Capítulo 16

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El día de la boda había llegado, y el palacio de Atlantis estaba en pleno ajetreo con los preparativos finales. Las decoraciones adornaban cada rincón, y el aire estaba cargado de una mezcla de anticipación y tensión. Aunque la mayoría en el palacio estaba ocupado asegurándose de que todo estuviera perfecto para la ceremonia, no todos compartían la emoción que el evento suscitaba.

En una sala apartada del palacio, Percy se encontraba reunido con varios señores influyentes de la corte. Estos hombres, algunos de los más poderosos y respetados del reino, habían solicitado una audiencia privada con él antes de que la ceremonia diera comienzo. Percy, consciente de que no podía ignorar sus preocupaciones, accedió a reunirse con ellos, aunque ya tenía una idea de lo que querían discutir.

Cuando Percy entró en la sala, los señores se levantaron de sus asientos en señal de respeto, pero sus rostros mostraban la gravedad de sus intenciones. Percy, con su porte imponente y tranquilo, se dirigió al centro de la sala y los miró con una mezcla de autoridad y expectación.

—Majestad —comenzó Lord Ariston, un hombre de avanzada edad con un rostro marcado por las arrugas de la experiencia—, agradecemos que nos haya concedido esta audiencia en un día tan importante. Pero es precisamente por la importancia de este día que debemos expresar nuestras preocupaciones con la mayor franqueza.

Percy asintió, indicando que continuara.

—Adelante, Lord Ariston. Estoy dispuesto a escuchar lo que tengan que decir.

Lord Ariston intercambió una mirada con los otros señores antes de hablar.

—Majestad, todos nosotros respetamos su autoridad y entendemos que esta boda es crucial para el futuro del reino. Sin embargo, la mujer que ha escogido para ser su esposa... Annabeth... es una sacerdotisa consagrada del templo de Atenea. Creemos que tomarla como esposa es un sacrilegio.

Percy permaneció en silencio por un momento, evaluando las palabras de Lord Ariston. Finalmente, respondió con calma.

—Annabeth ya no es considerada una sacerdotisa. Desde que la elegí como mi esposa, ha dejado atrás su vida en el templo. Ahora es la futura reina de Atlantis, y debe ser tratada como tal.

Lord Ariston frunció el ceño, su descontento evidente.

—Con todo respeto, majestad, una mujer que se consagra como sacerdotisa lo es para siempre. No importa el título que ostente ahora; para los dioses, y para muchos de nosotros, ella sigue siendo una mujer sagrada. Incluso si ha renunciado a su cargo, su consagración no puede simplemente ser anulada. Es... inamisible.

Otro de los señores, Lord Lysander, intervino, con un tono aún más severo.

—Majestad, la pureza de una sacerdotisa es un don de los dioses. Una vez que una mujer ha sido consagrada, su virginidad no debe ser tomada por ningún hombre. Despojarla de esa pureza es una ofensa grave contra nuestra religión. El solo hecho de pensar en acostarse con ella... en consumar este matrimonio, es un acto que podría acarrear la ira de los dioses sobre Atlantis.

Percy sintió una ola de ira y frustración recorriendo su cuerpo, pero mantuvo su compostura. Sabía que estos hombres no solo estaban preocupados por las tradiciones religiosas, sino también por mantener su influencia y poder dentro del reino. Sin embargo, él también sabía que tenía que ser firme en su decisión.

—Entiendo sus preocupaciones —respondió Percy, su voz manteniéndose firme—, pero Annabeth ya no es una sacerdotisa. Es mi futura esposa, la futura reina de Atlantis, y no permitiré que nadie, ni siquiera ustedes, cuestionen la legitimidad de este matrimonio. Sé muy bien que hay tradiciones antiguas y creencias que debemos respetar, pero también sé que este reino necesita una unión que asegure su futuro. Y esa unión es la que estoy creando con Annabeth.

Lord Ariston se inclinó hacia adelante, su voz baja pero cargada de advertencia.

—Majestad, le imploramos que reconsidere. No solo es un sacrilegio tomar a una sacerdotisa como esposa y despojarla de su pureza. Pretender que engendre un hijo suyo es una blasfemia aún mayor. Las sacerdotisas son consagradas para servir a los dioses, no para ser madres mortales. Convertir a una sacerdotisa en madre, especialmente en la madre de un heredero al trono, es una ofensa contra todo lo que nuestra religión defiende. Es una profanación del propósito para el cual fue consagrada.

Percy sintió que la tensión aumentaba en la sala, pero no podía dejar que el temor y la superstición dictaran las decisiones que tomaría por el futuro de Atlantis. Sabía que estos hombres estaban tratando de proteger las tradiciones, pero también sabía que estaba actuando en beneficio del reino.

—Annabeth ha elegido estar a mi lado, y yo he elegido estar a su lado —dijo Percy, con una firmeza que hizo eco en la sala—. Este matrimonio se consumará, y ella será mi esposa en todos los sentidos. No voy a permitir que las supersticiones o el miedo guíen el destino de este reino. Atlantis necesita un heredero, y Annabeth es la única mujer que puede darme ese heredero. Los dioses, si están observando, saben que estoy actuando por el bien de mi pueblo y de mi reino.

Los señores intercambiaron miradas, claramente insatisfechos, pero sabiendo que no había más que pudieran decir. Percy, al ver que no había más argumentos que presentar, se puso de pie, indicándoles que la audiencia había terminado.

—Confío en que entiendan mi posición y que respeten mi decisión —dijo Percy, su tono definitivo—. Hoy, Annabeth y yo nos uniremos como marido y mujer, y juntos aseguraremos el futuro de Atlantis. Cualquier intento de interferir con esta unión será considerado una traición, y no dudaré en actuar en consecuencia.

Los señores asintieron, inclinando la cabeza en señal de respeto, aunque sus expresiones mostraban claramente su descontento.

—Majestad, siempre serviremos a Atlantis y a su rey —dijo Lord Ariston, antes de que los señores comenzaran a retirarse.

Percy los observó marcharse, sintiendo la tensión en sus hombros aflojarse solo un poco. Sabía que su decisión no agradaría a todos, pero también sabía que estaba actuando por el bien de su reino. Annabeth era más que una antigua sacerdotisa; ahora era su compañera, su futura reina, y juntos, enfrentarían lo que viniera.

Con un último suspiro, Percy se dirigió a los aposentos donde Annabeth se estaba preparando. Sabía que la ceremonia sería solo el comienzo de los desafíos que enfrentarían juntos, pero estaba decidido a proteger su unión y su reino a toda costa.

El legado de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora