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No era la primera vez que Harriet se enfermaba

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No era la primera vez que Harriet se enfermaba. Antes cuando los castigos eran particularmente malos, ella terminaba caliente, herida y débil esos días Harry se culpaba a sí mismo por no poder protegerla mejor. Así que el hacia lo posible para cuidarla y que ella se sintiera mejor él ya sabía que hacer, se levantó de la cama y fue al baño, buscando una toalla. Al menos aquí, tenían toallas suaves y limpias, no como las ásperas y viejas de la casa de los Dursley.

Con mucho cuidado, Harry mojó la toalla en agua fría, tal como había visto hacer a la tía Petunia cuando Dudley se resfriaba, aunque ella nunca lo hacía por él o Harriet. La escurrió entre sus pequeñas manos lo cual fue difícil porque temblaban un poco, y regresó junto a su hermana, quien seguía acurrucada en la cama, con la carita todavía roja y los labios fruncidos en una mueca de malestar.

—No te preocupes, pequeña princesa —susurró Harry suavemente mientras colocaba la toalla fría sobre su frente—Esto te hará sentir mejor.

Harriet se removió inquieta bajo las mantas, soltando un quejido débil.

—Tengo mucho frío, Harry —murmuró, apartando la toalla con una mano temblorosa y escondiéndose más profundamente bajo las sábanas, su pequeño cuerpo encogiéndose en busca de calor—Me duele mucho, hermano...

El corazón de Harry se apretó al escucharla decir eso otra vez. Siempre le lastimaba ver a su hermana sentir dolor si el pudiera tomaría todo su dolor para sí mismo para que ella no vuelva a sentirse mal. Él solo quería cuidarla, aunque a veces no supiera exactamente cómo.

—¿Qué te duele, Harriet? —preguntó suavemente, acariciando su cabello el cual estaba algo mojado, un gesto que esperaba fuera reconfortante, como las caricias que él mismo deseaba recibir cuando no se sentía bien. Tal vez si la hacía sentir bien, su dolor también desaparecería.

Pero Harriet no contestó, solo gimió acurrucándose más. Harry sabía que normalmente, con un poco de tiempo y descanso, ella mejoraría. Así que decidió quedarse a su lado, vigilando, esperando. Cada tanto miraba su carita, buscando algún cambio, y cuando apareció la comida, intentó que ella comiera algo.

—Vamos, Harriet, solo un poquito —dijo, acercándole el jugo—Es delicioso, lo prometo.

Pero Harriet simplemente cerró los ojos, negando con la cabeza, demasiado agotada para siquiera responder. Harry suspiro, resignado, y volvió a sentarse a su lado, observando como su hermana se quedaba dormida. Mientras ella descansaba, él aprovechó para mojar de nueva la toalla y, con la mayor suavidad posible, la colocó otra vez en su frente.

Estaba preocupado, él era su protector, eso lo tenía muy claro, aunque a veces se sintiera pequeño y frágil, como si no fuera lo suficientemente fuerte para cuidar de ella como se merecía. Pero lo intentaba. Siempre lo intentaba.

De repente, el sonido de la puerta abriéndose de golpe lo sobresaltó. Harry saltó de la cama, sus ojos verdes bien abiertos de sorpresa, pero rápidamente se tranquilizó al ver que era Draco quien había entrado.

Los gemelos Potter y la noble casa de los BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora