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—No lo puedo creer—susurró Narcisa, mientras contemplaba a los gemelos Potter jugar silenciosamente en el centro de la sala, y aunque era consciente que no debía mirarlos fijamente pues sabía, por experiencia, que ambos reaccionaban de manera adversa a cualquier muestra de atención directa, pero por Merlín, eran tan adorables que se le hacía imposible resistir el impulso de admirarlos. Había algo en ellos, una vulnerabilidad desgarradora en sus sonrisas tímidas, una ternura rota que la desarmaba —¿Cómo lo hiciste? —preguntó, girándose hacia su primo, que parecía absorto en el ámbar de su taza.

—No tengo idea de qué estás hablando—murmuró Regulus, sin molestarse en levantar la vista.

—Por supuesto que lo sabes —replicó ella, colocando su taza de porcelana sobre la mesa, el sonido resonando suavemente en el ambiente—La última vez que estuve aquí, esos niños no se atrevían a salir de su habitación. Estaban aterrados hasta de su propia sombra, y ahora... —Hizo una pausa, observando de nuevo a los gemelos que reían suavemente mientras intercambiaban sus juguetes— Así que, dime, Regulus, ¿qué hiciste para lograr esto?

—Bueno, para ser justos, hace más de un mes que no vienes —comentó, con un tono que no pretendía reprochar, pero que inevitablemente trajo consigo una punzada de culpa. Era difícil imaginar lo que debía ser para él estar encerrado en aquella enorme mansión, con la única compañía de un elfo doméstico y dos niños que apenas hablaban.

—Lo sé—admitió con un leve susurro—pero tenía asuntos que atender en Francia e Italia, cuestiones políticas que debía resolver para asegurarme de que todo esté en orden cuando Draco sea lo suficientemente mayor como para convertirse en el Lord Malfoy—se sentó más cerca de él y con suavidad, tomó su mano entre las suyas— Sin embargo, ya estoy aquí, y me aseguraré de que salgas de esa biblioteca de vez en cuando. Además, de que necesitas cuidarte —hizo una pausa, observando su rostro—¿Cuándo fue la última vez que tomaste sol? Estás demasiado pálido, Regulus. Sé que no puedes salir con libertad, pero podrías al menos pasear por el jardín.

Siempre hemos sido pálidos, Narcisa—respondio con un deje de ironía y un leve encogimiento de hombros

—¿Me lo contarás? —insistió ella suavemente.

Regulus hizo una pausa antes de responder, como si buscara las palabras adecuadas, o quizás el valor para pronunciarlas dejó la taza sobre el platillo con un ligero tintineo.

—Simplemente pasó—respondió finalmente, pero su voz era demasiado baja, demasiado cautelosa—quizás fue la curiosidad infantil lo que los llevó a salir... Yo no hice nada solo los dejé ser —hizo una pausa, y Narcisa lo observó con atención. Sabía que había algo más, algo que su primo no estaba diciendo—Aún se asustan con facilidad. Se estremecen si alguien hace un gesto brusco, y tienen pesadillas que los despiertan gritando en mitad de la noche... —dijo girándose para mirar a los niños—Pero al menos ya no permanecen encerrados y comen mejor, eso es algo, supongo.

Los gemelos Potter y la noble casa de los BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora