Capítulo 20

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Jennie

La noche anterior sentí un cúmulo de sensaciones tan distintas que, al unirse, estuvieron a punto de convertirse en un cóctel molotov capaz de arrasar con todo. El simple hecho de encontrarme con Lisa en Caos, alteró mis pensamientos. Cenar con ella, aceleró mis pulsaciones. Lo que ocurrió al salir de allí, me devolvió a mis dieciséis años. Fue como si el tiempo no hubiera pasado y que no pudiera dejar de pensar en ella durante todo el día era peligroso. Mucho. Porque me encontraba en la cuerda floja y no quería volver a sufrir por la misma persona. No quería otra decepción.

A pesar de estar con mi madre en la cocina, en ningún momento estuve centrada en lo que estaba haciendo. En mi mente, seguía en la calle, con los zapatos en la mano, corriendo hasta llegar a la farola. Por culpa de esos pensamientos me hice un pequeño corte con el cuchillo en un dedo.

—Si estuvieras pendiente del cuchillo, no te habrías cortado —me reprochó mi madre—. Deja eso y ve a ponerte una tirita.

—No es para tanto, solo es un corte superficial.

Me chupé la yema del dedo para eliminar la sangre y me lavé las manos.

Como todos los domingos, mi madre y yo preparábamos la cena juntas porque era el único día de la semana que podíamos comer, los tres, sentados en la mesa al mismo tiempo. Aquella noche estuvimos cocinando algo sencillo, pechugas de pollo a la plancha y verduras salteadas.

Mi madre tenía mucho más arte que yo para cortar las verduras sin llevarse un dedo en el intento. Siempre que cocinaba se recogía el pelo en un moño bajo para que no le molestara y, además, se ponía un delantal con un estampado bastante llamativo.

—Mamá —la llamé.

Apartó la vista de la cebolla y la fijó en mí.

—Dime, cariño.

—El otro día, cuando fui a la floristería de Yuri, me preguntó si era tu hija porque dice que nos parecemos mucho.

—No es la primera vez que nos lo dicen. —Sonrió y volvió a lo suyo.

—Lo sé. Y también me contó que papá solía comprarte ramos de peonías, aunque eso ya lo sabía. Pero, ¿por qué esas flores?

Mi madre sonrió como si estuviera retrocediendo en el tiempo y volviera a revivir en primera persona parte de su juventud. A pesar de que habían pasado más de treinta años, seguía manteniendo el mismo brillo en los ojos que mi padre describió cuando se conocieron y el que se podía ver en las fotos desde que era una niña.

—Un día estuvimos paseando por el centro y pasamos por la floristería. El escaparate estaba lleno de peonías preciosas y me quedé mirándolas —hablaba sin dejar de lado la tarea que estaba haciendo—. Tu padre me preguntó si me gustaban y le dije que me parecían bonitas. Entonces, él entró a la floristería y salió con un ramo de peonías. A partir de ese día, me regaló uno cada viernes. Cuando salía de la facultad, siempre me esperaba a unos metros de la puerta con él en la mano.

En muchas ocasiones, mi madre me hablaba de su niñez, su adolescencia o de momentos especiales que había compartido con mi padre y a mí me encantaba escucharla hablar sobre ello.

—Cuéntame otra vez cómo os conocisteis —le pedí.

Me miró con aspecto cansado, aunque en el fondo le encantaba contarme la historia una y otra vez, y dejó el cuchillo sobre la tabla de madera. Yo seguí cortando la berenjena en rodajas.

—Cuando tenía dieciocho y entré a la universidad, tu padre acababa de empezar su último año. Alguna vez me crucé con él por los pasillos pero nunca habíamos hablado hasta que un amigo en común nos presentó. —Hizo una breve pausa—. Fuimos a la cafetería los tres juntos y Pedro me hizo reír tanto que, cuando nuestro amigo se fue, yo me quedé hablando con él dos horas más. El tiempo pasó muy rápido y me quedé con ganas de seguir con él hasta cinco horas más. No me hizo falta más para saber que era él. —Esbozó una sonrisa, sin enseñar los dientes—. Ahora las cosas han cambiado mucho, empezáis a conocer a alguien porque os contesta a las historias esas de Instagram.

Todas las lunas que compartimos | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora