El galope de los caballos resonaba con fuerza en la noche mientras Percy y sus guardias se acercaban a las cuevas, un lugar envuelto en leyendas oscuras y peligros desconocidos. La ira y la desesperación ardían en el pecho de Percy como un fuego implacable, alimentado por la voz de Atenea que aún resonaba en su mente. Sabía que no tenía tiempo que perder, que cada segundo era crucial para salvar a Annabeth de las garras de los fanáticos que la habían secuestrado.
Finalmente, llegaron a la entrada de las cuevas. El aire estaba pesado, cargado de un silencio inquietante que sólo se rompía por los ecos de las pisadas y el susurro del viento que se filtraba a través de las grietas en la roca. Percy desmontó de un salto, su mirada fija en la oscuridad que se extendía ante él. Las antorchas parpadeaban mientras sus guardias encendían la entrada, pero Percy apenas les prestó atención; su mente estaba centrada únicamente en encontrar a Annabeth.
—¡Vamos! —ordenó Percy, su voz dura, llena de una autoridad incuestionable.
Con la espada desenvainada, Percy avanzó hacia el interior de la cueva, seguido de cerca por sus guardias. La caverna era un laberinto de túneles y pasadizos angostos, pero Percy se dejó guiar por su instinto, por la fuerza del vínculo que sentía con Annabeth, y por la voz de Atenea que parecía resonar débilmente en su mente, indicándole el camino correcto.
El suelo estaba húmedo bajo sus pies, y la oscuridad parecía cerrarse a su alrededor, pero Percy no vaciló. Sabía que al final de este camino encontraría a Annabeth. Y cuando, finalmente, llegaron a una amplia cámara iluminada por antorchas, su corazón se detuvo por un instante.
Ante él, en el centro de la caverna, se encontraba un gran pozo de agua luminiscente, rodeado por figuras encapuchadas en túnicas negras. Pero lo que hizo que el alma de Percy se congelara fue la visión de Annabeth siendo sumergida en el agua por varios de esos fanáticos, mientras Octavian, el líder de los religiosos, observaba con una expresión de fanatismo inquebrantable.
Annabeth luchaba desesperadamente por salir a la superficie, sus manos atadas y su cuerpo convulsionándose bajo la presión del agua. Sus movimientos eran cada vez más débiles, poco a poco su vida comenzaba a apagarse mientras el agua invadía sus pulmones.
—¡ANNABETH! —gritó Percy, su voz resonando con una mezcla de furia y desesperación que hizo eco en toda la caverna.
Sin perder un segundo, Percy extendió su mano hacia el pozo, invocando el poder que había heredado de su padre. Sintió la fuerza del agua responder a su llamado, conectando con la fuente misma de su poder como hijo de Poseidón. El agua en el pozo comenzó a arremolinarse violentamente, respondiendo a la ira de Percy. Los fanáticos que mantenían a Annabeth sumergida fueron golpeados por una oleada de agua que los arrojó hacia atrás, algunos de ellos perdiendo el equilibrio y cayendo en el pozo.
Percy aprovechó el momento de confusión para correr hacia Annabeth. Cuando llegó a su lado, la sacó del agua con un movimiento rápido, levantándola en sus brazos mientras el agua aún se arremolinaba a su alrededor, controlada por su voluntad.
Annabeth estaba inconsciente, sus labios azulados por la falta de aire, y su cuerpo flácido en los brazos de Percy. La rabia y el terror llenaron su corazón, pero Percy sabía lo que tenía que hacer. Sin perder tiempo, usó sus poderes para extraer el agua de los pulmones de Annabeth, moviendo su mano sobre su pecho, concentrándose en cada gota que la estaba ahogando.
El agua comenzó a salir de su boca, y Annabeth convulsionó ligeramente mientras el líquido era extraído de su interior. Percy mantuvo su concentración, susurrando suavemente mientras manipulaba el agua, asegurándose de que no quedara rastro en sus pulmones. Finalmente, Annabeth comenzó a respirar de nuevo, con dificultad al principio, pero luego con más regularidad.
Un profundo alivio lo invadió, pero aún no había terminado. Con Annabeth segura en sus brazos, Percy giró su mirada hacia los fanáticos restantes, que estaban intentando reagruparse después de la poderosa demostración de su poder.
—No permitiré que le hagan más daño —dijo Percy, su voz baja, pero cargada de una ira que no se molestaba en esconder.
Con un movimiento de su mano, Percy controló el agua del pozo, formando un torrente que arremetió contra los fanáticos que aún intentaban acercarse. Algunos fueron arrojados contra las paredes de la caverna, golpeados con la fuerza de un maremoto en miniatura, mientras otros fueron arrastrados hacia las profundidades del pozo, donde el agua cerró sobre ellos con una fuerza letal. La caverna resonó con los gritos ahogados de los hombres que no lograron escapar del poder de Percy.
Finalmente, el agua volvió a calmarse, y Percy quedó allí, sosteniendo a Annabeth, mientras los últimos murmullos de los fanáticos se desvanecían en el silencio de la cueva. Octavian, viendo cómo sus seguidores caían uno por uno, retrocedió, su rostro torcido por el odio y el miedo.
Percy se levantó con Annabeth en sus brazos, dispuesto a salir de ese lugar con ella, pero antes de que pudiera dar un paso, Octavian alzó su voz con una amenaza escalofriante.
—Crees que has ganado esta noche, Percy Jackson, pero estás equivocado. —Octavian escupió las palabras con veneno—. Puede que hayas evitado que cumpliera mi misión ahora, pero no descansaré. No permitiré que el fruto de tu pecado viva. ¡Destruiré a esa abominación antes de que vea la luz del día!
Las palabras de Octavian encendieron una furia en Percy que nunca antes había sentido. El odio y la amenaza hacia Annabeth y el hijo que aún no existía, pero que Percy ya amaba con todo su ser, lo llevaron a un punto de no retorno. Sin dudarlo, Percy extendió su mano hacia Octavian, y el agua que había utilizado para proteger a Annabeth se volvió su arma mortal.
El agua del pozo se alzó en una columna poderosa, envolviendo a Octavian con una fuerza implacable. Los ojos del fanático se abrieron de par en par con sorpresa y terror mientras el agua lo rodeaba, comenzando a estrangularlo, apretando cada vez más, impidiendo que pudiera respirar.
—No permitiré que vuelvas a amenazar a Annabeth ni a nuestros hijos —dijo Percy, su voz resonando con una frialdad que no había mostrado antes—. No vivirás para intentarlo.
Octavian intentó luchar, sus manos rasgando el aire en un intento inútil de liberarse de la prisión acuática que Percy había creado. Sus palabras de odio se convirtieron en burbujas mientras el agua llenaba sus pulmones, ahogándolo lentamente, exactamente como él había intentado hacer con Annabeth.
Percy mantuvo su mirada fija en Octavian mientras el agua hacía su trabajo. No había misericordia en sus ojos, solo una determinación absoluta de proteger a Annabeth y al futuro que estaban destinados a tener juntos.
Octavian lanzó un último intento de gritar, pero el agua se lo tragó, silenciándolo para siempre. Con un último movimiento de su mano, Percy liberó el agua, dejando caer el cuerpo inerte de Octavian en el suelo de la caverna. El silencio que siguió fue pesado, roto solo por los ecos de las gotas de agua que caían al pozo.
Percy, todavía temblando de furia, miró el cuerpo de Octavian una última vez antes de volverse hacia Annabeth. Se inclinó sobre ella, su ira dando paso a la preocupación y el amor que sentía por ella.
—Annabeth... —susurró, inclinándose para besar su frente—. Estás bien, estás conmigo.
Annabeth, agotada pero viva, asintió débilmente, aferrándose a Percy con las pocas fuerzas que le quedaban.
—Sabía que vendrías... —murmuró de nuevo, su voz apenas un susurro.
Percy la levantó en sus brazos, decidido a sacarla de ese lugar maldito.
—Nunca dejaré que te hagan daño —dijo, su voz llena de una promesa que jamás rompería.
Con Annabeth segura en sus brazos, Percy comenzó a salir de las cuevas, su mente ya planeando cómo sanar las heridas de esta noche y cómo protegerla de cualquier otro peligro que pudiera acechar en el futuro. Pero por ahora, lo único que importaba era que Annabeth estaba viva, y que él había llegado a tiempo para salvarla.
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El legado de los dioses
Fiksi PenggemarCuando Percy Jackson, rey de Atlantis, se ve obligado a encontrar una esposa con sangre divina para salvar su reino, descubre a Annabeth, una sacerdotisa del templo de Atenea y hija de la propia diosa. Juntos, enfrentan enemigos que buscan destruir...