Lisa
Quedaba poco tiempo para el evento. En una escasa media hora tendríamos que estar allí y debía preparar rápido, de la mejor manera posible, las cartas que iba a jugar para que acabara siendo una noche redonda. De lo que no fui consciente fue que cualquier mínimo detalle podría hacer que se desmoronara todo y tuviera que improvisar sobre la marcha.
Abroché los últimos botones de mi camisa frente al espejo. Me puse la americana azul y no fui capaz de reconocer a la persona que reflejaba aquel cristal. Me sentía disfrazada de alguien que no era yo porque no me sentía cómoda vistiendo prendas tan formales. A pesar de que sabía que la ocasión lo ameritaba y era lo que el protocolo marcaba.
Intenté ponerme una corbata, de hecho, lo hice, con un nudo perfecto. Sin embargo, terminé quitándomela y desabrochando un par de botones de la parte del cuello porque me veía ridícula de aquella manera. Me arreglé el pelo con mi peine de confianza, pero acabé de atusarlo con los dedos. Cogí mi botella de colonia y rocié mi cuello con su contenido. Cuando salí del cuarto de baño, con la corbata en la mano, me encontré a Wendy haciéndole el nudo de la corbata a mi hermana mientras ella se dejaba hacer y ambas reían. Seulgi actuó como si nunca en la vida hubiera anudado una corbata, a pesar de que lo hiciera todos los días para ir al trabajo.
Aquella escena me trajo recuerdos de mi infancia, cuando mi madre le hacía el nudo a mi padre cada mañana porque, a pesar de los años, nunca aprendió a hacerlo. Fue un recuerdo muy dulce que había dejado olvidado en alguna parte de mi memoria. Rememoré cuando me ponía delante de mi madre con una corbata que cogía del armario de mi padre para que me la pusiera a mí también porque quería ser igual que él.
—¿No te vas a poner la corbata? —preguntó Seulgi.
—No me gusta como me queda.
Wendy se giró y me miró con un gesto de desaprobación. Era una mujer muy recta a la que las apariencias le importaban mucho más que el contenido. A mi hermana nunca le hablé de aquellas impresiones porque respetaba sus decisiones y si a ella le hacía feliz, yo no era nadie para interponerme en su relación.
Aunque el tiempo acabó dándome la razón.
—Vale, pues déjala encima de mi cama —me indicó mi hermana—. Ya la guardaremos a la vuelta que ahora no tenemos tiempo.
Recorrí el pasillo hasta la habitación de mi hermana y dejé la corbata sobre la colcha de la cama. Me fijé que junto al armario había una pequeña maleta, lo que me hizo suponer que Wendy pasaría allí el fin de semana.
Salí de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí, y volví al salón, donde se encontraban las dos listas para salir. Mi hermana cogió las llaves del coche y se las guardó en el bolsillo derecho del pantalón.
—¿Nos vamos? —preguntó.
Asentí con la cabeza y me dirigí hacia la puerta principal de la casa sin esperar a nadie. La verdad era que estaba un poco nerviosa porque sabía que esa noche vería a Jennie y, de hecho, me apetecía demasiado. Podía plantear millones de escenarios en mi cabeza pero sabía que, a la hora de la verdad, me sorprendería y no se desarrollaría ninguno de ellos. Su forma de ser era impulsiva y visceral, todo el mundo que la conocía podía confirmarlo. El no saber cómo reaccionaría, ni qué haría, era lo que me mataba por dentro.
Cuando llegué al garaje, busqué el coche gris claro de mi hermana y me dirigí hacia él. Pude ver que en la puerta del copiloto seguía aquel roce que vi hace meses. Di unos pasos más hasta situarme en la puerta de la parte trasera y, en el momento que mi hermana abrió el coche, tomé asiento. Planché mi americana con las manos y la coloqué de la mejor manera posible para que no se llenara de arrugas.
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Todas las lunas que compartimos | Jenlisa G!P
RomanceJennie Kim trabaja como recepcionista en Caelum. Sin embargo, pasarse todo el día aguantando a los turistas que llegan a él no entraba en sus planes de recorrer el mundo. Mientras intenta aparentar que no le afecta que su amigo con derechos haya est...