El sol del atardecer bañaba con un resplandor dorado la pequeña aldea, situada al borde de las tierras más remotas del reino de Atlantis. La llegada de la guardia real, con sus armaduras brillantes y estandartes ondeando al viento, había causado un gran revuelo entre los aldeanos, quienes nunca habían visto de cerca a la realeza. Ahora, las jóvenes solteras de entre 19 y 27 años se encontraban reunidas en la plaza central, formando una fila tensa y silenciosa.
Percy, montado en su caballo negro, observaba la escena con el ceño fruncido. Un año había pasado en su búsqueda, recorriendo el reino de punta a punta, y aún no habían encontrado a una mujer con la cantidad suficiente de sangre divina para asegurar la supervivencia del linaje real. Cada decepción había añadido una nueva carga sobre sus hombros, y ahora solo quedaba esta aldea, el último rincón del reino por explorar.
A su lado, la hechicera Hazel se preparaba para realizar la prueba. Vestida con una túnica oscura adornada con símbolos antiguos, sostenía un pequeño cuchillo ceremonial, cuyo filo destellaba a la luz del sol. Su expresión era serena, pero había una gravedad en sus ojos dorados, sabiendo lo crucial que era este momento.
Las jóvenes, vestidas con sus mejores ropas, temblaban ligeramente mientras esperaban su turno. Algunas habían escuchado historias de la búsqueda del rey, pero pocas comprendían realmente la importancia de la prueba. Para ellas, era un día extraño, una oportunidad única de estar ante el rey, y de cambiar su destino para convertirse en la próxima reina.
Hazel dio un paso adelante, levantando la voz para que todos la escucharan.
—Cada una de ustedes pasará por esta prueba —anunció con voz firme y clara—. No dolerá más que un instante, pero es necesario para determinar si alguna de ustedes posee la sangre divina suficiente para ayudar a salvar nuestro reino.
Percy, que hasta ese momento había permanecido en silencio, bajó de su caballo y se acercó a Hazel. Su belleza y su presencia, imponentes y cargadas de autoridad, hicieron que las jóvenes contuvieran el aliento.
—Entiendan que esto no es solo para mi beneficio —dijo, su voz resonando en la plaza—. Es por el bien de todo Atlantis. Si alguna de ustedes posee lo que buscamos, no solo se convertirá en reina, sino en la salvadora de nuestro reino.
Con esas palabras, la primera de las jóvenes fue llamada. Con manos temblorosas, se acercó a Hazel, quien la miró con gentileza antes de hacer un pequeño corte en su palma. La sangre que emergió era roja, sin el brillo dorado que Percy y Hazel esperaban ver. La joven fue apartada con cuidado, y la siguiente fue llamada.
Una tras otra, las jóvenes pasaban por la prueba, pero cada vez, la respuesta era la misma: sangre roja, sin rastro de icor dorado.
El corazón de Percy se hundía un poco más con cada resultado negativo. Podía sentir la mirada de Chiron sobre él desde la distancia, pero ni siquiera la sabiduría del anciano podía aliviar la creciente desesperación que se apoderaba de él.
Finalmente, solo quedaba una joven, la más pequeña de todas. Con ojos nerviosos y un paso vacilante, se acercó a Hazel. La hechicera repitió el proceso, haciendo un pequeño corte en su palma. Durante un breve instante, Percy sintió un rayo de esperanza, pero cuando la sangre brotó, era roja, igual que todas las anteriores.
Hazel limpió el cuchillo y miró a Percy con tristeza, sin necesidad de decir una palabra. La prueba había fallado, y la búsqueda continuaba.
Percy cerró los ojos por un momento, dejando que la decepción lo inundara, antes de recomponerse. No podía permitirse mostrar debilidad ante su gente.
Justo cuando estaba por dar la orden de retirada, uno de sus guardias, un hombre joven y atento llamado Leo, se acercó con cautela.
—Majestad, con su permiso —dijo Leo, haciendo una profunda reverencia—. Hay un grupo de siete jóvenes que no ha pasado por la prueba. Son las aprendices que se preparan para ser sacerdotisas en el templo de Atenea.
Percy frunció el ceño, confundido.
—¿Por qué no están aquí? —preguntó, mirando a Hazel, quien también parecía sorprendida por la omisión.
—Se les considera sagradas —respondió Leo—. Según las tradiciones, al convertirse en sacerdotisas deben ser célibes y dedicadas únicamente a los dioses, por lo que no se les ha considerado en la búsqueda de una esposa para el rey.
Percy reflexionó por un momento. La tradición y la devoción eran importantes en Atlantis, pero las circunstancias eran desesperadas. Si alguna de esas jóvenes poseía la sangre divina que tanto necesitaba, sería la salvación que buscaban. Sin embargo, también era consciente de que si alguna de ellas tenía lo que él buscaba, enfrentaría un enorme problema al intentar llevarla consigo. Las sacerdotisas eran consideradas sagradas e intocables para los hombres; apartar a una de ellas de su destino sería visto como un sacrilegio.
Percy ya había recorrido todo Atlantis sin éxito, así que no estaba dispuesto a descartar a nadie.
—Tráiganlas —ordenó Percy con firmeza, aunque una sombra de preocupación cruzó por su mente—. En estas circunstancias, no podemos dejar nada sin explorar.
Leo asintió y salió rápidamente para cumplir la orden del rey. Percy, mientras tanto, se giró hacia Hazel.
—Si alguna de ellas tiene lo que buscamos, debemos estar preparados para enfrentar una fuerte oposición —dijo en voz baja—. Son sacerdotisas de Atenea, y la gente no tomará a la ligera que una de ellas sea apartada de su destino. Se considerará un acto contra los dioses.
Hazel asintió, comprendiendo la magnitud de la decisión de Percy.
—Lo sé, majestad. Pero si encontramos la sangre que necesitamos, podremos asegurar el futuro de Atlantis. Aunque eso signifique enfrentarnos a la ira de quienes veneran esas tradiciones.
Percy se quedó en silencio, esperando con renovada esperanza y preocupación la llegada de las últimas candidatas. En lo profundo de su corazón, sabía que esta podría ser su última oportunidad de salvar su reino, pero también entendía que tomar a una de esas sacerdotisas podría desencadenar un conflicto con consecuencias imprevisibles.
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El legado de los dioses
FanficCuando Percy Jackson, rey de Atlantis, se ve obligado a encontrar una esposa con sangre divina para salvar su reino, descubre a Annabeth, una sacerdotisa del templo de Atenea y hija de la propia diosa. Juntos, enfrentan enemigos que buscan destruir...