Capitulo 1: La puta de Benito

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Me gustaba tener una vida completamente controlada. Odiaba lo inesperado, los cambios innecesarios, los días sin planificar. El azar era mi peor enemigo, y los números dentro de mi cabeza se habían convertido en los únicos que podían comprenderme.

Seis veces revisaba mi cerrojo antes de salir de casa y dos veces subía por si olvidaba algo. Caminaba cuatro calles hacia el Porfiado Rock Café y una la corría porque mi mente decía que llegaría tarde.

Dos veces entraba porque me gustaba el sonido de la campanilla y tres veces saludaba a Álvaro, mi jefe y dueño del restaurante.

—Diez minutos antes, como siempre.—Me dijo Álvaro con una sonrisa esa mañana. Estaba tirando un ramo de flores a la basura, las cuáles debía haberle enviado su ex-novia. Conté cinco tulipanes.

—El señor Hermes llegará antes de la apertura porque su reloj está averiado desde hace ya un mes y Santiago no estará acá pronto, pues siempre llega tarde, así que debe haber alguien que se encargue de atenderlo.—Había repetido esas treinta y ocho palabras desde hacía ya una semana, pero no me cansaba de decirlas. Conocer mi día me daba tranquilidad.

—¿Y qué harás si el señor Hermes decide no desayunar aquí Hoy, Rober?

Mi cerebro casi estalló en ese momento.

—Él vendrá, Alvin. —aseguré, pero mis manos estaban temblando, el aire comenzaba a faltarme y mi mente comenzaba a calcular un día sin su llegada.

Tuve suerte esa mañana, pues el señor Hermes llegó. Mi día habría sido un completo desastre en mi mente si no lo hubiera visto en la mesa del centro limpiando sus gafas de lectura.

Así pasó el día, mi mente nunca paraba de calcular. Santiago, mi compañero de trabajo y mejor amigo, decía que debía tomarme las cosas con calma. A mí, esa simple frase, me daba pánico.

No podía imaginar una vida inesperada.

—Señora Juana, por favor, no insista. —casi supliqué mientras intentaba devolverle parte de la excesiva propina que todos los días la mujer luchaba por darme. —Compre algo lindo con el resto. —ella creía que yo estaba siendo demasiado honesto, pero la verdad es que solo quería que esa señora mantuviera lo demás porque, de otra forma, tendría que volver a calcular mi día.

—Roberto, cielo... —intentó insistir.

¡¿Por qué los ancianos debían ser tan tercos?!

—Si Roberto no lo quiere entonces lo tomaré yo.—dijo Santiago mientras pasaba junto a la mesa con el pedido del señor Park entre manos. —Tenga buen día señora Juana.

Ella no protestó, tal vez porque le había sucedido lo mismo anteriormente. Creo que comenzaba a entenderme.

—¡Roberto!—escuché a Álvaro llamarme.

Se encontraba en la caja registradora contando el dinero y entregando su cambio a Ricardo, un estudiante adolescente que siempre pasaba por el lugar para comprar su desayuno. Él decía amar la comida de Vladimir, nuestro cocinero, pero yo sabía que ese solitario estudiante de enormes gafas estaba un poco enamorado de Álvaro.

—¿Sí?

—Sé que odias los cambios, pero necesito que tomes el pedido del chico nuevo. Santiago está ocupado con el señor Cheng, y sabes lo difícil que es ese hombre.—Por supuesto que lo sabía. El señor Cheng nunca podía decidir, así que lo odiaba. Servirle significaba perder tiempo, y esa era una de las cosas que más detestaba.

Aún así, no me emocionaba la idea de servir al chico nuevo. Era un desconocido, y lo desconocido era algo que me aterraba.

—Alvin, no puedo hacerlo. —me negué de inmediato. Mi corazón palpitaba rápidamente contra mi pecho, pues si aceptaba mi día tendría que reformularse. No me gustaba esa idea. Lo mío era la rutina y cualquier mínimo cambio me afectaba negativamente. — ¿No podemos esperar a Santi?

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