Una sacudida repentina despertó a Wonbin.
Por un momento, se sintió desorientado, pero luego su mirada somnolienta se centró en el hombre que estaba de pie junto a la cama, mirándolos.
Jung Sungchan.
Sonrojándose, Wonbin se apresuró a sentarse. Miró de soslayo a Anton, que ya estaba sentado, recostado contra los almohadones de una manera que hubiera parecido perezosa si no fuera por el brillo duro de sus ojos. Ah, y el hecho de que tenía un arma en la mano.
No estaba apuntando a Jung, gracias a eso, pero no era muy tranquilizador, considerando lo rápido que disparaba.
Wonbin no tenía idea de dónde Anton había conseguido el arma tan rápido. ¿Se durmió con un arma debajo de la almohada? La idea hizo que se le encogiera el estómago. Parecía que tenía mucha suerte de que el subconsciente de Anton se hubiera acostumbrado tanto a él que su cuerpo no reaccionó cuando Wonbin se subió a la cama.
—Fuera —dijo Anton, mirando a Jung con frialdad—. Sabes cuánto odio que me interrumpan el sueño.
Los labios de Jung se afinaron. Si el arma lo puso nervioso, no lo demostró.
—Tienes algo de valor. No me iré sin él.
Anton sonrió, sus ojos grises brillando con algo feo.
—¿Estás diciendo que estás celoso? No seas hipócrita, Sungchan. ¿Debería contarle a tu novio sobre el chico juguete que tienes a un lado?
Mierda.
Wonbin intercambió una mirada con su jefe y rápidamente tomó una decisión. Ya no tenía sentido seguir mintiendo. Jung podría no creerle, pero Wonbin sabía que no era Anton quien había estado tratando de matarlo. No había ninguna razón para no decirle la verdad.
—Está bien, es suficiente —dijo, sacando el arma de la mano de Anton—. Dame eso.
Anton le lanzó una mirada amarga pero dejó que tomara el arma. Jung los miró como si a ambos les hubieran salido segundas cabezas durante la noche. En cualquier otra circunstancia, Wonbin se habría reído. Nunca había visto a su imperturbable jefe tan confundido.