Capítulo 7

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Lisa

Salí de mi dormitorio y caminé hacia la cocina arrastrando los pies. Todavía no estaba del todo despierta, por lo que pasé la mano por mis ojos varias veces para despejarme. Era lunes y nunca ha sido mi día favorito de la semana. Los lunes significaban inicio y, ese en concreto, mucho más. Significaba volver a empezar con una rutina para la que no sabía si estaría preparada. Si estaría a la altura.

Cuando llegué a la cocina, encontré a mi hermana sentada sobre uno de los taburetes junto a la isla de mármol negro situada en el centro de la estancia. Sujetaba una humeante taza de café en la mano derecha y tenía la mirada fija en su ordenador portátil. Sin embargo, al escuchar mis pasos, clavó sus ojos en mí.

—Buenos días.

—Buenos días —respondí arrastrando las palabras.

Me dirigí a uno de los armarios y saqué una taza amarilla que destacaba entre las demás de colores neutros. La dejé sobre la encimera de la cocina del mismo mármol que el de la isla y cogí la cafetera para verter café en mi taza hasta cubrir la mitad. Después, le añadí leche y eché un par de cucharadas de azúcar para endulzarlo.

Podía ver a Seulgi reflejada en los azulejos que cubrían la pared y sabía que tenía su tronco girado hacia mí.

—No me habías dicho que viste a Jennie hace casi dos semanas —soltó como si nada.

En cuanto la escuché, sentí que perdía el color de la cara. La cuchara que estaba sujetando, se me escurrió de los dedos y cayó sobre la encimera. Al chocar contra el mármol, sonó.

—¿Y tú cómo lo sabes? —pregunté sorprendida mientras giraba sobre mi eje.

—Ahora soy la abogada de sus padres. Estuve en el hotel y ella estaba allí. —Dio un sorbo a su café.

—¿Hablaste con ella?

—Sí. Fue ella quien me contó que os visteis —admitió y volvió a dejar la taza sobre la isla.

—Nos vimos durante dos minutos y, en cuanto me vio, se fue. —Chasqueé la lengua—. Me odia, ¿verdad?

—No sé si te odia pero sí sé que te guarda rencor. ¿Se puede saber qué le hiciste?

«Ser una cobarde», pensé. Sin embargo, no contesté.

Volví a girarme y cogí la taza de café con las dos manos para llevármela a los labios. Bebí un par de tragos y, a pesar de que me quemaba debido a su temperatura, no hice ni una sola mueca. Solo cerré los ojos y apoyé las palmas de mis manos en el mármol tras dejar la taza sobre él.

Seulgi arrastró el taburete hacia atrás y se levantó. Dejó la taza en el lavavajillas y golpeó mi nuca.

—Sé que vas a hacer como si fueras sorda así que prefiero ahorrarme saliva insistiendo.

—Haces bien.

Apagó su portátil y lo dejó en el mismo lugar. Desapareció por el pasillo en dirección a su dormitorio y tomé asiento en el taburete que mi hermana había dejado vacío. Ya habían pasado casi dos semanas desde que volví y tenía la sensación de que no había hecho nada de provecho. Aquellos días había escrito pequeños textos con frases inconexas a las que no fui capaz de darles forma. No había ningún nexo de unión entre una frase y otra y terminé desechándolos. Me encontraba perdida en una ciudad que siempre fue casa y que había dejado de sentir mía.

Cuando volvió Seulgi, lo hizo con una americana de color azul marino y se ajustó la corbata en su cuello.

—Hoy empiezo el máster. ¿Sabes dónde hay una parada de metro o de autobús para ir a la facultad? —pregunté.

Todas las lunas que compartimos | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora