𝐄𝐋 𝐒𝐔𝐄Ñ𝐎 𝐃𝐄 𝐎𝐍𝐀
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Valeria
Los años pasaban, y con cada día que pasaba, Ona se acercaba más a su sueño. Desde que éramos pequeñas, siempre había dicho que quería ser futbolista profesional, que jugaría para el Barça algún día. Y ahora, a medida que empezaba a destacar en las categorías juveniles del club, ese sueño comenzaba a materializarse de una forma que me llenaba de una mezcla de orgullo y una extraña melancolía que no sabía bien cómo describir.
Recuerdo una tarde en particular, después de uno de sus entrenamientos. Había ido a verla como de costumbre, apoyada en la verja que rodeaba el campo, viendo cómo corría de un lado a otro con una habilidad que siempre me dejaba sin aliento. A veces me costaba creer que aquella chica, que lo daba todo en el campo, era la misma que se subía conmigo en los árboles conmigo, la misma que me había enseñado a dar mis primeras patadas a un balón.
Cuando el entrenamiento terminó, Ona corrió hacia mí, con una sonrisa que iluminaba su rostro a pesar del sudor que perlaba su frente.
-¡Valeria! ¿Viste el gol que metí? -me preguntó, sus ojos brillando de emoción.
-Claro que lo vi -respondí, devolviéndole la sonrisa. -Fue increíble, como siempre. Parecía que volabas cuando saltaste para cabecear ese balón.
Ona se rió, ese sonido que siempre lograba hacer que mi corazón se sintiera más ligero.
-Tú siempre sabes cómo hacerme sentir bien -dijo, sacudiendo la cabeza. -No sé qué haría sin ti, de verdad.
Esas palabras me llenaron de una calidez que era a la vez reconfortante y dolorosa. ¿Cómo podría decirle que era yo la que no sabía que haría sin ella? Que mi vida entera parecía girar en torno a su sonrisa, a su presencia, a la forma en que sus ojos se iluminaban cada vez que hablaba de fútbol.
A medida que el sol empezaba a ponerse, nos sentamos en uno de los bancos que estaban cerca del campo, disfrutando del suave calor del atardecer. Ona, como siempre, no podía dejar de hablar de fútbol. Me contó sobre los nuevos entrenadores que había conocido, sobre las tácticas que estaba aprendiendo, sobre lo mucho que deseaba ser titular en el próximo partido importante.
-Valeria -dijo de repente, girando la cabeza para mirarme con esa intensidad que siempre lograba hacer que me sintiera como si fuera la única persona en el mundo. -¿Crees que realmente puedo hacerlo? ¿Qué puedo llegar a ser futbolista profesional?
Su pregunta me tomó por sorpresa, no porque dudara de su capacidad, sino porque Ona siempre había parecido tan segura de sí misma. La idea de que ella, la chica que nunca se rendía, pudiera tener dudas sobre su propio futuro, me dejó sin palabras por un momento.
-Por supuesto que puedes hacerlo, Ona -respondí finalmente, tratando de que mi voz sonara tan firme como lo sentía en mi corazón. -Has trabajado tan duro para esto, y tienes un talento que nadie puede negar. Si alguien puede lograrlo, eres tú.
Ona me miró en silencio por un momento, como si estuviera evaluando mis palabras, antes de sonreír nuevamente.
-Gracias, Valeria. Es que... a veces es difícil. Hay tanta competencia, tantas chicas que también quieren lo mismo. A veces me pregunto si seré lo suficientemente buena.
-Lo eres -insistí, tomando su mano sin pensar, solo queriendo que sintiera el apoyo que no podía expresar con palabras. -Eres más que buena, Ona. Eres increíble. Y no solo lo digo yo. Todos los que te ven jugar lo saben.
Sentí un ligero apretón en mi mano, y cuando la miré, vi que Ona me estaba observando con una expresión que me hizo sentir una punzada en el pecho.
-Tú siempre has estado ahí para mí -dijo en voz baja. -Desde el principio, desde que éramos niñas. No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho, Valeria.
Bajé la mirada, sintiendo que mis mejillas se sonrojaban ligeramente.
-No tienes que agradecerme nada -murmuré. -Soy tu amiga, es lo que hacen los amigos.
Pero por dentro, sentía que esas palabras eran una mentira a medias. Porque lo que sentía por ella no era solo la devoción de una amiga. Era algo más profundo, algo que no me atrevía a nombrar, pero que seguía creciendo dentro de mí con cada día que pasaba.
A medida que los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, el sueño de Ona continuó tomando forma. Comenzó a ser convocada para partidos más importantes, y cada vez que la veía en el campo, mi corazón latía con una mezcla de orgullo y ansiedad. No podía evitar preguntarme hasta dónde llegaría, y qué significaría eso para nosotras. ¿Cambiarían las cosas si Ona llegaba a ser la estrella que siempre había soñado ser? ¿Seguiría teniendo un lugar en su vida?
Por las noches, cuando la casa se sumía en silencio, esos pensamientos me abrumaban, y me encontraba volviendo una y otra vez a mi cuaderno, escribiendo sobre ella, sobre cómo la veía. Escribía sobre su determinación, su pasión, su habilidad para convertir cada desafío en una oportunidad para crecer. Pero también escribía sobre mis propios sentimientos, sobre el amor que crecía dentro de mí y que no podía confesar.
Tu sueño, escribí una noche, es como una estrella que brilla en lo alto, guiándote a través de la oscuridad. Y yo, aquí abajo, me pregunto si alguna vez tendré el valor de alcanzar esa luz, o si siempre estaré destinada a observar desde lejos, esperando en silencio.
A veces, el dolor de ese amor no correspondido era tan fuerte que me asfixiaba. Quería tanto decirle, hacerle saber lo que significaba para mí, pero el miedo me mantenía en silencio. ¿Y si se alejaba de mí? ¿Y si nuestra amistad cambiaba para siempre? La idea de perderla, de que pudiera verme de una manera diferente, era más aterradora que cualquier otra cosa.
Así que seguí guardando mis sentimientos para mí misma, volcando todo lo que no podía decir en mis poemas. Era mi forma de lidiar con la realidad, de mantenerme a flote mientras Ona seguía avanzando hacia su sueño. Y aunque a veces deseaba poder ser valiente y confesar lo que sentía, sabía que no podía hacerlo. No podía arriesgarme a perderla, no cuando significaba tanto para mí.
Pero, a pesar de todo, había momentos en los que la esperanza florecía dentro de mí, en los que me permitía soñar con la posibilidad de que, algún día, Ona pudiera ver más allá de la amistad, pudiera darse cuenta de que lo que sentía por ella era algo más profundo. Pero esos momentos eran fugaces, disipándose rápidamente cuando la realidad volvía a sentarse.
Ona, mientras tanto, seguía avanzando con firmeza hacia su objetivo. Y yo, como siempre, estaba a su lado, apoyándola, animándola, siendo su amuleto de la suerte, como ella solía llamarme. Pero en el fondo, sabía que mi papel en su vida era más complejo que eso, que mi amor por ella era un secreto que probablemente llevaría conmigo para siempre.
Y así, mientras Ona brillaba en el campo, mi amor por ella seguía creciendo en silencio, plasmado en versos que nadie más leía, guardado en lo más profundo de mi corazón, esperando el momento en que pudiera encontrar la fuerza para dejarlo salir a la luz. Pero hasta entonces, seguiría siendo su amiga, su confidente, la persona que siempre estaría ahí, pase lo que pase, porque eso era lo que significaba realmente amar a Ona Batlle.
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▪ Sentirse así, no poder decirle lo que realmente sientes es duro.
▪ Algo rápido e importante: pueden ponerme 3 jugadoras del Barça (q no sean Ona, Aitana y Alexia), es para una idea q tengo para nuevas historias y quiero salirme de mi zona.
▪ Nos vemos mñn en el próximo capítulo
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𝐄𝐋 𝐒𝐈𝐋𝐄𝐍𝐂𝐈𝐎 𝐃𝐄 𝐌𝐈𝐒 𝐏𝐎𝐄𝐌𝐀𝐒 • Ona Batlle
FanfictionDesde niñas, Valeria y Ona Batlle han compartido la vida bajo el mismo cielo. Sus juegos, sueños y secretos han estado entrelazados en una amistad que ha resistido el paso del tiempo. Sin embargo, Valeria guarda un secreto que nunca ha tenido el val...