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En el pasado Regulus y su hermano mayor debían mantener una imagen inmaculada ante la comunidad mágica. La perfección no era una opción, sino una exigencia. No se toleraban fallos. Un error por más mínimo que sea tenía consecuencias lo sabía bien, así como lo sabían los niños que tenía frente a él, aunque, claro, a diferencia de ellos, él nunca había recibido una paliza común. No, Su madre nunca había recurrido a algo tan vulgar como los golpes.

Walburga Black, pese a su retorcida moral, consideraba la violencia física algo tan ordinario como la gente que la empleaba. Las marcas, las cicatrices, eran para aquellos sin imaginación. Walburga, por el contrario, prefería hechizos mucho más sofisticados: punzantes, dolorosos, perfectos. La marca de un Crucio bien lanzado duraba mucho más que cualquier moretón.

Lo cierto es que Sirius había sido su escudo más veces de las que Regulus se atrevía a admitir. En más de una ocasión, el mayor de los Black había cargado con culpas que no le correspondían, presentándose como el cordero sacrificial ante la rabia de su madre, siempre tratando de protegerlo. Había ocasiones en que su madre no le creía, y entonces el látigo mágico caía sobre Regulus. Otras veces, simplemente no le importaba la verdad; Sirius era culpable por el simple hecho de existir.

—Está llorando —murmuró la niña a su hermano fue un pequeño susurro, pero aun así el logro escucharlo.

Regulus parpadeó, desconcertado. ¿Llorando? En un primer instante no comprendió a qué se refería, hasta que, instintivamente, su mano subió para rozar su propio rostro. La piel húmeda bajo sus dedos le dio la respuesta que su mente aún no había procesado.

Lágrimas. Era él que estaba llorando ¿Cuándo había comenzado a llorar?

Había sido un día demasiado largo, agotador en demasiados sentidos los recuerdos se habían infiltrado en su mente como un veneno lento, su casi muerte, la ruptura de sus creencias, la sombra de su hermano, su infancia toda esa marea de emociones que había mantenido a raya durante años le estaba pasando factura. Regresó la vista hacia los niños, que lo miraban con ojos grandes, desconcertados, pero también alerta, atrapados entre la curiosidad infantil y el miedo palpable de ser castigados.

Ellos no eran más que un reflejos distorsionados de lo que él y Sirius habían sido.

Con una suavidad inusitada, se arrodilló frente a ellos. Pasando por alto el leve estremecimiento de los niños, ni siquiera se molestó en limpiar sus propias lágrimas el solo quería hacer por esos niños lo que siempre quiso que un adulto hiciera por él y su hermano.

 Pasando por alto el leve estremecimiento de los niños, ni siquiera se molestó en limpiar sus propias lágrimas el solo quería hacer por esos niños lo que siempre quiso que un adulto hiciera por él y su hermano

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Los gemelos Potter y la noble casa de los BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora