Ignoré a Gustavo durante diecisiete días y catorce horas. Por supuesto, cada segundo para mí era más doloroso que el anterior. Cada vez que yo ignoraba sus ojos color marron perdían su típico brillo y comenzaba a llorar, lo cual me rompía el corazón.
Pero debía protegerme a mí mismo. Santiago me lo repetía siempre, y yo creía que tenía razón.
—No puedes hacerle algo así, Roberto. Gustavo no se lo merece.—Me dijo Alvin esa mañana.
—Tampoco puedo darle falsas esperanzas. No soy gay...
Pero él elevó ambas cejas, lo cual indicaba que dudaba de mi palabra. Lo repetí seis veces más, pues el siete era su número favorito, pero aún así su mirada no cambió.
—Que correspondas a sus sentimientos no te hace gay, Robert. Te hace una persona.
Pero yo no podía pensar de la misma forma que él.
Conocía al mundo a mi alrededor y su comportamiento. Sabía que el señor Hermes era bastante conservador y que la señora Juana poseía una de las mentes más cerradas del planeta. No había forma de que ellos volvieran a hablarme si yo comenzaba a sentir cosas por Gustavo, lo cual habría alterado mi rutina.
Además, mis clientes no lo eran todo. También se encontraba en medio del camino su sucio trabajo, nuestras diferentes personalidades y el hecho de que él iba a marcharse.
No podía imaginar una vida junto a él, pero tampoco una sin él. Y eso me preocupaba.
—Además, él tiene esa tonta idea de viajar por todo el mundo...
—No es una idea tonta. Es su sueño, Roberto.
—Como sea, Alvin. El punto es que...
—El punto es que quieres que renuncie a sus sueños por ti cuando tú deberías desear ser parte de ellos.—contrarrestó. —... Tengo razón, Roberto. No puedes hacerle algo así. Gustavo no se lo merece.
Y ya no dije más, pues discutir con mi jefe era un caso perdido.
Yo era un caso perdido.
El resto del día no pude concentrarme, pues mi charla con Alvin se repetía una y otra vez dentro de mi cabeza.
Nunca se sentía bien. Varias veces olvidé pedidos o los entregué a los clientes equivocados. Por supuesto, Santiago corrigió todos mis errores. Por cierto, él y yo habíamos vuelto a ser los mejores amigos desde el día en el que lloré en aquel callejón. Nada parecía haber sucedido entre nosotros, y eso lo consideré como algo bueno.
Gustavo llegó una hora antes del cierre del local.
Hizo sonar la campanilla siete veces, pues sabía lo mucho que yo amaba ese número, y luego de eso caminó hacia mí y me besó la mejilla.
Juro que no me moví durante al menos cinco segundos.
—El señor Luna se ve hermoso hoy. —susurró Gustavo mientras intentaba acariciar mis mejillas. Golpeé su mano tres veces, pues no quería que me tocara. Eso solo hacía que todo fuera más difícil.
Si quería conservar a los clientes, a Santiago y a mi rutina debía perderlo, lo cual no debería de haberme importado. Él, de todas maneras, se marcharía.
Aún así, me importaba.
—¿Quieres algo de tomar, Riki? —pregunté al chico con gafas que se sorprendió al verme, pues había estado demasiado ocupado mirando a Alvin mientras éste limpiaba el mostrador.
—A Riki le gusta mirar a Alvin, y a mí me gusta mirar al señor Luna. El señor Luna es bonito...
No entendía por qué la vida resultaba tan dolorosa, pero me repetí seis veces que mi caso no estaba entre los peores.
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SEGUIRTE O PERDERTE [Titopo]
Fanfiction"Roberto amaba la rutina. Gustavo amaba lo desconocido. Roberto amaba la perfección. Gustavo era completamente imperfecto. Roberto no tenía grandes sueños. Gustavo vivía en uno. Roberto odiaba las despedidas. Gustavo vivía de ellas. Roberto no querí...