IX

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La noche ya estaba bien entrada, y la ciudad, visible desde el enorme ventanal, se extendía bajo un manto de luces lejanas y silenciosas. El reloj en la pared marcaba una hora que pocos considerarían razonable para seguir trabajando, pero en la oficina de Guillermo, el tiempo parecía detenerse.

Manuel estaba en el umbral de la puerta, observándolo en silencio mientras este revisaba unos documentos con la atención meticulosa que siempre lo caracterizaba. Había algo en cómo se movía, en la seguridad y el orden de cada uno de sus gestos, que capturaba la atención de Manuel sin remedio. Lo observaba embelesado, como si cada detalle que conformaba a Guillermo, desde la forma en que sostenía la pluma hasta la ligera arruga en su ceño, tuviera un significado profundo.

Para él, verlo tan concentrado y absorto en su trabajo, era casi como contemplar una obra de arte viva.

Era un momento de contemplación que bordeaba la adoración, y él mismo apenas podía comprender cómo había llegado a este punto. Pero ahí estaba, mirándolo con la misma devoción que alguien tendría al mirar algo precioso, como si Guillermo, aún sin darse cuenta, sostuviera las llaves de algo importante y frágil dentro del Alfa Alemán.

—¿Desde cuándo te quedas ahí sin decir nada? —preguntó sin levantar la vista.

—Desde que te ves así de concentrado —respondió Manuel con una serenidad poco usual. Dio unos pasos más cerca, y su tono, calmado pero tenso, le sonaba extraño incluso a él mismo.

Guillermo finalmente dejó los papeles a un lado, entrecerrando los ojos para mirarlo con cierta desconfianza. Había notado que Manuel estaba diferente últimamente: sus visitas eran cada vez más frecuentes, sus miradas, más prolongadas. Y aunque una parte de él quería entender el cambio, otra prefería no desentrañar nada.

—Has estado... raro últimamente. Como si tuvieras algo en mente —comentó, directo y sin rodeos, como siempre.

Manuel esbozó una sonrisa apenas visible, pero sus ojos reflejaban una mezcla de tensión. Dudó un momento, sus manos se entrelazaron, buscando aplacar la incomodidad de aquel silencio que se alargaba.

—Quizá. Solo... he pensado que deberíamos pasar más tiempo juntos. Eso es todo —dijo al fin, manteniendo su voz fría y controlada, aunque sus ojos revelaban una batalla interna que Guillermo no pudo ignorar.

Guillermo levantó una ceja, con los brazos cruzados en señal de escepticismo.

—¿Eso es todo? 

Manuel suspiró, acercándose hasta él y posando una mano en su hombro, un gesto que, aunque sutil, llevaba una carga de intensidad que Guillermo sintió de inmediato. Sus ojos azules se encontraron con los de Guillermo, como buscando la valentía para decirlo, pero las palabras aún parecían esquivas.

—¿Por qué tienes que cuestionarlo todo? —dijo al final, en una mezcla de frustración y vulnerabilidad poco habitual en él—. Solo quiero que sepas que puedes contar conmigo...

—Confío en ti. Desde el primer día te he seguido ciegamente —replicó Guillermo, su tono serio y su mirada incisiva, intentando desentrañar el verdadero motivo detrás de aquella cercanía inusual—. Y justamente porque te conozco, sé que tu comportamiento es...

—¿Incómodo? —interrumpió Manuel, con una leve sonrisa, aunque algo tensa.

—Diferente. —corrigió el Omega, sin desviar la mirada—. ¿Esto tiene algo que ver con la firma con Bodegas del Río, verdad?

La pregunta hizo que Manuel vacilara por un instante. Por supuesto que todo esto tenía que ver con esa maldita firma y con ese Alfa. Desde que el nombre de Lionel había tomado una figura y un rostro tangible hace tres días, algo dentro de él se había alterado profundamente. La seguridad que tanto esfuerzo le había costado construir comenzó a tambalearse, y la sensación era inquietante, como si las piezas de un rompecabezas antiguo hubieran sido arrojadas al aire sin saber si caerían en el lugar correcto.

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⏰ Última actualización: Nov 08 ⏰

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