James
Percy ha aparcado el Rolls-Royce justo en el atrio de la entrada principal de la escuela. Está apoyado en el coche, con el celular en una mano y la gorra en la otra. Parece como si cada día que pasa aumentara el número de hebras plateadas que atraviesan su cabello oscuro.
Cuando me ve, guarda enseguida el celular, vuelve a ponerse la gorra y se endereza. En realidad no es necesario y él lo sabe. Desciendo la escalera y la gente que me rodea se va apartando solícita de mi camino. Por lo visto tengo aspecto de estar tan mal como en realidad me siento. ¡De eso sólo tiene la culpa ese maldito comité de actos! Ya me estoy arrepintiendo de no haber mantenido la boca cerrada y de no haberme guardado para mí la propuesta de la fiesta victoriana.
Aunque creo que es una buena manera de seguir creando una buena alianza con Emma, tomando en cuenta como me sonrió al final de la reunión, sus hermosos labios rosados formaron una sonrisa qué jamás había visto, o al menos hacia mi persona. Cuando pienso en la lista de cosas que hay que hacer, se me revuelve el estómago.
Si celebrara la fiesta en casa, lo delegaría todo en el servicio y no tendría que mover un dedo. Pero en este caso, yo soy el servicio, según me ha dado a entender Ruby. Lo único que deseo es gritar al pensar que todavía me queda todo un trimestre lleno de reuniones así. Y, además, está el hecho de que encuentro insoportable faltar a los entrenamientos con mis compañeros. Definitivamente, no me había imaginado así mi último año en la escuela. Al llegar al coche, lo único que quiero es dejarme caer en el asiento trasero, pero, antes de que entre, Percy me coge un momento del brazo.
--Señor, tiene aspecto de no estar muy animado.
--Dispones de una estupenda capacidad de observación, Percy.-- Desliza inseguro la mirada desde mí hasta la puerta del coche y viceversa.
--Tal vez desee contener un poco su temperamento. La señorita Beaufort no está en su mejor momento-- El maldito comité de actos cae al instante en el olvido.
--¿Qué ha pasado?-- Percy parece indeciso unos segundos, como si no estuviera seguro de lo que debe o no desvelarme. Al final, avanza un paso hacia mí.
--Acaba de hablar con alguien. Un joven. Se diría que estaban discutiendo.-- Asiento y Percy abre la puerta para dejarme entrar. Por suerte, los cristales son tintados.
Lydia tiene un aspecto horrible. Los ojos y la nariz están al rojo vivo, y las lágrimas han dejado unas huellas de color gris oscuro en sus mejillas. Nunca había llorado tanto como en las últimas semanas, y me pongo increíblemente colérico al verla así y ser consciente, al mismo tiempo, de que no puedo hacer nada por evitarlo. Lydia y yo siempre hemos sido inseparables. Cuando uno tiene una familia como la nuestra, no le queda otro remedio que mantenerse unido, pase lo que pase.
Sólo puedo acordarme de unos pocos días de mi vida en que no haya visto a mi hermana melliza. Siempre que a ella le va mal, tengo una sensación extraña en el pecho, y a ella le sucede exactamente lo mismo. Nuestra madre nos explicó que es algo que ocurre con frecuencia entre los hermanos mellizos, y muy pronto nos hizo jurar que apreciaríamos siempre esta unión y no la haríamos peligrar de forma insensata.
--¿Qué sucede?--pregunto después de que Percy haya puesto el coche en marcha. No responde --Lydia...
--No es asunto tuyo-- murmura.
Arqueo una ceja y la observo hasta que ella se vuelve y se pone a mirar a través de la ventanilla. Con ello se da por concluida nuestra conversación. Me reclino hacia atrás y también contemplo el exterior. Los árboles teñidos de colores pasan de largo tan deprisa que se confunden en una imagen borrosa y me gustaría que Percy condujera más despacio.
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El juego del poder
Fiksi PenggemarJames, el heredero de un imperio empresarial, se cruza en el camino de Emma, la hija de otra familia adinerada. A pesar de sus comodidades materiales, ambos jóvenes están atrapados en un mundo donde sus padres dictan cada movimiento, convirtiéndolos...