Capítulo 16

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Jennie

La guerra de harina terminó mal. Muy mal. Por culpa de ella nos quedamos sin la pasta fresca que empecé a preparar y tuvimos que solucionarlo con comida que encontramos en la despensa. Limpiamos la cocina para eliminar cualquier rastro de harina y no fue fácil porque se coló por todas las rendijas y estaba por todas partes. Cuando terminamos de limpiar teníamos tanta hambre que comimos llenos de harina.

Nos duchamos por turnos y nos sentamos en los sofás mientras jugábamos a un juego de cartas en el que no dejé de hacer trampas en ningún momento. Aquello duró hasta que Rosé se dio cuenta de mi táctica con la que ganaba todas las partidas y me delató. Después ya no quisieron volver a jugar conmigo.

Jisoo encendió una vieja televisión que probablemente tenía más años que yo en la que la imagen se veía pixelada casi al completo. La gran mayoría de los canales no funcionaban, por lo que dejó una película que iba por la mitad y a la que supe que no me iba a enganchar. Rosé aprovechó aquel momento para acurrucarse sobre el costado de Jisoo y ella pasó un brazo por su cintura.

Cogí un cojín y lo puse bajo mi cabeza. Intenté seguir el hilo de la película pero estaba tan cansada que, por mucho que traté de mantener los ojos abiertos, me quedé dormida en aquel mismo sofá varios minutos después.

Ni siquiera supe el tiempo que estuve durmiendo, pero cuando me desperté no había nadie en el salón. Además, ya no entraban los rayos del sol por la ventana, sino que había empezado a anochecer. Sin embargo, aquello no fue lo único cambió porque había una manta que cubría mi cuerpo, la cual no estaba cuando me quedé dormida. Me senté en el sofá y me restregué los ojos. La siesta me sentó muy bien. Toda la tensión y el cansancio que llevaba acumulados desde las últimas semanas desaparecieron. Después de quedarme mirando a un punto fijo durante unos minutos, me levanté del sofá y caminé hasta la cocina para ver si Rosé y las otras dos chicas estaban allí, pero no fue así. Subí a la parte de arriba de la casa y abrí la puerta de ambas habitaciones pero estaban completamente vacías.

¿Dónde se habían metido?

Estaba empezando a quedarme sin opiniones.

Volví a la planta baja y decidí salir al porche por si estaban en el exterior pero antes cogí la manta con la que me desperté tapada y me la eché sobre los hombros. Cuando abrí la puerta me encontré a Rosé bajo una luz artificial, colocada en la pared exterior de la casa. Llevaba una sudadera que, por su tamaño, me quedó muy claro que no le pertenecía. Estaba sentada en la hamaca del porche, leyendo su libro favorito: Orgullo y prejuicio. Probablemente, aquella era la trigésimo quinta vez que lo leía y, aun así, lo seguía disfrutando como si fuera la primera vez.

—Al fin se despierta la bella durmiente. —Levantó la mirada del libro y me sonrió.

Me senté en el suelo, justo al lado de la hamaca, y crucé las piernas.

—Me ha sentado genial.

—No hace falta que lo jures, has estado durmiendo dos horas.

—¿Dos horas? —pregunté, sorprendida.

Rosé asintió con la cabeza y volvió a abrir el libro por la página por la que se había quedado. Apoyé la cabeza en el lateral de su pierna y me acarició la cabeza con movimientos suaves. Me produjo una sensación tan relajante que estuve a punto de volver a quedarme dormida.

—Gracias por ponerme la manta en el sofá.

—Ah, yo no he sido.

—¿Cómo que no? —Me separé de ella y me giré para mirarla.

—Me he levantado para ir al aseo y cuando me he vuelto estabas tapada.

A pesar de que me respondió, ni siquiera apartó la mirada de las páginas de su libro. Aunque estaba acostumbrada. Siempre que leía era como si las palabras la absorbieran hasta llevarla a otro lugar. O eso decía.

Todas las lunas que compartimos | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora