Ámame║Gojo Satoru

Capítulo V.

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En sus ojos dorados, encontré un sol que despierta no solo sueños, sino también el alma entera."
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7 de julio de 1999.

En una cálida noche de verano en Kyoto, Japón, Satoru Gojo, de diez años, aguardaba pacientemente en un parque. Aunque le resultaba un poco aburrido tener que esperar tanto tiempo, recordaba la promesa que había hecho el año anterior a una niña de seis años. Ella le había pedido que la buscara en este mismo parque para asistir juntos al Festival de Tanabata, también conocido como la "Festividad de las Estrellas".

——Toru ¡Si viniste! —gritó la niña, corriendo hacia él con esa personalidad radiante.

El niño Gojo observó que la menor estaba usando una linda yukata de color rosa pálido con dibujos de constelaciones doradas. Se quedó en su lugar, con las manos cruzadas, esperando a que ella llegara. Lo primero que notó fue que la menor no había crecido mucho; apenas le llegaba un poco más allá del torso. El traje tradicional japonés resaltaba su figura delicada, y los bocetos de constelaciones brillaban suavemente bajo la luz de luna, creando un efecto encantador.

—¿Vienes sola? —preguntó Satoru, alzando una de sus cejas al percatarse de que no había nadie con ella.

La niña negó con la cabeza.

—Mi hermano viene conmigo —respondió, alzando su mirada para buscar a su hermano mayor—. Pero cuando te vi, corrí y creo que me perdí.

Satoru sintiendo un poco de alivio al ver que la niña había llegado sana y salva.

—Te he dicho que me digas “Todopoderoso” —comentó con egocentrismo—. ¿Lo recuerdas?

—Claro, Totoru —dijo la niña.

La menor solo rodeó los ojos ante la actitud de su amigo. De verdad, su personalidad era bastante egoísta, pero aún así, lo había extrañado en el año que no se habían visto.

—¡Lo haces a propósito! —dijo, con una voz ligeramente más seria, pero sin perder esa sonrisa—.  Supongo que puedo soportarlo por hoy, pero la próxima ocasión no lo permitiré.

La niña se rió, contenta de haber podido hacer sonreír a Satoru. Ambos, se dirigieron hacia las decoraciones del festival, donde colgaban tiras de papel de colores con deseos escritos, conocidas como tanzaku, en los árboles de bambú. La atmósfera llena de color y alegría.

Mientras caminaban, Satoru no pudo evitar admirar la yukata de la niña, que resaltaba con su piel pálida. La pequeña, por su parte, parecía emocionada de estar allí, disfrutando del festival y de la compañía de Satoru. Juntos, se sumergieron en la magia del Tanabata, escribiendo sus deseos para colgarlos en las ramas de bambú.

—¡No alcanzo!—dijo la niña, saltando con esfuerzo para intentar alcanzar las ramas de bambú. Tensó los labios con una visible mueca de frustración. Satoru no pudo contener una risa ahogada al verla saltar como una pulga; le provocaba mucha gracia. Se cubrió la boca con la mano para intentar disimular su carcajada.

La niña frunció el ceño y arrugó su pequeña nariz. —¡Deja de reírte! —dijo, haciendo un puchero de molestia y colocando sus manos en la cintura—. Es en serio. ¡Mejor alzame!

Satoru la miró indignado. A pesar de su edad, ya mostraba una confianza y seguridad en sí mismo que era característica de su personalidad. Su ceño ligeramente fruncido sugería que estaba pensando: "¿Desde cuándo alguien me da órdenes?" Se encogió de hombros adoptando una postura relajada.