II

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La alarma resonó por la oscuridad  con un sonido agudo y penetrante. Comenzó con un pitido fuerte, repetitivo, que se intensificaba a medida que pasaban los segundos, rebotando en las paredes y llenando cada rincón con su incesante clamor. 

Guillermo tiró la cabeza hacia atrás, golpeándose accidentalmente con la base de su cama. De inmediato, soltó un chillido  de dolor y regresó la cabeza al frente, llevándose una mano a la parte trasera para sobarse la zona adolorida.

-¡Agh! Pendejo...- dijo entre diente, frunciendo el ceño mientras intentaba aliviar el malestar.

El zumbido metálico vibraba en el ambiente, creando una sensación de urgencia que era imposible de ignorar, taladrando su mente con una intensidad que se hacía cada vez más insoportable, obligándose a abrir los ojos, tomo su teléfono, marcando las 5:30 am con desesperación. Apago la dichosa alarma, dejando el aparato a un lado; Estiro un poco su cuerpo solo para volver a tirar su cabeza, esta vez acertando en colocarla en el colchón.

Anoche estaba tan borracho que ni siquiera se molestó en dormir en su cama, algo completamente fuera de lo común para él, pues siempre tenía que acomodar meticulosamente las sábanas antes de acostarse, asegurándose de que no hubiera una sola arruga y que las almohadas estuvieran perfectamente alineadas. Pero esta vez, cayó en el suelo de su habitación con la ropa aún puesta y sin preocuparse por el desorden que había dejado a su alrededor. La idea de romper su ritual nocturno le habría provocado ansiedad en cualquier otro momento, pero el alcohol había silenciado momentáneamente sus obsesiones, dejándolo en un caos que normalmente no soportaría.

Apenas había dormido, y aunque podría tomarse el día para dejar que su cuerpo lidie con la resaca, algo dentro de él se negó a descansar.

A medida que los minutos pasaban y el cansancio se apoderaba de su cuerpo, Guillermo sintió la familiar punzada de ansiedad retorciéndose en su pecho, acompañado del chillido de su lobo. No podía soportar la idea de quedarse en ese estado y dejar que el caos lo dominara.

Desesperado, Guillermo intentó levantarse del suelo, pero su cuerpo, aún tambaleante por la resaca, no respondió como esperaba. Cayó de golpe, sintiendo un dolor intenso y punzante en su pierna derecha.

Un dolor peculiar, un eco de lo que solía ser, recordándole que esa pierna ya no estaba allí.

-Pendejo- dijo con  voz más clara, sintiendo como el dolor lo atravesaba con tal fuerza que casi lo dejó sin aliento. Intentando calmar esa sensación agónica, pero sabía que no había nada que pudiera hacer para que desapareciera. 

Después de unos minutos que parecieron eternos, Guillermo apretó los dientes y forzó su cuerpo a moverse. Con esfuerzo, estiró la mano hacia la pequeña mesa junto a la cama, donde descansaba su bastón, era uno de eso de diseño elegante y funcional. Hecho de ébano pulido, con detalles en plata y un mango curvado con incrustaciones de madreperla que reflejaban la luz de manera sutil.

Sus dedos finalmente rozaron el bastón, y con un suspiro de alivio, lo agarró con firmeza. Apretando el mango con ambas manos, logró incorporarse, apoyando su peso en el bastón. El dolor  seguía ahí, pero con el bastón como apoyo, pudo estabilizarse, permitiéndose un breve momento de calma antes de continuar. 

Ya de pie, con un andar torpe y determinado. , Guillermo se dirigió con prisa hacia el cuarto de baño,  cerrando la puerta tras de sí.

-Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete- contó  girando la perilla, asegurándose de que estaba perfectamente cerrada, siendo el eco metálico de cada giro una breve dosis  de calma.

Con una respiración contenida, se acercó al tocador, abriendo el primer cajón con una precisión casi ritual. De allí, sacó una pequeña bolsita plástica, que en cuanto la tuvo en sus manos, sintió a su lobo interior saltar de alegría, anticipando lo que estaba por venir.

Perfecto [Mechoa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora