Capítulo 4

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Lisa

Me senté en la silla de mi nuevo escritorio, situado debajo de la ventana con unas vistas increíbles a toda la calle. Miré el folio intacto junto a mi pluma estilográfica que dejé anoche sobre él. No fui capaz de trazar ni una mísera línea. No me atreví. Mi mente estaba en otra parte. En otros ojos y otros lunares.

Me armé de valor y cogí la pluma para depositar en el papel todos los pensamientos que me acechaban desde la noche anterior. Desde que apareció en Eco.

Ayer la volví a ver por primera vez después de que dejáramos de ser nosotras. No pude reaccionar a pesar de que todo mi cuerpo quisiera acercarse a ella anhelante de su tacto. Sigue siendo la misma pero, al mismo tiempo, ya no lo es. Ahora es más mujer, a pesar de que sigue manteniendo ese brillo en la mirada que no se ha ido enfriando con el paso del tiempo. Incluso me atrevería a decir que mejora con los años, como el buen vino.

Llevaba los labios pintados de un rojo intenso y batía sus largas pestañas de esa manera tan suya, con la lentitud que la caracteriza cuando se sorprende. El tatuaje que lleva debajo del hombro está hecho para ella y es curioso que la Luna se lleve a sí misma sobre la piel.

Estaba tan cerca que pude ver que la cantidad de sus pecas ha aumentado y aun así, siguen formando constelaciones. Está claro que no esperaba verme allí y yo tampoco. Tal vez, ese fue el motivo por el que la Luna desapareció esa noche.

Solté la pluma encima del escritorio y suspiré. Mis ojos se pasearon a lo largo del papel, releyendo una y otra vez las palabras que había dejado plasmadas en él. Me sobresalté al escuchar tres golpes en la puerta de mi habitación y guardé el folio en el primer cajón del escritorio con gran rapidez.

La puerta se abrió y apareció mi hermana, enfundada en un traje de color azul marino.

—¿Qué tal la resaca de ayer? —me preguntó desde la puerta—. Cuando me fui a trabajar aún estabas dormida.

«Imposible, no he pegado ojo en toda la noche», pensé.

—Bien, no bebí mucho —me limité a responder—. ¿Y ese traje? —desvié el tema de conversación.

—Acabo de llegar del bufete —suspiró y pasó una mano por su pelo, echándolo hacia atrás—. Ha sido un día de mucho trabajo, necesito darme una ducha y volver a cambiarme porque he quedado para cenar con Wendy. ¿Tú vas a salir hoy? —Aflojó su corbata y desabrochó algunos botones de la camisa.

—Puede ser. —Me encogí de hombros—. Pero si salgo no volveré tarde, daré una vuelta por la zona.

—¿Vas a ir con Jisoo? —preguntó interesada—. Es una buena chica.

—No, me apetece ir sola.

Seulgi asintió con la cabeza y dio unos golpecitos con el dedo en el marco de la puerta antes de darse la vuelta y caminar en dirección a su cuarto.

Si hay algo que odiaba más que el desorden era que alguien dejara la puerta de mi habitación abierta cuando la había encontrado cerrada. Me levanté de la silla y di varios pasos hasta llegar a ella para volver a cerrarla.

Minutos después, escuché caer el agua de la ducha y a mi hermana entonar un par de versos de una canción que no conocía. Tenía que admitir que el canto no era una de sus mayores virtudes, pero podía valer como cantante de ducha profesional.

Mi móvil empezó a sonar en ese momento. Seguí el sonido del tono de llamada hasta que localicé el teléfono encima de la cama. En la pantalla apareció el nombre de Kaia y sonreí de manera instantánea, como si fuera un acto reflejo.

Todas las lunas que compartimos | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora