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Si había algo que Harry tenía muy claro a sus seis años, era que debía proteger a Harriet. 

Su hermana era su responsabilidad, su tesoro más preciado, y él estaba seguro de que nadie más en el mundo lo haría si él no lo hacía. Esa certeza lo llenaba de una especie de orgullo silencioso, a pesar de que no siempre entendía por qué las cosas eran como eran. Pero había algo que sí entendía muy bien: debía cuidar de ella.

Se removió en su pequeño colchón, sintiendo el dolor punzante en su espalda. Apretó los dientes para no hacer ruido, recordando con claridad el castigo que el tío Vernon le había dado la noche anterior. Harriet y el estaban recogiendo los platos de la mesa, una tarea sencilla que casi siempre completaba sin problemas. Pero, esa vez, uno de los platos se le escurrió de las manos a Harriet. El ruido del plato rompiéndose en el suelo resonó en la cocina como un trueno, haciendo que su hermanita se quedara petrificada de miedo.

Antes de que el tío Vernon pudiera reaccionar, Harry hizo lo que siempre hacía: tomó tres platos más de la mesa y los rompió contra el suelo con todas sus fuerzas. El sonido fue ensordecedor, y Harry pudo ver cómo el rostro de su tío se ponía rojo de furia. Sabía lo que vendría, pero también sabía que Harriet tendría tiempo de escapar.

Ese era su acuerdo secreto. Cuando el tío Vernon se enfurecía, Harriet debía correr al armario bajo las escaleras, cerrar la puerta y quedarse muy, muy quieta. Harry había aprendido que, si él hacía algo peor que Harriet, su tío se olvidaba de ella y descargaba toda su ira sobre él. Y aunque los castigos siempre dolían mucho, dolían menos que la idea de que su pequeña hermana sufriera. Así que, mientras Vernon descargaba su ira sobre él, Harry se aferraba a la imagen de Harriet, a salvo y fuera de la vista.

Por un instante, Harry se quedó mirando el rostro dormido de su hermana, su expresión tranquila, el recordaba a un ángel no quería despertarla incluso el mismo Harry tampoco quería levantarse. Ambos se habían dormido muy tarde; él porque no podía encontrar una posición que no le doliera, Harriet con manos suaves y temblorosas, habia limpiado sus heridas con un paño ella lloraba en silencio mientras lo curaba, y aunque Harry intentó consolarla, sus palabras se quedaron cortas. Al final, fue el agotamiento el que finalmente los venció a ambos, cayendo en un sueño inquieto y frío.

Pero Harry sabía que debía despertarla. Sabía que la tía Petunia vendría pronto y no dudaba en echarles agua fría si los encontraba durmiendo. Para ella, quedarse en la cama después del amanecer era un signo de holgazanería y ellos no podían ser holgazanes sino agradecidos por el techo y comida que el brindan sus tíos.

Por eso siempre se levantaban antes que todos en la casa. Para que el desayuno este listo y la mayoría de las tareas estén completas ambos se esforzaban día tras día en mantener todo limpio y ordenado, se aseguraban de estar alejados de Dudley, se esforzaban por ser niños buenos, callados y obedientes para que los quisieran.

Los gemelos Potter y la noble casa de los BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora