en cuando visitaba a mi madre. Antonio siempre me acompañaba para que estuviera a salvo. Fiel a su palabra, me había mantenido fuera de peligro desde entonces. Cuando crecí lo suficiente, me apunté a clases de defensa personal, pero el problema era que todos tenían miedo de mi hermano y de lo que les pasaría si me hacían daño accidentalmente.
Antonio me veía como el niño pequeño que necesitaba protección, así que amenazó a todo el gimnasio. Pero no quería ser solo eso. También quería ser fuerte y capaz de protegerme.
Con los viejos recuerdos como constantes compañeros, pagué los artículos y salí de la tienda. Mientras tanto, me dolía la muñeca. Mi padre me las rompió demasiadas veces durante aquellos tortuosos y solitarios años. Los huesos se curaban, sin embargo, el dolor iba y venía. Como un recordatorio.
Mis dedos de la mano contraria rodearon la muñeca que sujetaba la bolsa de la compra.
Nunca me di cuenta de la figura que me esperaba en la oscuridad del callejón que conducía al estacionamiento. Una mano me tiró de la muñeca y el viejo y familiar dolor me atravesó hasta el codo.
—¡Oye! —grité, tirando de mi muñeca y causándome más dolor. Haciendo caso omiso del dolor punzante, lancé la bolsa hacia su cara. Wack.
Para cuando una mano me envolvió por detrás, tapándome la boca, medi cuenta de mi error. Debería haber gritado.
Miré fijamente el cañón de una pistola que me apuntaba y mi vida pasó por mi mente. Lo bueno. Lo malo. Recuerdos feos y felices. Todo. Clic.Clic. Clic. No estaba listo para irme.
En cámara lenta, vi su mano con la pistola volar por el aire, acercándose a mi cara. Instintivamente, cerré los ojos, esperando a que el dolor estallara en mi mejilla. Justo como lo recordaba.
Un círculo completo. Qué irónico, aun así, no me reía.
Conté mis respiraciones, esperando el dolor. Una. Dos. Tres.
El dolor nunca llegó. Al menos no el mío.
Un grito detrás de mí. Un gruñido salvaje. Un alarido y un crujido de huesos delante de mí. El pulso me retumbó en los oídos. Mis ojos se abrieron de golpe y torcí el cuerpo para ver qué había pasado, pero estaba demasiado oscuro. Sombras. Palabras siseadas. Gruñidos. Gritos. Tropecécon mis propios pies y caí de culo.
—¿Quién está llorando como una perrita ahora? —La voz profunda seburló.
Se plantó entre nosotros, con su ancha espalda a la vista, y le retorció la muñeca. Dios mío, tenía los hombros muy anchos. Tal vez era un luchadorde la MMA.
—Corre. —Una voz baja y oscura vibró en el aire—. Cinco minutos de ventaja.
La voz me resultaba familiar. Mis ojos recorrieron la oscuridad. No pude ver nada.
Una mano se extendió desde las sombras y la tomé. En el momento en que nuestras manos se tocaron, la electricidad me recorrió el brazo.
Solo me había ocurrido una vez anteriormente.
Cuando me paré, se ocultó entre las sombras. Aunque pude vislumbrarun cabello rubio y pálido.
Antes de que pudiera llamarlo, se había ido. Lo seguí, pero no había rastro de él.
Solo dejó a su paso el tenue aroma de los cítricos.
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Max Verstappen: [ Chestappen/Perstappen ]
FanfictionMax Vestappen. El mafioso desquiciado. El engendro de Satanás con ojos azules pálidos. Le hice una promesa hace años. De acuerdo, solo lo hice para que me besara. Pero fue una promesa hecha de todos modos. Así que esperé. Y esperé un poco más. Nu...