VIII

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Guillermo entró en su oficina de manera apresurada, cerrando la puerta. Su corazón latía con fuerza y el sudor comenzaba a formarse en su frente. El peso de la tensión acumulada lo envolvía, y sus manos temblaban mientras buscaba algo, cualquier cosa, que lo ayudara a calmarse. Sin embargo, a medida que pasaban los segundos, la ansiedad solo aumentaba. La sensación de caos en su mente se intensificaba.

Con pasos apresurados y respiración entrecortada, Guillermo se dirigió hacia su baño privado, cerrando la puerta tras de sí con más fuerza de la necesaria. El eco del golpe resonó en el espacio silencioso mientras se apoyaba sobre el lavabo, su pecho subiendo y bajando rápidamente.

Con manos temblorosas, sacó de su bolsillo interior un pequeño frasco, casi golpeando el espejo al hacerlo. Lo destapó con movimientos torpes, derramando un poco del contenido sobre la superficie del mármol. Inclinó la cabeza, aspirando la línea con una precisión mecánica.

El efecto fue casi inmediato. Un latigazo de euforia recorrió su cuerpo, calmando el temblor en sus manos y ralentizando los latidos frenéticos de su corazón. Su mente, que momentos antes había sido un torbellino de pensamientos desordenados, se enfocó, y por un breve momento, todo pareció estar bajo control.

Justo cuando sentía que la ansiedad comenzaba a aplacarse, la puerta del baño se abrió con un sonido suave. Manuel entró con paso tranquilo, pero sus ojos estaban clavados en Guillermo a travez del espejo, analizando cada detalle de su reacción. Se acercó sin decir nada al principio, pero cuando estuvo lo suficientemente cerca, rompió el silencio.

—¿Quién era ese ? —preguntó con una voz suave, pero cargada de curiosidad y una pizca de algo más.

Guillermo no le respondió de inmediato. Necesitaba más tiempo, más control sobre sí mismo antes de poder enfrentar la situación. 

—Desde cuándo te presentas como mi esposo —dijo finalmente, su tono cargado de molestia, entremezclado con el cansancio.

Manuel inclinó la cabeza, observándolo con atención, midiendo cada palabra antes de responder.

—Guillermo —empezó Manuel, acercándose un poco más, con la mirada firme—. Fuiste atacado apenas hace unas noches. Cualquier Alfa puede ser una amenaza al no saberse la identidad de ese hombre. Solo estaba cuidándote.

Las palabras resonaron en la habitación, pero Guillermo, apoyado contra el lavabo de su baño privado, no las recibió con alivio. Sentía el aire denso, su pecho aún más apretado por la tensión, a pesar del breve respiro que le había dado la sustancia que acababa de inhalar. Miró a Manuel a través del espejo, con el rostro endurecido.

—¿Cuidándome? —repitió, su tono cortante, cargado de una mezcla de frustración y agotamiento—. Presentarte como mi esposo  no es protegerme. Estabas... —su voz se quebró un poco, mientras apretaba los puños—. Estabas marcando territorio, como si fuera necesario que otro Alfa sepa que soy tuyo. Y eso no es parte del acuerdo.

Manuel no retrocedió, su postura seguía siendo la de un Alfa seguro, pero suavizó su expresión al notar el agobio en Guillermo.

—Cualquier Alfa puede ser una amenaza ahora —repitió, su voz más calmada pero no menos firme—. No sabemos quién fue, y hasta que lo sepamos, tengo que asegurarme de que estés a salvo, incluso gente famosa como Lionel Messi. Lo último que quiero es que piensen que pueden acercarse a ti sin consecuencias.

Guillermo lo miró de frente, su ansiedad empujándolo al borde. Los borrosos recuerdos del "ataque", mezclados con el control que Manuel siempre intentaba imponer, lo estaban desgastando. Lo peor de todo era que parte de él entendía el punto. No podía permitirse más vulnerabilidad, no ahora.

Perfecto [Mechoa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora